Siempre
es difícil. A menudo vivimos situaciones donde nos es complicado poder
reaccionar: necesitamos un trabajo para poder vivir, y los estados de estrés
casi siempre están asociadas a este medio, tampoco podemos controlar todos los
acontecimientos negativos que nos llegan, la vida no es un camino donde todo
esté previsto y donde la tranquilidad esté asegurada, pero debemos estar
preparados, tener armas, habilidades personales para establecer límites, para
decir en voz alta aquello que queremos, para mantener una autoestima bien
reforzada donde no permitir dejarnos caer en el abismo de la indefensión.
Es normal
sentir nervios, miedo, angustia, pero siempre en momentos puntuales y de modo
pasajero. Si esas “emociones” persisten durante mucho tiempo nuestro cuerpo al
final terminará quejándose y enfermando. Las penas interiores deben curarse, o
al menos cicatrizar para poder seguir adelante con una correcta calidad de
vida.
Las penas
no curadas terminan manifestándose de alguna u otra manera en nuestro cuerpo.
En nuestros vanos intentos por no hacerles caso a todas esas tristezas
internas, estas optan por activar un mecanismo que las haga hacerse oír a
través de nuestro cuerpo. A esto se le suele llamar “somatizar las emociones”.
Seguro
que te ha pasado alguna vez: la urgencia por ir al baño cuando tenías un
examen, ese nudo en el estómago cuando estabas aguardando una noticia, ese
dolor en el pecho cuando alguien te hace daño con sus palabras o
comportamiento.
Todo esto
nos viene a demostrar de modo irrefutable que existe una clara unión entre
cuerpo y mente. Si nuestra mente sufre, nuestro cuerpo experimenta también ese
padecimiento. Es lo que en psicología llamamos “Trastornos psicosomáticos”; y
todos, absolutamente todos lo experimentamos continuamente en mayor o menor
medida.
LOS
TRASTORNOS PSICOSOMÁTICOS: CUANDO LA MENTE PADECE
Los
trastornos psicosomáticos suelen tener como base fundamental el hecho de tener
que asumir emociones muy intensas, emociones que no podemos llegar a procesar y
que las gestionamos de un modo negativo.
Pongamos
un ejemplo: alguien que tiene un mal trabajo con un jefe que desprecia sus
esfuerzos. La persona llegará a casa abatido, con cefaleas, posiblemente sufra
insomnio, y puede que esta situación de estrés derive en una úlcera de estómago
o en una depresión nerviosa.
Lo mismo
pasa si nos rompen el corazón, por ejemplo, si dejamos una relación y no
afrontamos de modo adecuado ese estado. La tristeza acabará alimentándose día
tras día de nuestros pensamientos hasta atraparnos en la habitación oscura de
cualquier enfermedad, dolencias que no tienen una base orgánica objetivada,
enfermedades producidas por la mente. Penas no curadas que no hemos querido
atender y mirar.
Pero
veamos qué manifestaciones clínicas pueden producir los trastornos
psicosomáticos:
Cardiopatías
isquémicas: la tensión, la competitividad… suele derivar esta enfermedad.
Cefaleas
tensionales: es la más frecuente entre la población general cuando tenemos un
problema.
Asma
bronquial: el estrés en general y ciertos estados emocionales pueden
desencadenar crisis de asma.
Lumbalgias:
el dolor de espalda a nivel lumbar es una de las principales causas de baja
laboral, y, casi siempre, está asociado a problemas emocionales y tensionales.
Eczemas:
consiste en la formación en la piel de vesículas y costras, con gran picor, y
muchas veces asociado al estrés.
ABRIR
PUERTAS ES LIBERAR LAS PENAS NO CURADAS.
Siempre
es difícil. A menudo vivimos situaciones donde nos es complicado poder
reaccionar: necesitamos un trabajo para poder vivir, y los estados de estrés casi
siempre están asociadas a este medio, tampoco podemos controlar todos los
acontecimientos negativos que nos llegan, la vida no es un camino donde todo
esté previsto y donde la tranquilidad esté asegurada…
Pero
debemos estar preparados, tener armas, habilidades personales para establecer
límites, para decir en voz alta aquello que queremos, para mantener una
autoestima bien reforzada donde no permitir dejarnos caer en el abismo de la
indefensión…
Es normal
sentir nervios, miedo, angustia… pero siempre en momentos puntuales y de modo
pasajero. Si esas emociones o penas no curadas persisten durante mucho tiempo
nuestro cuerpo al final terminará quejándose y enfermando. Las penas interiores
deben curarse, o al menos cicatrizar para poder seguir adelante con una
correcta calidad de vida.
De
nosotros depende abrir esas puertas. En nuestra mano está la propia felicidad.
¿Qué tal si empezamos a liberar todas esas penas no curadas que tanto tiempo
hemos mantenido encerradas?
De
nosotros depende abrir esas puertas. En nuestra mano está la propia felicidad.
Fuente:
Vivo en Armonia
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