El
luchador alguna vez fue más sólido que un toro.
Le
encantaba flexionar sus enormes antebrazos aceitados.
Antes
derrotaba adversarios con alegría.
Pero
ahora, la frágil piel está tensa sobre los huesos,
Y
su resuello es un fantasma de su varonil rugido.
En
cualquier punto de la vida, es prudente contemplar la naturaleza de la
destreza.
Si
la tienes, glorifícate en ella, y úsala sabia y compasivamente. Pero no debes
pensar
que eres tú mismo quien está haciendo esas cosas. Estás tomando prestada
esta
fuerza. No es tuya. Es un regalo, algo que está aquí para ti mientras tengas
la
fortuna de tenerla. Una vez que pase, no tendrás las victorias, y tendrás que
cargar
con el mismo cuerpo y la misma mente. Cuando has sido humillado, ¿qué se ha
ido?
Tú sigues aquí, aquí para sentir el dolor de no ser capaz de hacer lo que
alguna
vez fuiste capaz de hacer –a menos que aprendas cómo ejercer tu destreza sin
identificarte
con ella.
Quienes
fallan en aprender esto se convierten en viejos amargados. Maldicen la
vida.
Pierden la fe. Eso es porque pusieron toda su autoestima en sus habilidades y
no
en quienes eran. Por eso es bueno meditar, y no acumular las victorias sino la
experiencia
de esas victorias. Saboréalas. Nadie nunca podrá quitarte eso.
Son
las experiencias que surgen de la destreza, no la destreza misma, las que son valiosas.
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