Tú
eres los demonios.
Tú
eres la oscuridad.
Tu
alma está en juego. Tu alma es la luz.
La
disipación es la amenaza.
No
claudiques la clave. Solo disúelvete.
Los
problemas de la humanidad no son metafísicos. Son personales.
La
condenación está en ti. También lo está la salvación. Tú eres el príncipe de
las
tinieblas.
También eres el príncipe de la luz. Ninguno de los dos puede ser
expulsado
de ti mismo. El arreglárselas valientemente con esa dicotomía es lo
intenso
de esta existencia.
La
inercia está a favor de la oscuridad. La gloria está a favor de la luz. Si no
haces
nada, te deslizas hacia la oscuridad. Si haces el más mínimo esfuerzo hacia
la
luz, serás ayudado. Lucha por la luz. Puesto que el costo es la disipación –del
alma,
de la mente, del cuerpo, de tu humanidad misma.
La
clave de todo esto es tu cordura. Tienes que luchar por mantenerla. Ella media
entre
la luz y la oscuridad.
Si
quieres terminar con la dualidad, debes disolver tu cordura en el todo
universal.
No lo hagas hasta que estés listo, porque no hay vuelta atrás. Hay una
tremenda
diferencia entre la disipación de no hacer ningún esfuerzo, y la
disolución
que uno puede lograr como coronación de un acto espiritual.
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