Las
sociedades antiguas eran tribales;
El
grupo era el que pensaba.
La
sociedad actual está escindida;
El
individuo debe ser complejo.
Las
personas de antiguas tradiciones eran generalmente menos complicadas porque
tenían
la ventaja de una cultura completa que pensaba por ellas. Cada uno tenía un
rol
que encajaba en el todo. Los individuos se podían concentrar en cumplir con lo
suyo,
confiando que las otras necesidades serían cubiertas por el colectivo.
La
especialización de los tiempos modernos requiere roles individuales que no
necesariamente
forman un todo. Con frecuencia incluso perdemos de vista qué es el
todo.
Tenemos comentadores, tenemos críticos, pero no tenemos líderes. Celebramos
el
igualitarismo y el consenso, pero es una farsa: un caos de voces en vez de una
democracia,
un populacho de individuos persiguiendo sus propios fines en vez de una colectividad.
Cae
entonces en el individuo la carga de desempeñar un tremendo rango de funciones.
Tenemos
que hacer más elecciones, estar más informados, actuar en una amplia
variedad
de áreas. No podemos simplemente concentrarnos en hacer nuestra parte,
porque
ahora nuestra parte es competir con todos los demás.
La
espiritualidad es más difícil hoy en día. En el pasado, podías convertirte en
un
aspirante
espiritual y la gente te habría apoyado; una persona santa era tan parte
de
la colectividad como un granjero. Ahora, para ser un aspirante a lo sagrado
tienes
que buscar tu propio trabajo y encontrar nuevas maneras en una sociedad que
apenas
reconoce lo espiritual.
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