Cuando
dos seres alcanzan la verdad absoluta reina la paz y la libertad.
Buscando
información, datos, leyendo e investigando, comparando pensamientos de
Maestros, degustando enseñanzas de verdaderos expertos, concluyo a carta cabal
que es requisito indispensable que los conceptos de cada uno de ellos coincidan
con tal exactitud que no halla margen al error, es obvio, porque su perspectiva
no está influenciada por lo mundano, la verdad absoluta es su norte, recuerden,
cuando dos seres la alcanzan reina la paz y la libertad.
Leyendo a
Krishnamurti al igual que a su alumno Anthony de Mello, comparo sus enseñanzas
con las de Jesús, Buda y otros iluminados, señores, la exactitud en el concepto
sobre Dios que cada uno tiene es asombrosa, hoy traigo a colación un escrito
del Maestro Krishnamurti, es como si todos los Maestros hablaran al unísono,
cada quien a su modo analizara y concluirá si estamos en lo cierto o no.
Nota:
Esto es para hilar finito, no lo tomen a la ligera.
NEGANDO A
DIOS
Yo no
niego a Dios; sería una necedad hacer tal cosa.
Pregunta
a Krishnamurti: La creencia en Dios ha sido un poderoso incentivo para un mejor
vivir. ¿Por qué niega usted a Dios? ¿Por qué no trata de hacer revivir la fe
del hombre en la idea de Dios?
Krishnamurti:
Consideremos el problema en forma amplia e inteligente. Yo no niego a Dios;
sería una necedad hacer tal cosa. Sólo el hombre que no conoce la realidad
gusta de palabras sin sentido. El hombre que dice que sabe, no sabe; el hombre
que está viviendo la realidad de instante en instante no tiene medios de
comunicar esa realidad.
La
creencia es una negación de la verdad; la creencia obsta a la verdad; creer en
Dios no es encontrar a Dios. Ni el creyente ni el incrédulo encontrarán a Dios;
porque la realidad es lo desconocido, y vuestra creencia o no creencia en lo
desconocido es una mera proyección de vosotros mismos y por lo tanto no es
real. Yo sé que vosotros creéis, y que ello tiene muy poco significado en
vuestra vida. Hay mucha gente que cree; millones de personas creen en Dios y
hallan consuelo. En primer lugar, ¿por qué creéis? Creéis porque ello os brinda
satisfacción, consuelo, esperanza, y decís que ello da sentido a la vida.
Vuestra creencia, en realidad, tiene muy escasa significación, porque creéis y
explotáis al prójimo, creéis y matáis, creéis en un Dios universal y os
asesináis unos a otros. El hombre rico cree también en Dios; explota cruelmente
a los demás, acumula dinero y luego edifica un templo o se hace filántropo.
Los
hombres que arrojaron la bomba atómica sobre Hiroshima decían que Dios estaba
con ellos; los que volaron de Inglaterra para destruir a Alemania decían que
Dios era su copiloto. Los dictadores, los primeros ministros, los generales,
los presidentes, todos hablan de Dios, tienen inmensa fe en Dios. ¿Y prestan
ellos servicios, hacen más feliz la vida del hombre? Los hombres que dicen que
creen en Dios han destruido la mitad del mundo, y el mundo está en una miseria
completa. Por causa de la intolerancia religiosa, existen las divisiones de la
gente en creyentes y no creyentes, divisiones que conducen a las guerras de
religión. Ello indica cuán inclinada a la política es vuestra mente.
¿Es la
creencia en Dios, un poderoso incentivo para un mejor vivir? ¿Por qué deseáis
un incentivo para mejor vivir? Vuestro incentivo, por cierto, tiene que ser
vuestro propio deseo de vivir de un modo puro y sencillo, ¿no es así? Si
esperáis algo de un incentivo, no os interesa el hacer la vida posible para
todos sino tan sólo vuestro incentivo, que es diferente del mío; y nos
pelearemos por el incentivo. Más si vivimos felices juntos, no porque creamos
en Dios sino porque somos seres humanos, entonces compartiremos enteramente los
medios de producción a fin de producir cosas para todos. Por falta de
inteligencia aceptamos la idea de una súper inteligencia a la que llamamos
"Dios"; pero este "Dios", esta súper inteligencia, no habrá
de brindarnos una vida mejor. Lo que conduce a una vida mejor es la
inteligencia; y no puede haber inteligencia si hay creencia, si hay divisiones
de clase, si los medios de producción están en manos de unos pocos, si hay
nacionalidades aisladas y gobiernos soberanos. Todo eso, evidentemente, indica
falta de inteligencia, y es la falta de inteligencia lo que impide un mejor
vivir, no el no creer en Dios.
Todos
vosotros creéis de diferentes maneras, más vuestra creencia carece de toda
realidad. La realidad es lo que vosotros sois, lo que vosotros hacéis, lo que
vosotros pensáis; y vuestra creencia en Dios es una simple evasión de vuestra
vida monótona, estúpida y cruel. Más aún: la creencia invariablemente divide a
los hombres: ahí están el hindú, el budista, el cristiano, el comunista, el
socialista, el capitalista, y así sucesivamente. La creencia, la idea, divide;
jamás reúne a la gente. Puede que reunáis a unos cuantos en un grupo, pero ese
grupo se opone a otro grupo. Las ideas y las creencias nunca son unificadoras;
por el contrario, son separativas, desintegradores y destructivas. Por lo
tanto, vuestra creencia en Dios está de hecho extendiendo desdicha por el
mundo; aunque os haya traído momentáneo consuelo, en realidad os ha traído más
desdicha y destrucción bajo forma de guerras, hambre, divisiones de clase, y la
acción despiadada de determinados individuos. De suerte que vuestra creencia
carece totalmente de valor. Si realmente creyerais en Dios, si ello fuera para
vosotros una experiencia real, entonces en vuestro rostro habría una sonrisa;
no destruiríais a los seres humanos.
Ahora
bien, ¿qué es la realidad, qué es Dios? Dios no es la palabra, la palabra no es
la cosa. Para conocer aquello que es inconmensurable, que no pertenece al
tiempo, la mente debe estar libre del tiempo, lo cual significa que la mente
debe estar libre de todo pensamiento, de todas las ideas acerca de Dios. ¿Qué
sabéis acerca de Dios o de la verdad? Vosotros, de hecho, nada sabéis acerca de
esa realidad. Todo lo que conocéis son palabras, las experiencias de otros o
algunos momentos de experiencias propias más bien vagas. Eso, por cierto, no es
Dios, no es la realidad; eso no está fuera del ámbito del tiempo. Para conocer
aquello que está más allá del tiempo, el proceso del tiempo debe ser
comprendido; y el tiempo es pensamiento, el proceso de llegar a ser algo, la
acumulación de conocimientos. Eso es todo el trasfondo de la mente; la mente
misma es el trasfondo, tanto la consciente como la inconsciente, la colectiva y
la individual. La mente, pues, debe estar libre de lo conocido, lo cual
significa que la mente debe estar en completo silencio, no forzada al silencio.
La mente que logra el silencio como un resultado, como consecuencia de una
acción determinada, de la práctica, de la disciplina, no es una mente
silenciosa. La mente forzada, dominada, plasmada, encuadrada y mantenida
quieta, no es una mente en silencio. Puede que durante un lapso consigáis
forzar la mente a estar superficialmente en silencio, pero una mente así no es
una mente serena. La serenidad sólo ocurre cuando comprendéis el proceso del
pensamiento en su totalidad, porque comprender el proceso es darle fin, y al
cesar el proceso del pensamiento empieza el silencio.
Sólo
cuando la mente está en completo silencio, no únicamente en el nivel superior
sino fundamentalmente, en su totalidad, tanto en el nivel superficial como en
los más profundos de la conciencia, tan sólo entonces puede advenir lo
desconocido. Lo desconocido no es algo que la mente haya de experimentar; el
silencio solamente puede ser experimentado, nada más que el silencio. Si la
mente experimenta algo que no sea el silencio, no hace más que proyectar sus
propios deseos; y una mente así no está en silencio. Mientras la mente no esté
en silencio, mientras el pensamiento en cualquier forma, consciente o
inconsciente, esté en movimiento, no puede haber silencio.
El
silencio es liberación del pasado, de los conocimientos, del recuerdo tanto
consciente como inconsciente; y cuando la mente está del todo silenciosa,
inactiva, cuando en ella reina un silencio que no es producto del esfuerzo,
sólo entonces lo atemporal, lo eterno, puede surgir. Ese estado no es un estado
de recordación; no hay entidad alguna que recuerde, que "vivencia".
Por lo
tanto Dios, o la verdad, o lo que os plazca, es algo que adviene de instante en
instante; y ello ocurre únicamente en un estado de libertad y espontaneidad, no
cuando la mente está disciplinada de acuerdo con una norma. Dios no es cosa de
la mente, no surge mediante la proyección de uno mismo; sólo adviene cuando hay
virtud, es decir, libertad. La virtud es enfrentarse con el hecho de lo que es,
y el enfrentarse con el hecho es un estado de bienaventuranza. Sólo cuando la
mente está dichosa, serena, sin ningún movimiento de ella misma, sin la
proyección del pensamiento, consciente o inconsciente, sólo entonces adviene lo
eterno.
Jiddu
Krishnamurti