EL PLANETA DE LA ESPERANZA




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Calor afuera y frío adentro. Tal vez se funda la Antártida y las aguas se desborden, pero seguimos contribuyendo al efecto invernadero.  Tenemos congelado el corazón.

El Sida arrasa al África, de donde una vez salimos todos.  Aunque tengamos medicamentos, parece ser más importante sostener precios y ganancias que salvar millones de vidas humanas. Tenemos congelado el corazón.

Manipulamos la economía, para que las cifras digan lo que queremos que se diga, aunque para ello destruyamos vertiginosamente la Amazonía. Tenemos congelado el corazón.

Consumimos placer, poder, pornografía, cocaína y,  mientras decimos condenarlo,  en realidad permitimos que su dinero oscuro contamine nuestras economías. Se invade Afganistán y aumenta la producción de opio. La muerte repetida y cotidiana en Irak ha pasado a un segundo plano. Y las secuelas del  hambre, más violenta e inhumana que todas las guerras, mata millones de seres humanos cada año.  

Los océanos se recalientan, pero ni los huracanes nos despiertan. En New Orleans las aguas desnudaron la miseria que oculta la opulencia, el huracán del sálvese quien pueda ha puesto en evidencia la insolidaridad, más letal que toda guerra.

¿Podemos descongelar el corazón? Hemos desarrollado el intelecto, nuestros conocimientos se han incrementado a una velocidad de vértigo, hemos conquistado el electrón y enviamos sondas a explorar el universo. Hemos dado muchos pasos hacia afuera, pero tan pocos hacia nosotros mismos, que tenemos congelado el corazón.

Además de criticar, juzgar, perseguir, creer que somos más buenos que los demás, ¿que hemos hecho cada uno de nosotros realmente por la paz?

¿Podríamos hablar de una ecología humana, una en la que nuestra diversidad sea reconocida como la mayor de nuestras riquezas?  ¿Una en la que la solidaridad sea un valor más real que todos los valores de la bolsa?

¿Podríamos hablar de una economía menos fría que la de las manipuladas cifras y estadísticas, e incluir en nuestro presupuesto, con todas  las ganancias económicas, los fracasos, nuestra humanidad, los abrazos, la familia?  ¿Podríamos   destinar al menos lo que nos sobra para amainar la miseria de aquellos a quienes todo les falta?

La ecología de la tierra es también una ecología humana.  No podemos dañar  la tierra sin dañarnos, porque ella, más que la materia, es esa inteligencia viva de Gaia, la Pacha Mama que nos parió.

¿Podríamos volver a sentirnos, a vivirnos, a conmovernos con el océano y el amanecer, a sentir maravillados la danza de las aves, los peces y las culturas? ¿Podríamos mirar  en la nieve eterna de los Andes y los Himalayas  las crestas de las olas en el océano de la evolución? ¿Podríamos salir de la esclavitud  de las cantidades y las cifras para construir una economía cualitativa en la que cuente también la felicidad?

Que podamos vivir de corazón, y nuestra vida sea auténticamente humana. Que sintamos  la misma savia de la vida que da vida a Gaia recorriendo las entrañas. Que todas las culturas y las razas, como ramas del mismo tronco,  podamos  ascender al  fruto de esa humanidad que puede compartir este bello hogar  con los océanos y los volcanes, con los bancos de peces y las bandadas de las aves. Que juntos podamos contemplar el nuevo amanecer del corazón,  para que  más allá de toda razón o sinrazón, sintamos que somos células de un solo cuerpo, chispas de una sola llama. Alma del alma humana.

Jorge Carvajal Posada




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