UNA SAMARITANA DEL SIGLO
XX
El recuerdo de una
conferencia de Elisabeth Kübler Ross, en su memoria
“No se puede curar el
sida con este modelo científico y es muy poco probable que surja una vacuna en
los próximos años porque cada paciente hace un virus que encaja con su
organismo. Si la medicina se bajara del caballo y admitiera que hay muchas
cosas que no puede concebir con el patrón intelectual vigente, entraríamos a
explorar territorios hoy vedados por esa falta de humildad”.
Elisabeth Kübler Ross
La doctora Elisabeth
Kübler Ross (nacida en Zurich, en 1926, y fallecida en Scottsdale, Arizona, en
2004) desmitificó el tránsito de la vida a la muerte en su trabajo durante más
de 40 años con moribundos, especialmente niños con enfermedades de las llamadas
“terminales”. Esta médica psiquiatra, que dirigió la cátedra de Psiquiatría
Clínica y Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Virginia, Estados
Unidos, contribuyó en gran medida a humanizar el misterio del paso final por
este mundo, especialmente en lo concerniente a la problemática del sida.
Esta samaritana del
siglo veinte dedicó a tratar con gran amor (incondicional, según su misma forma
precisa de adjetivar) visitó la Argentina en 1991, invitada por la Fundación
Argentino Brasileña (actualmente Fundación Salud), y disertó en el aula magna
de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Ante quien por entonces
había recibido un par de decenas de títulos honoris causa y publicado varios
libros -entre ellos, “La muerte de un amanecer” y “Una luz que se apaga“, en
español-, no fue difícil comprender cómo comunicaba con los corazones de
profesionales, pacientes y familiares al exponer su enriquecedora experiencia.
En su memoria, el
recuerdo de un artículo con entrevista -con vídeo- publicado aquel año en el
diario La Capital (Rosario, Argentina).
Todo ser nace perfecto
En aquella conferencia,
Kübler Ross explicó que en el ser humano se suceden cuatro etapas, que se
pueden graficar como cuadrantes. En la primera deben atenderse los
requerimientos físicos del niño hasta el primer año de vida, para lo cual
“deben alimentarlo, acariciarlo, contenerlo, para que tenga noción de
protección“, dijo.
-
De uno a seis años, “se
desarrolla el cuadrante emocional, en el que habitualmente los adultos
destruimos lo que surge en los niños de un modo natural. Les prohibimos el
llanto, la ira; los criticamos cuando se ponen celosos y les decimos te quiero
si haces tu cuarto, si sacas buenas notas... Transmitimos enseñanzas erróneas.
Crecen convencidos de que se puede comprar el amor. ¡Imposible! Esas son las
personas que, cuando buscan amor, salen hacer compras. Creamos así a los
pequeñitos Hitler que reprimen sus broncas, sus tristezas y sus lágrimas, que
cuando llegan a adultos pueden convertirse en monstruos, ahogados en un océano
de lástima hacia sí mismos, con graves problemas pulmonares y
gastrointestinales. Sepamos que todo ser nace perfecto y no se debe subestimar
a los niños”, expresó en forma pausada y firme.
Agregaba que “hay que
recapacitar para que los futuros padres críen a sus hijos en forma natural. Si
esto sucede, al desarrollarse el siguiente cuadrante, el intelectual, en la época del aprendizaje
escolar, el crecimiento no es un padecer. A los niños les encanta aprender,
pero no bajo presión”.
Explicó que en la
adolescencia “se abre el cuadrante espiritual y, si el desarrollo ha sido
natural, los jóvenes sabrán adónde deben ir. Cuando un ser humano encuentra su
genuina vocación, lo cual ocurre al existir armonía entre los cuadrantes, la
alegría lo inunda y la vida es una aventura maravillosa“.
Entre los numerosos
relatos que matizaron cada frase suya, Kübler Ross dio su propia idea de Dios:
“Un padre, atribulado por la casi segura muerte de un hijo de corta edad, vino
a consultarme sobre qué podía hacer porque, aun operando al pequeño, las
posibilidades eran escasas. La criatura había nacido de su primer matrimonio.
Ahora estaba casado en segundas nupcias y la enfermedad apareció. Como
pertenecía a un credo en el que se permite solo una unión matrimonial, todos le
decían que lo que pasaba era castigo de Dios, y se sentía culpable. Entonces le
contesté que no podía ayudarlo porque el mío era un Dios de amor comprensivo,
como un padre que quiere lo mejor para sus hijos”.
Kübler Ross
diferenciaba entre los que mueren súbitamente y los que enfrentan un proceso de
muerte. “Quienes fallecen en forma inesperada, por un accidente, de cualquier
tipo, no tienen oportunidad para arreglar asuntos pendientes, los otros sí”,
indicó. También señaló que en los casos de suicidio de niños “no hay que
ocultar el cuerpo a los padres, para evitar el luto patológico, que implica una
negación parcial de la muerte que puede durar años”, y aconsejó la realización
del rito del adiós. “Los padres deben ver el cuerpo, vestirlo, arreglarlo,
peinarlo. Se previene, de este modo, un gasto de energía al creer
equivocadamente en la continuación de una vida que físicamente no está”.
Dedicó tiempo también
para pedir a los médicos que tuvieran paciencia con los enojos de sus pacientes
con cáncer. “No los seden porque eso significa que ustedes quieren
tranquilidad. Cuando los vean enfadados, no lo tomen como algo personal, es
parte del proceso de aceptación de lo que están pasando. Sólo busquen eliminar
el dolor sin ausentar la conciencia. Con drogas se puede tratar el dolor, no
hay excusas. El paciente tiene que controlar conscientemente ese momento de su
vida porque la enfermedad es enseñanza”, y en cualquier caso “el paciente es el
dueño de su vida, no sus familiares“.
Hacia el final de su
conferencia, Kübler Ross desarrolló el punto clave que ha originado todo un
movimiento de seguidores en cuanto a la vida después de la vida. Acompañándose
de un modelo en paño de vivos colores que utilizaba en sus tratamientos con
niños moribundos, explicó cómo “cuando no funciona el cuerpo físico, la
crisálida libera la mariposa. Encontramos a quienes hemos perdido. Se ve una
luz al final de un túnel que se vuelve cada vez más grande. Es la luz de Dios y
nos convertimos en lo que éramos antes de nacer. Ya no hay conciencia, sino
sabiduría“.
Y advirtió a modo de
conclusión: “Cada uno deber evaluar sus pensamientos, palabras y acciones.
Todo, absolutamente todo está registrado. Nuestro destino depende
exclusivamente de nosotros“.
A los pocos segundos de
concluir su disertación estuvo rodeada de una multitud. Su pequeña talla se
perdió entre tantas demostraciones de afecto y reconocimiento. Pacientes, familiares
y colegas profesionales trataron por todos los medios de estrecharle la mano,
abrazarla y besarla… Momentos después se prestó para la siguiente entrevista,
con el mismo vigor con que habló al público y las mismas ganas de comunicar una
buena nueva.
-Doctora, usted afirma
que el sida se cura. ¿No contradice lo que hasta el día de hoy la comunidad
científica viene informando?
-Es un hecho. No hago
manifestaciones que no pueda avalar. Tengo dos chicos que nacieron con sida, no
simplemente HIV positivos, que ahora están sanos e incluso son HIV negativos.
Acabo de mencionar también el caso de una mujer que tuvo sida, con sarcoma de
Kaposi y todo otro tipo de manifestaciones, y que hoy vive, sana y HIV
negativa. No se puede curar el sida con este modelo científico y es muy poco
probable que surja una vacuna en los próximos años porque cada paciente hace un
virus que encaja con su organismo. Si la medicina “se bajara del caballo” y
admitiera que hay muchas cosas que no puede concebir con el patrón intelectual
vigente, entraríamos a territorios hoy vedados por esa falta de humildad. Si
exploramos nuestro aspecto espiritual, nos exponemos a las respuestas. Cuando
trabajamos con pacientes con sida podemos llegar a curarlos. Tenemos que volver
a una forma de vida natural. No “normal”, digo natural, porque hay una gran
diferencia.
-También asegura que
esta enfermedad de fines de siglo es una oportunidad.
-Sí, oportunidad para
crecer. Si usted tiene sida, empiece a aprender cuán negativa es su concepción
de usted mismo o de su estilo de vida, porque eso permitió el desarrollo de la
enfermedad. Si no tiene sida, puede ser que desprecie a los que lo padecen, no
les dé empleo y sin lugar a dudas no los quiera abrazar. En las Escrituras se
dice “amarás a tu prójimo como a ti mismo”; el prójimo incluye al que tiene
cáncer o sida, al homosexual, al que profesa otro credo religioso… Tenemos que
aprender eso de una vez por todas.
Hace años me dijeron
que contábamos con recursos hídricos potables por una década y que después ya
no habría agua limpia. Quiero decir que vivimos de tal modo que no pensamos en
las próximas generaciones. Nostradamus y los indios hopis hicieron predicciones
y nos advirtieron, hace mucho tiempo, que llegaríamos a esta etapa con
catástrofes naturales y humanas. La única forma de pasar de la tragedia del
materialismo a una genuina espiritualidad es que cada ser humano empiece a
vivir en armonía no solo con su prójimo, sino con todo ser viviente en el
planeta.
-¿Qué sucede en los
niños ante el hecho de la muerte?
-Los niños poseen un
don que nosotros, los adultos, hemos perdido. Pueden desprenderse del plano
físico y tener una idea acerca de lo que ocurrirá. Aun frente a la muerte, lo
saben pero no lo verbalizan. Me acerco a ellos, que generalmente se encuentran
“presos” de catéteres y todo tipo de elementos de la tecnología médica, y les
pregunto si quieren compartir lo que han vivido. Con una mirada que me
atraviesa, primero quieren saber por qué hago esa pregunta. Si confían, dicen
que todo está en orden y que los esperan familiares o amigos que ya han
fallecido.
En cierta ocasión, uno
me dijo que lo estaba esperando su madre y “Pete”, otro niño, internado en el
Instituto de Quemados, lejos de allí. Pero nadie, excepto yo, sabía antes sobre
“Pete” y su situación. Cuando salí de la sala de cuidados intensivos, pasé por
la enfermería y una de las enfermeras me avisó que tenía una llamada. Me
informaban que hacía diez minutos “Pete” había muerto. Contesté que ya me había
enterado y desde el otro lado del teléfono no lo podían creer. En 15 años no
recuerdo casos de chicos que no hayan obviado mencionar, en este contexto, a
personas que los preceden en la muerte.
-Cuando menciona casos
de niños moribundos, lo hace como si se tratara de maestros o sabios. ¿Por qué?
-El componente
espiritual de ellos es mucho más importante que el de cualquier otra persona.
Cuanto más ha sufrido un niño, más rápidamente se abre su cuadrante espiritual.
-¿Cómo es que su
trabajo con esquizofrénicos le ha valido para llegar a la conclusión de que
nadie muere psicótico?
-Mucho antes de atender
a pacientes moribundos, trabajaba con psicóticos. Eran mis pacientes favoritos.
Se los rotulaba, sin que nadie supiera qué significaba, como pacientes con
esquizofrenia crónica. Nunca he visto a un esquizofrénico morir
“esquizofrénico”. Cuando están listas para alejarse de su cuerpo físico, estas
personas se hallan tan racionales… Es increíble. Mi experiencia me ha enseñado
que una vez que perciben que el objetivo es el amor, ya no necesitan ser
psicóticos. Veo en ellos la misma paz que percibo en mis niños antes de morir.
-¿Qué actitud sugiere
tener ante los moribundos en general?
-No puedo dar una
receta general. Pero, resumiendo, hay que ser honesto. Si hacen preguntas,
responder con rectitud. El paciente nos orienta, indicándonos incluso hasta
dónde está en condiciones de escuchar.
Aurelio Alvarez Cortez
Fuente: Tu Mismo
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