La
mente que origina el problema no puede solucionar el problema. Esta aseveración
es de una lógica aplastante, pero parece ser que mucha gente no termina de
verlo claro o no quiere verlo. Hay una resistencia al cambio mental, un
aferramiento al lado insano de la mente, que genera tendencias tóxicas como
confusión, avaricia, odio, celos, envidia y otros impedimentos graves en la
senda de la libertad interior y la independencia mental.
La
mente -como declaraba Buda y apoyaba Krishnamurti y tantos sabios de gran
lucidez- es el origen de todos los estados y todos los estados se originan en
la mente. Si la sociedad es un conjunto de mentes y todas ellas realimentan un
estado de sonambulismo psíquico y de tendencias insanas, ¿cómo, si no no muta
la mente, van a poder emerger actitudes y procederes sanos de lo que es insano?
De la ofuscación (que es la fuente de la avidez y el odio) solo puede surgir
ofuscación. El ego individual se hace más perverso cuando se torna ego
colectivo. El gobernante, el político, el dirigente, ¿qué podemos esperar de
los mismos si su mente está llena de tendencias egocéntricas y venenosas y sus
ojos, diría Buda, cegados por la arena de la codicia?.
¿Por
qué no cambia nada? ¿Acaso despues de miles y miles de años del homo sapiens
sapiens sin que haya cambiado nada en lo profundo, no es motivo suficiente para
preguntárselo y ver la manera lúcida y contundente de salir del embrocllo en el
que nos ha metido una mente egocéntrica y ofuscada? ¿Cómo somos tan ilusos o
poco lúcidos como para creer que podemos esperar un cambio alentado por un
pensamiento ofuscado, codicioso, tendente al odio, al dogmatismo, al
resentimiento y al vengativismo?. Un pensamiento tal es el que nos ha metido en
las arenas movedizas de las tendencias egoístas, insanas, perpetuadas ad
infinitum. Y así, todo está dicho, pero nada está hecho. Y el ser (in) humano
sigue condicionado por una mente que no se reorienta hacia lo mejor, más
armónico y compasivo, sino que continúa siendo mal dirigido por una mente
discapacitada que se le impone y le hace tomar direcciones aflictivas y basadas
en el autoengaño y una enfermiza autocomplacencia. Una mente así no sirve. Nos
lo llevan diciendo sabios muy lúcidos desde hace milenios, pero les damos la
espalda, porque no se consideran productivos para el putrescible sistema y se
los relega. Son las mentes más realizadas y luminosas de la Humanidad, pero se
las ignora o incluso son objeto de menosprecio o mofa.
Cuando
el discípulo acudió a visitar a su maestro de meditación y se quejó de su
mente, éste le dijo de manera terminante: «Si tu mente no te gusta, cámbiala.»
A mí, lo confieso, no me gusta esta mente que he «heredado» y que a veces es
como un gusano estercolero que se aterra al ser colocado sobre una rosa y se va
corrientdo hacia el estiercol. Por eso desde niño tengo la viva certeza de que
si algo urge es cambiar la mente. ¡Cambiar la mente! Pero la mente egocéntrica
es tan ladina y perversa que nos engaña para hacernos ver que va mejorando la
calidad de vida psiquica del inidviduo, cuando no lo hace ni un ápice. Unos se
dejan llevar por la inercia, otros se resignan, otros se han vuelto
extraoridnaramente hábiles, o hipocritas, para engañarse. Pero la mente no
cambia, se sale con la suya, se sigue alimentando de los venenosos comestibles
del ego desmesurado en lugar de, aunque sea por sobrevivir, se rinda a la
evidencia y trate de modificarse, pues la misma mente que vela y encadena, es
con la que contamos para desvelar y liberar. Así que como me decía un pceptor
en mi primer viaje a la Inddia: «Si cada uno comenzara a sanear su mente, el
mundo sería muy distinto; un paraiso en lugar de un inferno». No era pesimista,
nó; era lúcido y realista, aunque a veces la lucidez sea hieiente… pero siempre
transformativa.
Hoy
en día que prevalece tanto el innterés por alimentar bien el cuerpo, debemos
entender que más importante todavía es alimentar bien la mente y procurarle
impresiones positivas y sanas y otorgarle momentos de calma y armonía. Del
mismo modo que hay vitaminas para el cuerpo, las hay para el alma: lecturas
inspiradoras, compañías que nos motiven en nuestro desarrollo interior, benevolencia
y compasión, ánimo equilibrado y contento interno. Hay que evitar impresiones
mentales nocivas, vengan de donde vengan, pues nos envenenan y frustran
nuestros intentos por autorrealizarnos. Uno hereda de su mente aquello que hace
con la misma. Y con la meditación, como nos recuerda el Dyanabindu Upanishad,
«destruiremos la ignorancia acumulada durante la vida, alta como una montaña,
larga como mil leguas».
Ramiro
Calle
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