La bella metáfora de la
libélula y los ciclos de la vida
La figura de la
libélula nos transmite una serie de metáforas y simbolismos sobre nuestra
existencia. Compartimos con este insecto la capacidad de transformarnos y la
mágica habilidad para adaptarnos a diferentes escenarios.
La metáfora de la
libélula es un recurso simbólico muy interesante para entender los ciclos
vitales. A veces, resulta de gran utilidad este tipo de referencias en las que
se entremezcla lo literario con lo místico, lo antropológico con la indudable
fuerza que tienen algunos seres del mundo natural.
Lobos, gatos,
mariposas, elefantes… Los animales y sus atributos siempre nos ofrecen buenas
lecciones que pueden servirnos de inspiración.
La libélula es uno de
ellos. Tradicionalmente, se alza como un tótem que engloba dos procesos básicos:
adaptabilidad y transformación. Este insecto siempre ha llamado la atención del
ser humano por ser una criatura que pertenece a tres de las esferas de este
mundo: tierra, agua y aire.
Sus procesos de
transformación, desde que es una ninfa hasta que se convierte en libélula, le
llevan a estar en contacto con esos escenarios esenciales de la propia
naturaleza.
Es una criatura de gran
belleza y fragilidad que pertenece a este planeta desde mucho antes que
nosotros apareciéramos como especie. De hecho, y como curiosidad, sabemos que
ya había libélulas en el periodo del Carbonífero (hace más de 300 millones de
años). Pero eran, eso sí, algo diferentes: tenían una gran envergadura y sus
alas alcanzaban los 90 cm.
Ese gigantismo se
redujo de manera notable hasta tal y como las conocemos ahora. Son criaturas
etéreas y casi mágicas que bordean cualquier zona donde haya agua y de las que
podemos aprender diversas enseñanzas.
«Las libélulas son
recordatorios de que somos luz. Todos podemos reflejarla y ofrecerla a los
demás de manera poderosa si decidimos hacerlo».
–Robyn Nola-
Metáfora de la libélula
La metáfora de la
libélula: cambios, adaptación y avances
Los anisópteros o
libélulas son uno de los insectos más fascinantes del reino de los
invertebrados. Son increíblemente rápidas, pueden alcanzar de hecho los 85
km/h. Uno de los aspectos más atractivos para los científicos y curiosos sobre
ellas son sus ojos.
Tienen cerca de 30.000
facetas hexagonales y cada una dispone de su propio cristalino y retina. Todo ello
con una finalidad: dotarle de una de las visiones más perfectas de la
naturaleza, esa con la que ver de un solo vistazo los 360º de su entorno en todo momento.
Ahora bien, más allá de
su anatomía, de sus llamativos colores o su vuelo extraordinario, está su
simbolismo. La metáfora de la libélula se arraiga en múltiples culturas, las
mismas que han observado en su ciclo de vida, una semejanza a nuestra propia existencia.
Analicémosla en detalle.
Una vida de
transformaciones
La libélula tiene un
ciclo de vida muy particular. Pasa por tres fases muy concretas en su
metamorfosis, las cuales van desde que eclosiona de un huevo, pasando por la
fase de ninfa hasta que se convierte en una espectacular libélula. Ese viaje
dura entre 3 y 6 años, pero curiosamente la etapa más corta es esta última.
Su etapa como libélula
dura apenas unas pocas semanas. La gran parte de su existencia la pasa siendo
una criatura del agua, una ninfa que respira por medio de branquias y se
alimenta de gusanos y renacuajos. Más tarde, empieza a transformarse, y ese
viaje de cambios le obliga a experimentar unas 15 mudas de piel hasta que
emergen las alas.
Tanto las libélulas
como nosotros mismos nos adaptamos a ese viaje vital de cambios donde casi nada
es estático. Ellas entienden que, para sobrevivir en cualquier medio, hay que
cambiar, mudar pieles, dejar ir viejas formas. Solo entonces lograremos ser
aquello que siempre ha estado en nuestro interior y con lo que soñamos.
Vivir el día a día al
máximo
La metáfora de la
libélula nos enseña una valiosa lección. La necesidad de aprovechar el día a
día al máximo. Cuando la ninfa muda su última piel y emergen las alas es
consciente de que su existencia será efímera. Es momento entonces de abrazarse
al viento, de viajar, de explorar, de conocer un mundo muy alejado de su
anterior zona de confort: el agua.
También nosotros
debemos ser capaces de apreciar la vida con la misma pasión y delicadeza.
La metáfora de la
libélula: el equilibrio
A lo largo del tiempo
hay algo que ha fascinado a casi cualquier cultura sobre estos invertebrados:
sus alas. Además de sus tonalidades, de sus juegos cromáticos y destellos,
llama la atención sus afinadas maniobras de vuelo. Las libélulas son poderosas
y elegantes en el aire a pesar de haber pasado gran parte de su vida en el
agua.
Como curiosidad, baten
sus alas unas 30 veces por minuto (a diferencia de los mosquitos que lo hacen
unas 600 veces). Tienen 20 veces más fuerza en sus alas que otros insectos y
sus maniobras de vuelo son muy llamativas y precisas.
Japón es una de las
culturas que más venera a este insecto porque, para ellos, simboliza
precisamente el equilibrio en la vida.
El viaje final al más allá
Para los nativos
americanos, la metáfora de la libélula representa un espíritu guía. Para ellos,
este invertebrado recuerda el viaje final de todo ser humano, ese donde después
de una larga vida dejamos el mundo de la tierra y del agua para ser una criatura
del aire. Un ser alado que asciende finalmente a esa otra esfera donde
convertirnos en espíritus, en almas libres.
Son como vemos,
conceptos interesantes y evocadores. Significados donde se trenza lo simbólico,
la magia del mundo animal y esas culturas que ven en la naturaleza, un espejo
donde vernos reflejados. Vale la pena tenerlo en cuenta.
Legolas Elrond
Fuente: El Rincon del
Tibet
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