En
mi opinión, a cuenta de la reclusión a la que nos vemos forzados se me han
despertado unos conflictos interiores serios. Ya estaban ahí, pero los iba
aplazando y acallando porque no me resulta agradable enfrentarme seriamente a mí
mismo y a las cosas incómodas y fastidiosas que arrastro.
Hago
todo lo que puedo por mantener una vida con los mínimos conflictos posibles y
procuro mantener a la vista la mejor imagen que tengo de mí. Es mejor que la
real.
Esta
reclusión obligatoria me está empujando a hacer cosas que no hago habitualmente
y, tal vez por eso, parece que algunos asuntos que tenía pendientes de revisar
aprovechan para asomarse y ahora me quedo sin el argumento habitual de “no
tengo tiempo, lo miraré más adelante”. Tengo la mente desocupada de otros
asuntos urgentes, y los que estaban pendientes toman protagonismo.
¿Y
con qué me encuentro? con un montón de asuntos pendientes de resolver, con otro
montón de cosas necesitadas de una revisión porque no son de mi agrado pero a
pesar de ello se mantienen ahí por la costumbre, con goteras en mi vida y
desconchones en el corazón, con unas insatisfacciones reales un poco
desconsoladas, con una sensación doliente de que no estoy atendiendo a mi vida
como quisiera hacerlo, y con unos agujeros grandes en el alma que he tratado de
tapar con regalos y con mentiras.
El
paisaje es desolador. La verdad no es nada respetuosa y no colabora con los
auto-engaños. La realidad, cuando se mira frente a frente, sin maquillaje ni
disimulos, a veces es muy dura.
Porque
todos arrastramos cosas que sabemos que tenemos que afrontar pero que aplazamos
comportándonos irresponsablemente. Esperamos un imposible milagro. No resulta
nada agradable remover la mierda y cometemos el error de dedicarnos a olvidar o
tapar los asuntos desagradables en vez de dedicar ese mismo tiempo a
resolverlos. Porque nadie lo va a hacer por nosotros. Y olvidar –que nunca se
llega a olvidar del todo ya que sigue haciendo efecto- no es resolver.
Resolver
es afrontar. Ponerse cara a cara frente a los asuntos, mirarlos, desmenuzarlos,
comprenderlos, aceptarlos, y resolverlos.
La
solución no es ocultarlos ni negarlos ni infravalorarlos. Y esto me lo digo a
mí también. Sé que me afectan, sé que mi autoestima se siente lastimada, sé que
mi Amor Propio no está contento con mi actitud y he oído a mi dignidad quejarse
más de una vez.
Los
miedos. Los miedos siempre están presentes cuando se trata de afrontar esas
cosas menos placenteras. Miedo a que aparezca algo aún peor de lo que parece
ser –tal vez sea mejor no tocarlo, piensa uno-. Miedo a no poder con eso que
aparezca y al final quedarse peor al quedar innegablemente a la vista la
realidad. Miedo a que la imagen más o menos agradable que uno ha construido de
sí mismo se vea afectada y destruida por eso que aparezca.
Esta
ocasión excepcional debería aprovecharse. Esta oportunidad de tener tiempo
“libre” podría ser una buena ocasión para interiorizar y descubrir, para
conocerse mejor y confraternizar consigo mismo. Para resolver asuntos internos
pendientes. Para preparar el terreno y poder salir de nuevo a la calle -cuando
se pueda- resucitado, renovado; salir mejor que cuando se entró.
Esta
parada obligatoria es una buena invitación de la vida para que tasemos
correctamente el valor que le damos a cada una de las cosas y a nosotros
mismos.
Hazte
un favor y aprovecha esta oportunidad.
Te
dejo con tus reflexiones…
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