EN BUSCA DE LA LIBERTAD EMOCIONAL






Expresar las emociones siempre es saludable, aunque si lo hacemos en exceso, puede ocasionar daños colaterales, tanto a nosotros mismos como a los demás. Para evitarlo, Virginia nos propone ejercitarnos en la laboriosa pero enriquecedora ingeniería interior.
No: libertad emocional no es sólo expresar nuestro sentir. Aunque suene extraño, la otra base de la libertad emocional es la represión consciente. O cabría mejor decir “represamiento”, como el de un dique que puede contener el agua y luego encauzarla con un propósito útil (generar energía, direccionar el riego…).

La Psicología en una época dio demasiado mérito a la catarsis: “Hay que dejar salir lo que se siente, ser sincero, ¡expresarlo todo-todo!”. Y, sí, claro que es necesario; pero siempre que cuidemos su riesgo: el exceso. Pues desde ese exceso es como si el dique se rompiera: el agua de las emociones inunda pueblos enteros, arrasando árboles, casas, gente. Así puede suceder en nuestra vida emocional: ¡un desastre!

Luego de haber dejado un vendaval en aras de “ser auténticos” es posible que nos demos cuenta de que la ecuación no cierra: en vez de ser más libres quedamos presos de compulsiones emocionales que no podemos modular. Dañamos y nos dañamos a nosotros mismos, y la resultante está muy lejos de ser aquella a la que aspiraríamos bajo la idea de ser “emocionalmente libres”: el que las emociones se expresen a borbotones puede ser tan nocivo como la represión excesiva, en este caso corroyendo o arrasando nuestros vínculos como el río que desborda su cauce.

En la Psicología del Taoísmo se pondera la habilidad de administrar las emociones. Pero no desde el intelecto: desde la conciencia profunda. Educarse para sentirlas, elaborarlas, y darles cauce inteligente. El I-Ching, (libro de Sabiduría de más de 3.000 años) dice “No debe Ud. desdeñar nunca la posibilidad de refrenar los humores de su propio corazón, una posibilidad en la cual se basa la libertad humana.”

“Luego de haber dejado un vendaval en aras de ‘ser auténticos’, es posible que nos demos cuenta de que la ecuación no cierra: en vez de ser más libres quedamos presos de compulsiones emocionales que no podemos modular”.

Y es que la Psicología de Occidente (sobre todo después de los años 60) quizás ha sobrevaluado la des-represión, y ha temido a la represión como una actitud castradora de la libertad. Por eso elijo la palabra “represamiento”: porque en una represa no sólo está la deliberada intención de contener el agua, sino que no se lo hace de cualquier manera: la ingeniería más especializada es la que debe construir la obra para que sea funcional y duradera. Lo mismo necesita el trabajo sobre sí en este punto: ser realizado artesanalmente, con una honda revisión de nuestros cimientos, de nuestra estructura. Flexibilizar lo rígido, tonificar lo laxo… Una tarea maravillosa, de ingeniería interior. Lleva toda una vida, y a su vez diseña una vida radicalmente diferente a esa vida llevada por las compulsiones irrefrenables.

¿Es difícil este “represamiento” consciente? ¡Claro que sí! Como casi todo lo que vale la pena: es difícil, hasta que se vuelve simple. Es, esencialmente, cuestión de práctica. Ir conociendo palmo a palmo nuestros ríos internos, nuestras cascadas cantarinas, nuestros pantanos estancados, nuestro limo generatriz, nuestros ocultos manantiales… La flora y la fauna que nos habita en la hondura. Volvernos expertos nadadores de nuestras propias aguas: de eso se trata la libertad emocional. De eso se trata la vida.


Fuente: Sophia On Line


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