Me encantan los finales. Cada vez que
lo digo en voz alta, algunos piensan que bromeo y otros, que lo que me gusta es
el drama de esos momentos. En realidad, me gustan los finales porque estoy
convencido que cada final, está continuado por un nuevo principio. Y que todos
los cambios son favorables. Todos.
El miedo que trae un final, se
mantiene porque especulamos que nada de lo que sigue será mejor. Quizás
nublados por la culpa de lo no hecho, la frustración de lo que no fue, o
simplemente como nos sentimos cómodos con lo que nos está sucediendo, nos
negamos a ver más allá para descubrir que lo que sigue también está repleto de
oportunidades.
En mi vida he conocido todo tipo de
finales. Los geográficos con sus mudanzas, los generacionales con las edades,
los financieros, los sentimentales, de relaciones laborales, los internos y
hasta de creencias. Y todo final amenazó con ser negativo. Pero ante cada
amenaza, me detuve. Y en esa quietud, pude reconocer cómo detrás de cada
partecita vieja que caía, algo nuevo aparecía. Nuevo y mejor.
De lo que se va, nos queda la
experiencia. Nada ocurre sin un propósito. Pero cuando ya tenemos la
experiencia en la mano, la vida se lleva el resto. Quizás por eso, a veces,
seguimos circulando por situaciones parecidas. Porque si no tomamos la
experiencia, la vida sigue repitiéndola hasta que la logremos ver y asimilar. Y
pareciera que cambiáramos, pero solo hay finales y nada nuevo comienza, solo
repetimos. A veces con otras caras, en otros lugares, pero repetimos.
Cuando el próximo final se acerque,
estemos atentos a lo que sucede con nosotros. Observémonos. Pongamos atención
en apoyar ese final aceptando lo que ya no es, lo que se va. Pero no demoremos
en abrir la mirada amplia hacia adelante. Porque siempre, siempre hay más.
Julio Bevione
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