CARENCIA AFECTIVA, CUANDO NOS FALTAN
NUTRIENTES EMOCIONALES
La carencia afectiva genera hambre
emocional y deja marca en nuestro cerebro. La falta de un vínculo sólido y de
un apego saludable imprime un sentimiento permanente de ausencia y de vacío.
Además, impacta en la personalidad del niño y perfila en el adulto un miedo
casi constante: el temor a que le fallen emocionalmente, la angustia a ser
abandonado una y otra vez.
La mayoría de nosotros hemos leído y
oído aquello de que el ser humano es, por encima de todo, una criatura social.
Bien, desde un punto de vista psicológico, incluso biológico, es necesario ir
mucho más allá: las personas somos emociones. Esas pulsiones, esas dinámicas
internas orquestadas por complejos neurotransmisores, hormonas y diversas
estructuras cerebrales conforman lo que somos y lo que necesitamos.
“El principio más profundo del
carácter humano es el anhelo de ser apreciado”.
-William James-
El afecto, así como los vínculos
basados en un apego seguro y saludable imprimen en nuestra mente un equilibrio
casi perfecto. Ahora bien, cualquier carencia, cualquier vacío o disonancia
emocional despierta al instante nuestras alarmas instintivas. Lo sabe bien ese
recién nacido que no recibe el calor de una piel que se acomode a la suya para
conferirle seguridad y protección. Lo sabe el bebé que no es atendido cuando
llora y lo sabe el niño que se siente solo frente a sus miedos, al que nadie
acoge, atiende o escucha.
La carencia afectiva es una forma de
involución y genera déficits si aparece sobre todo en edades tempranas.
Asimismo, este vacío emocional también deja “lesiones” en la madurez, cuando
construimos relaciones de pareja habitadas por la frialdad afectiva, la
desatención o el desinterés.
ANATOMÍA DE LA CARENCIA AFECTIVA
Con la caída del comunismo de Nicolae
Ceausescu en Rumanía (1989), se tuvo la desafortunada oportunidad de comprender
con mayor profundidad el impacto y la anatomía de la carencia afectiva en el
ser humano. Lo averiguado en aquellos años fue tan decisivo como impactante. La
situación de aquellos niños huérfanos era de extrema gravedad. Ahora bien, lo
verdaderamente dramático no era la desnutrición o el abandono, era por encima
de todo la desatención afectiva.
La escuela de Medicina de Harvard
hizo un seguimiento permanente de la evolución de aquellos pequeños. Querían
saber cómo maduraría y se desarrollaría un bebé o un niño que apenas había
disfrutado del contacto con un adulto. Tenían ante ellos criaturas que habían
dejado de llorar desde edades muy tempranas porque entendían que nadie iba a
asistirlos. Aquellas miradas vacías y ausentes habían crecido en un entorno
afectivamente estéril, y las consecuencias posteriores iban a ser inmensas.
Se pudo ver que los niños -que sufren
de una carencia afectiva permanente a lo largo de los 3 primeros años de vida-
sufren retraso en el crecimiento físico a pesar de recibir una nutrición
adecuada.
El desarrollo del cerebro era lento.
Algo que pudo verse es que la maduración neurológica se relaciona con el nivel
de afecto que recibe el niño. Así, factores como los genes, el entorno, el
acceso a un cuidador y un vínculo de apego seguro, además de la nutrición
adecuada, la estimulación sensorial y los aportes lingüísticos son claves para
un desarrollo cerebral óptimo.
Aparecieron además trastornos del
lenguaje, problemas de elocución y vocabulario pobre.
Asimismo, también pudo verse que por
término medio, aquellos niños no desarrollaron habilidades necesarias para
construir relaciones saludables.Siempre mostraron una baja autoestima, falta de
confianza, problemas de gestión emocional, hiperactividad, conductas
desafiantes y agresividad.
Las investigaciones realizadas
evidenciaron una vez más la importancia que tiene el apego en el desarrollo
evolutivo de los niños. Disponer de una o varias figuras de referencia capaces
de organizar nuestra experiencia emocional, de nutrirnos y satisfacer
necesidades, genera en nuestra mente un refugio seguro, unos cimientos sólidos
donde asentar nuestra personalidad.
HOMBRES Y MUJERES DE HOJALATA EN
BUSCA DE SU CORAZÓN
Todos recordamos al personaje del
hombre de hojalata en el mago de Oz. Buscaba un corazón, buscaba esa fuerza
interior que le permitiera recuperar la sensibilidad, la oportunidad de amar,
de emocionarse por las cosas. Buscaba tal vez, eso que nunca había recibido.
Buscaba poder conectar con su universo emocional… para volver a ser humano,
para dejar a un lado esa piel de hojalata que hasta el momento, le había
servido como barrera defensiva.
De algún modo, también muchos de
nosotros avanzamos por nuestros mundos de adulto envueltos en ese disfraz de
hojalata intentando mostrar cierta independencia, reserva y hasta frialdad.
Porque quien sufrió desnutrición afectiva se dice a menudo a sí mismo aquello
de que es mejor desconfiar, que no hay que hacerse ilusiones. Devalúan las
relaciones por temor a ser heridos de nuevo hasta que poco a poco, dejan de pedir
soporte afectivo e incluso de ofrecerlo.
La carencia afectiva deja secuelas
muy profundas. Es ese vacío al que un niño no sabe ponerle nombre, una herida
psicológica que no puede traducirse en palabras, pero que queda impresa de por
vida en la conciencia. Es también esa nostalgia devoradora de quien no recibe
el refuerzo afectivo de la pareja y poco a poco se marchita hasta llegar una la
conclusión: a menudo es preferible la soledad a ese vacío emocional.
No descuidemos por tanto este
nutriente vital. Pensemos que el afecto nunca sobra, que las caricias
emocionales nos humanizan, nos hacen crecer, nos fortalecen. Seamos por tanto
valientes suministradores de esta energía que crece cuando se comparte.
Fuente: Vivo en Armonia
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