Fui un
niño neurótico y lúcido. No sé si era un neurótico porque poseía un gran
lucidez hiriente o era la neurosis la que
me otorgaba esa lucidez. Podía ver así, a veces con una percepción
igualmente penetrativa y dolorosa, los diferentes lados de este caleidoscopio
que es la existencia de todos los seres sintientes, desde una hormiga al
llamado ser humano. Desde niño, cuando me quedaba absorto mirando a través de
uno de los ventanales de la casa de mis padres, era consciente del ángulo de
implacable crueldad de la vida, si bien en aquellos días remotos no era capaz
de darme cuenta de hasta qué punto podía serlo. Hasta los más afortunados
tienen que afrontar situaciones muy difíciles, incluidas esas tres “plagas” que
decía Buda y que son la enfermedad, la vejez y la muerte, antes las cuales,
como él nos recomendaba, solo podemos hacer tres cosas: meditar, hacer buenas
obras y estar tranquilos y ecuánimes.
En cierta
ocasión un preceptor espiritual dijo: “¡A veces es tan difícil vivir!” Y muchas
veces todos tenemos que sacar fuerzas de flaqueza para bregar con la vida, que
se encarga antes o después de desbaratarlo todo y que pone a prueba nuestra paciencia,
motivación, fortaleza interior e intrepidez. Pero las dificultades son como
“choques adicionales” o puntos de apoyo para poder desarrollar otra manera de
percibir y ser. Es difícil darle la bienvenida a esas dificultades, pero ellas
se pueden convertir en nuestras aliadas y al final conseguir aquello de que “el
suelo que te hace caer es en el que tienes que apoyarte para levantarte”. No se
trata de dejar de ver, sino al contario, ver más plenamente y poder así
desempañar la consciencia.
Esa
visión lúcida, a veces tan conmovedora que uno piensa que no podrá soportarla,
es sin embargo el manantial de donde nace la genuina compasión. Escuché de un
maestro hace muchos años en la India: “Estamos en el camino para ayudarnos. No
hay otra cosa que el amor”. Cada día que pasa, cada vez que miro con más
intensidad y más me duele lo que veo en la sociedad convulsa en la que vivimos
y “confabula contra el individuo” (Emerson), más consciente soy de que la gran
medicina es la compasión y que al final
siempre se cumple esa ley eterna que
reza: “Nunca el odio será vencido mediante el odio; solo mediante el amor puede
ser vencido”.
Ramiro
Calle
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