CÓMO LLEGAMOS AL AMOR. ENTREVISTA A CLAUDIO NARANJO





Es uno de esos genios chilenos que el mundo reconoce y los chilenos no. Siquiatra de la Universidad de Chile, antes de los 30 años salió a estudiar a Estados Unidos y se quedó allá, en Berkeley. “Soy un buscador sediento,” dice. Su incesante búsqueda la ha realizado libremente, más allá de los confines académicos y religiosos, y hoy, a sus 81 años, es un maestro espiritual respetado. A propósito de su visita a Chile para dar dos charlas, publicamos esta entrevista realizada hace algunos años, en sucesivos encuentros, por Delia Vergara, la primera directora de revista Paula.

Tiene pinta de profeta, con su cuerpo grande, medio encorvado, sus pelos y barbas abundantes, y sus radicales pronunciamientos sobre la condición humana. Viene a vernos esporádicamente a Chile, enseña durante unas pocas semanas y luego se va por el mundo, como si no perteneciera a ninguna parte. Trae buenas noticias, siempre. Una nueva forma de ver la neurosis, un nuevo descubrimiento espiritual, una nueva síntesis de enseñanzas milenarias, en su afán por adentrarnos en el camino del amor, el único que, según él, puede traernos auténtica felicidad.

Impresionante el impacto de la primera vez que lo escuché, en el Goethe Institut, en un auditorio abarrotado, a mediados de los ochenta. Hablaba de cómo había ocurrido su transformación espiritual y sus palabras resonaban en mí como si me vinieran de adentro, como si toda esa sabiduría habitara en alguna parte mía hasta entonces desconocida. Impresionada, no le perdí más la pista. Lo he entrevistado innumerables veces a lo largo de los años con la intención de hacer un libro sobre él. De esa manera me forjé el privilegio de exprimirle una y otra vez sus conocimientos sobre los asuntos que más me interesan en la vida.

Me cautivan sus conocimientos infinitos sobre el camino para llegar a la sanidad, al amor, a nuestra naturaleza espiritual. Su mente prodigiosa ha hurgado en todas las tradiciones espirituales y sicológicas. Encuentra un camino y lo recorre entero, lo experimenta en sí mismo y enseña lo que le ha servido. Los ha recorrido todos: el cristianismo, las escuelas orientales, el chamanismo, las escuelas sicológicas, las audacias de la nueva era.

Aparte de su erudición, tiene el don de la palabra. Transmite lo que sabe como un artista. Sus conferencias son un deleite y a veces las termina tocando una pieza de piano, porque también es músico.

Actualmente tiene una casa en Berkeley, pero no se puede decir que vive ahí porque viaja sin cesar. En su larga vida se ha casado dos veces, y su único hijo, del primer matrimonio, murió en un accidente automovilístico cuando tenía doce años. El impacto de esa muerte lo adentró aún más en el camino que ha recorrido y enseñado.

Ha sido guía de miles de terapeutas y buscadores espirituales en todo el mundo. En Chile lo seguimos una multitud de sedientos que, tal como él, quedamos cortos con las enseñanzas institucionales. Su mirada al predicamento humano es apocalíptica, pero también es optimista, porque él ha experimentado la transformación en sí mismo y le tiene fe. Dedica su vida a transmitir lo que sabe, en más de diez libros publicados, en conferencias y talleres. Lo hace sin grandilocuencia, pero con la convicción de quien no habla por boca de ganso, sino por su propia experiencia.



EL MAL

Tú dices que en el mundo hemos hecho muchas revoluciones y experimentos pero los humanos seguimos vacíos, disfuncionales y hasta peligrosos. ¿Qué es lo que nos falta?
Efectivamente, tenemos una historia muy larga de nobles propuestas y muchas revoluciones para el cambio social. Sin embargo, estas nunca han incluido una propuesta de cambio individual. Parece que ya es hora de entender de si queremos una sociedad diferente necesitaremos seres humanos más completos. No se puede construir un edificio de esa naturaleza sin los ladrillos apropiados.

¿Cuál crees es nuestro problema individual?
Es un problema de origen emocional. Nos sentimos vacíos, inútiles, sin sentido. Tenemos una falta de armonía interior. La mayor parte de la gente, impulsada por este vacío, devora en su entorno, consume, trata de llenarse con la vida de los otros, llenarse de importancia, de poder.

¿Por qué estamos acostumbrado a vivir así, sin tomarlo como una anormalidad?
Padecemos una condición que en teología se llama dureza de corazón. La persona que está en pecado no sabe que está en pecado, está endurecida. La sicología llama a eso neurosis, enfermedad.

¿Cómo describirías este mal interno, cuáles son sus componentes?
Mi mentor, Totila Albert, (escultor y poeta chileno que murió a fines de los 50) lo veía como un desequilibrio interno entre las energías paternas, maternas y filiales. Al interior de la siquis el principio paterno se toma la autoridad y esclaviza a los demás. La sicología, desde Freud en adelante, habla de la toma del poder de lo mental por sobre lo emocional y lo instintivo.

¿Piensas que nuestra enfermedad tiene que ver con el sistema patriarcal?
Los años y la experiencia me han ido confirmando que nuestro mal es el sistema patriarcal. Hemos progresado en un sentido racional, tecnológico, pero al mismo tiempo nos hemos deteriorado en un sentido sico-espiritual.

¿Cómo se manifiesta eso?
Cada individuo vive desde la cabeza, desde su superego, desde la tiranía del debería. De eso se trata la moralidad ordinaria, seguir las órdenes del padre internalizado. El ser humano lleva dentro de sí mismo un capataz y un esclavo, el esclavo es su naturaleza espontánea, instintiva, los elementos maternos y filiales.

¿Cómo nos afecta eso?
Nacemos en un mundo de tiranos, en que los seres que más te quieren son al mismo tiempo los que más te hacen sufrir. Nuestros padres, sin saber que nos dañan, se adueñan del control y la autoridad desconociendo la capacidad de autocontrolante del niño, con muy poca fe en su naturaleza interior. La actitud es: “Yo te amo y te acepto si haces las cosas de tal o cual manera.” Así se va transmitiendo esta cultura que poco a poco va consumiendo la naturaleza y que tiene armas para destruir varias veces el planeta.



LLEGAR AL AMOR

¿Cuáles son las razones de tu optimismo frente a este cuadro que pintas?
Hoy hay más conciencia que nunca del sufrimiento en su raiz, que es el sufrimiento del no ser, la sensación de sinsentido. La gente llega a las consultas sicológicas diciendo: “No estoy bien, esto no está funcionando”. En sicoterapia se dice que es un elemento de buen pronóstico tener conciencia de enfermedad. Por otra parte, aunque desde siempre ha habido gente que evoluciona, en este siglo existe lo que podríamos llamar una “metodología del amor”, que es la contribución de la sicología. Antes de la llegada del conocimiento sicológico pareciera que hubiera faltado alguna pieza, un recurso para esta empresa de cambio. El mero mandamiento de amar a los demás no ha servido, se necesita un método terapéutico más refinado para lograrlo.

 ¿Qué es lo nuevo que ha aportado la sicoterapia?
Instrumentos para conocerse a sí mismo, para sanar la herida emocional y para liberar lo instintivo. Los terapeutas tratamos de sacarle el policía interior a las personas. El ser humano es más completo cuando puede dejar que todos sus elementos internos, -la mente, el instinto y las emociones-, se abracen en vez de debilitarse combatiéndose unos a otros.

Eso de la liberación del instinto pareciera algo pecaminoso en el mundo que vivimos.
Yo tengo más fe en el instinto que en la civilización actual. Los instintos humanos libres se autoregulan. Una persona sana recupera esa espiritualidad que viene del animal interior; recupera, por ejemplo, la sexualidad, que está muy dañada en la mayor parte de la gente a pesar de que hay en el mundo una libertad sexual superficial que yo no veo como libertad, sino como una contrarrepresión a la represión. Eso no tiene nada de sano.

 ¿Qué ganas conociéndote a tí mismo?
Conocerse a sí mismo es conocer al falso ser, a ese idiota que llevamos dentro que constantemente nos hace sufrir. Cuando uno logra verlo, está comenzando a hacerse sabio. Es duro el autoconocimiento pero es importante saber lo que uno experimenta, tener conciencia de lo que se siente. Es sanador tomar conciencia de la agresividad inconsciente, del dolor inconsciente, del miedo inconsciente. Para sanar el odio, que es una plaga generalizada, inseparable del hiper deseo, de la codicia, de la necesidad nuerótica de más, es necesaria la aceptación sincera de esos sentimientos en uno.

 ¿Tiene el sentido de la confesión de los cristianos?
Si, porque proporciona ese espacio íntimo para confesarse a sí mismo. Es necesario ver todo eso para decir “basta, voy a abordar un camino nuevo, que es el camino amoroso”. El amor va mas allá de algunos sentimientos que se han idealizado como amor. Se idealizan las pasiones como amor, el enamoramiento como amor, pero el amor verdadero es una cosa muy poco dramática, es una actitud de no hacer daño a los otros, un sentimiento franternal.

 Además de la sicoterapia, recomiendas la meditación.
Las enseñanzas espirituales de todas las culturas nos dicen que solo cuando la mente se aquieta puede reflejar algo que está más allá de ella. Si callamos nuestras voces pequeñas puede oirse una voz que está en otro nivel, que nos llevará por el camino correcto. Esa es la voz de la conciencia, del ser, la parte de la mente que da sentido a la vida.

 ¿Qué sería estar sano para tí?
Sentir el bienestar de ser.



EDUCAR LA AFECTIVIDAD

 Has dicho últimamente que el tema de la educación te acalora. ¿Por qué?
Porque ya es hora de que tengamos una educación para el desarrollo humano. Tenemos una educación predominantemente intelectual, en que los demás aspectos del ser humano son desestimados. Nada necesitamos tanto como una educación afectiva, una educación de esa capacidad amorosa que es la base de una buena convivencia familiar y social. Si no alcanzamos una dosis mayor de bondad, toda la información técnica no va muy lejos.

 ¿Qué te hace pensar que eso es posible?
Es difícil, porque la educación tendría que superar sus tabúes contra lo terapéutico y contra lo espiritual. Eso no lo hace menos urgente. La educación podría incluir una instrucción espiritual no dogmática, prácticas concretas que sirvan al cultivo de la mente profunda, y un proceso de autoconocimiento guiado que lleve a los jóvenes no solo a cambios de conducta sino a esa transformación que es la esencia de la madurez humana.

 Sin embargo ya existe algo así como una educación en valores.
Eso no es suficiente. Para llegar a encarnar los valores no basta esa combinación de instrucción y sermón que se llama la educación en valores. Son necesarios los procesos más profundos de los que hemos hablado. Los profesores tendrían que hacer esos procesos como parte de su educación antes de poder guiar a los jóvenes.

 ¿Cómo interpretaste las protestas de los estudiantes que han movilizado toda la discusión de la educación en Chile?
Veo un despertar, nos estamos haciendo conscientes de nuestra realidad. Hoy tenemos una democracia gobernada por el 1% para el 1% y eso se está haciendo cada día más visible. Está ocurriendo un darse cuenta que se va esparciendo y va cambiando la reacción de las personas ante asuntos que antes no veía. Es una conciencia que deslegitima las viejas instituciones, aunque no se tenga claro hacia dónde vamos.

 Fin de mundo, se dice por ahí.
Estamos entrando en otra cosa. Parece que el barco se está hundiendo, una civilización se está resquebrajando. Yo pongo mi esperanza en el naufragio porque nada interfiere más para que tengamos un mundo mejor que el sistema de poder y de valores que hemos construido.

 Hay mucha gente asustada.
Más vale mirar esta crisis como una oportunidad, no hay que tenerle tanto miedo. Lo que se hunde es una cultura que tiene eclipsado el amor. El valor cultural predominante es la competencia, no es la solidaridad. Falta el reconocimiento colectivo de que lo verdaderamente humano es la solidaridad.

 ¿Ves esperanza?
La gran pregunta es cómo pasamos de un mundo a otro. Yo pongo mi confianza en la creatividad social. A los jóvenes les tocará la tarea de construir una nueva cultura desde la conciencia, desde los valores verdaderamente humanos. En Chile son los jóvenes los que se indignaron primero reclamando por la educación. Pienso que en la rebelión de los jóvenes hay algo más de lo que se ve. Ellos saben, porque están más despiertos, que la educación que reciben es irrelevante,que no les va a servir para vivir.



SU PROPIA TRANSFORMACIÓN

 ¿Qué le dirías a alguien que desea abordar el camino que propones?
Que el cambio interior es un trabajo, una disciplina. Es necesario trabajar por nuestro progreso espiritual. El esfuerzo tiene mucho que ver con estar dispuesto a sufrir, a mirar lo doloroso y torcido que hay em uno. Después de esa etapa, que es terapéutica, viene un nuevo nacimiento. Nace el ser verdadero de uno mismo, que sabe vivir.

 ¿Cómo ha sido ese proceso en tí?
Mi búsqueda empezó con experiencias durante mi adolescencia en las que sentí un nivel de felicidad desconocido, pero fueron transitorias, las perdí. El hecho de haberlas perdido dejó en mi conciencia La sensación de que había algo que buscar, un estado muy superior a la felicidad ordinaria que antes había experimentado. Durante todo el tiempo que viví en Chile mi búsqueda fue mi ocupación principal, pero lo llevaba como algo secreto sobre lo que escribía em cuadernos privadísimos. Me sentía um bicho raro. Solo al llegar a trabajar a la Universidad de California en Berkeley, Estados Unidos, al comienzo de la década del sesenta, me sentí en un oasis porque me encontré con otros buscadores semejantes, una nueva generación que se estaba liberando de la autoridad de sus mayores.

 ¿Qué era lo que cuestionaba esa gente?
Esa división del pensamiento humano en multitud de escuelas, religiones y tendencias que luchan entre sí. Eso se veía como el autoritarismo dentro de cada uno de los sistemas, el decir: “Miren, aquí está la verdad entera.”

 ¿Como veían ellos las cosas?
Pensaban que todas esas visiones eran complementarias, eran parte de un mismo pastel. Eso me hizo mucho sentido. Yo fui uno de los primeros colaboradores de Esalen, un centro de crecimiento que reunió el interés terapéutico con el espiritual, el artístico y el corporal, en una actitud integradora que después se generalizó en el mundo entero.

 ¿Hiciste todos los aprendizajes?
En Esalen había gente extraordinaria, y naturalmente los aproveché. Yo tenía una cierta invulnerabilidad al dolor, y, por lo tanto, al amor. Tenía una sequía interior.

 ¿Quiénes te marcaron?
Un encuentro muy importante de ese tiempo fue con el creador de la terapia gestáltica Fritz Perls. Era un gran maestro y un hombre que había llegado a mucho. Participé en varios talleres de Gestalt con él, y como todavía no se había hecho famoso recibí mucha atención de él. Después fui uno de sus sucesores.

 ¿Qué aprendiste de Pearls?
Pearls fue un profeta del aquí y el ahora, eso que con el tiempo se ha hecho tan común. Hizo sentir a quienes se acercaban a él que había como un camino del estar presente. Enseñaba a encarar el momento sin tratar de escapar hacia pensamientos acerca del pasado o del futuro. En la vida común el pasado y el futuro rara vez son tomados como objetos de La reflexión, sino que son objeto de ensoñaciones vacías. La recomendación de Pearls de vivir en el ahora se basaba en que solo vivimos el momento presente. Eso es algo que la persona sana sabe, pero las personas neuróticas no se dan cuenta, mientras están enredadas en una seudo existencia de pensamientos y emociones negativas.

 ¿Cuáles fueron tus primeras experiencias con la meditación?
Tuve la suerte de recibir instrucción de meditación de Suzuki Roshi, el primer maestro de meditación Zen que llegó a Estados Unidos. También fue importante la experiencia con el psicólogo americano Leo Zeff, uno de los grandes expertos en el manejo de la terapia con alucinógenos, que cuando se hace en manos de un experto puede acelerar mucho el proceso terapéutico.

 Escuché que tu experiencia definitiva la tuviste en Chile.
Fue en Arica, con el maestro espiritual Oscar Ichazo. Ese fue el principal peregrinaje de mi vida, en el desierto de Azapa. Nos vinimos unos cuarenta compañeros de Esalen durante meses al desierto a trabajar con Ichazo. Ahí experimenté un verdadero nacimiento a un nivel de conciencia desconocido. Ese fue el comienzo de un camino de transformación profunda, sin vuelta atrás.

 ¿Qué te ocurrió ahí?
Tuve una tremenda expansión, que partió de una experiencia mística. Recuerdo haber usado en mi diario la expresión “ví a Dios cara a cara”. No había palabras, no había contenido, ni siquiera silencio. Lo que más se acerca a lo que viví es la palabra nada, pero nada tiene sabor a nada y eso era más todo que nada. Cuando salí de la experiencia tuve un gesto de oración, de pedirle a Dios una confirmación de que esto era El. Y me surgió espontáneamente un cantar, algo hermoso, que entendí como una respuesta de lo divino a través de la creación de una belleza.

 ¿Qué pasó después?
De vuelta en California le decía a mis amigos: “Tengo la impresión de haber nacido de nuevo, de ser como una guagua que no tiene brazos ni piernas, que no sabe andar y apenas sabe hablar.” Tenía una gran conciencia de mí, y de la distancia que había entre mis actos y mi inspiración. En los momentos de recogimiento, de meditación, me volvía a invadir un estado que era como mi ser verdadero y me daba cuenta de lo absurdamente imperfecta que había sido mi acción durante el día. A través de este contraste empezó un aprendizaje del vivir. Era como una caída que era ascenso al mismo tiempo. En ese tiempo cambiaron radicalmente ciertas vivencias neuróticas, una cierta manera de depender de la gente, una cierta relación con el mundo. Pero había momentos que me sentía un idiota. Había siempre un saber que iba avanzando pero era más intenso que nunca el sentir que algo me faltaba.

 Has afirmado que pasaste por “la noche oscura del alma”.
San Juan de la Cruz le llamó así a esa etapa de su proceso, cuando luego de sentir una gran identidad con Dios, lo perdió.

 ¿Hay etapas definidas en el proceso de transformación?
Hay tantas descripciones como personas que lo han hecho. Como todo lo que pertenece a la vida, se puede mirar desde muchos puntos de vista. Lo que se puede ver a través de los místicos es que después de una fase purgativa viene una fase iluminativa, que es como una luna de miel espiritual; después viene la sequía, la dificultad, los obstáculos, en la que los santos pierden su santidad. Y all final se llega a lo que se llama la fase unitiva.

 ¿Consideras que llegaste ahí?
No, de ninguna manera. Me siento más que nunca en proceso, en transición, sin embargo me siento guiado desde adentro. Seguir adelante es algo que el cuerpo y el alma me piden. Ya no necesito ser empujado desde fuera.

 Eso de mirar tus heridas, de estar consciente de todo eso, ¿terminó en algún momento?
No, eso nunca se abandona, yo diría que va en aumento. La sensación es que antes uno tenía la piel sana y el centro enfermo y después hace erupción el volcán y llega un momento en que se siente que está limpio el centro, uno está en paz consigo mismo, pero las heridas están más flor de piel, se ven más.

 ¿Es necesario tener que vivir con eso?
A mi me parece que todo está muy bien construido en la naturaleza de modo que sigamos caminando sin que se nos vayan los humos a la cabeza.

Fuente: Vivo en Armonia




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