LA SOLEDAD: UNA EXCELENTE COMPAÑÍA

 


Hablar de la soledad es primero entender que la soledad puede ser una elección, una elección que cada uno de nosotros voluntariamente ha hecho para precisamente encontrar esa edad del sol. Tener la oportunidad de estar consigo mismo. Y es una diferencia muy importante, porque tenemos que aclarar que una cosa es, en medio de esta soledad, elegirla por voluntad propia como lo decíamos. Y otra cosa es sentirse solo. Y sentirse solo tiene grandes implicaciones porque ese sentirse solo a pesar de que estamos rodeados de muchos seres o de un entorno maravilloso implica que posiblemente hemos generado rupturas en la capacidad de vincularnos con los otros y con nosotros.

 

El estado de la soledad, si lo empezamos a mirar en ese proceso de elección voluntaria no como un castigo sino como una maravillosa oportunidad para reencontrarnos con nosotros, va a tener connotaciones muy especiales.

 

Por ejemplo, entender que la vida es cuestión de ritmos y de pausas, y que justamente en la música de la vida, donde cada uno está aportando su propia nota desde su propio instrumento, se nos va a facilitar a cada uno de nosotros hacerse copartícipe de este proceso tan bello que es la vida.

 

Recuperar la música, recuperar esas pausas, recuperar los ritmos, implica intentar entrar en ese equilibrio maravilloso que, desde el principio, que desde que apenas éramos un embrión, ese corazoncito cuando se estaba formando más o menos a los 21 días de engendrados, nos empezaba a recordar con ese “tun tun”, con esa percusión interior, que ya era el tiempo de que escucháramos nuestra propia música. Por eso entonces se comenzó a formar el oído embrionario, como la necesidad de escuchar ese sonido. Ese sonido ahora lo rescatamos a través de la música.

 

Tenemos esa oportunidad desde la soledad para poder escuchar atentamente enfocados en ese sonido, en esa música tan especial lo que cada uno de nosotros lleva en su interior.

 

Eso implica también que si hablamos de manejo de los ritmos y de las pausas, tenemos que decir que la soledad es una bella oportunidad para encontrar el manejo del tiempo, para darnos cuenta de que en esa oscilación continua entre el pasado y el futuro, estamos siempre teniendo que pasar a través de un presente y ese presente nos invita a contactarnos con el corazón.

 

Ese presente entonces nos invita maravillosamente a saciarnos de eso que llevamos en el tiempo presente, en ese corazón, en el centro. Porque volver al centro nos invita también a priorizar, a no procrastinar, a elegir lo que jerárquicamente es importante, a dejar atrás lo no esencial y a dejar atrás posiblemente muchas cosas que hemos venido cargando del pasado que nos invitan a abrir un poco nuestra visión, a proyectarnos. Desde ese centro el tiempo es único, el tiempo es presente siempre, donde nos invitamos a nosotros mismos a cerrar los ojos, a mirar al interior, a darnos cuenta que allí es donde realmente habitamos. Y desde ese interior entonces podemos contactar, no solamente con nosotros mismos sino con quienes vamos a formar vínculos fundamentales para mantener precisamente el proceso del equilibrio.

 

Ese equilibrio depende en gran medida de nosotros y eso implica entonces resonar en la frecuencia adecuada.

 

Si hablamos de tiempos necesariamente tenemos que hablar de frecuencias. Y resonar en la frecuencia adecuada, como decía Christiaan Huygens, ese médico holandés que por allá en 1640 y tantos escribió la Ley de la Resonancia Mórfica, significa que “vale la pena que nos encontremos de corazón a corazón”. Ese encuentro desde la soledad nos permite reencontrarnos con nosotros mismos para poder dar apertura a ese cuarto centro que también nos invita a relacionarnos con el otro, pero desde el ser que somos y no desde el exterior, desde lo que cada uno en su esencia representa. Entonces ese resonar, esa frecuencia, se hace absolutamente maravillosa porque cada uno aporta y suma. Y si sumamos las ondas, vibrando de manera armónica, vamos a encontrarnos sin duda en un presente maravilloso.

 

Ese presente que como el latido cardíaco nos invita a hacer movimientos de exaltación pero también movimientos digámosle de diástoles, de pausa, de encontrarnos. Con momentos maravillosos para la reflexión, para volver a flexionar, para encontrarnos también con nuestra humildad. Esto nos dice que vale la pena sintonizarnos en la emisora adecuada. Evitar el ruido. Y el ruido de las emociones precisamente está bien representado en el elemento agua. El agua precisamente es la capacidad adaptativa que se tiene frente a esas emociones, y nos invita a que en ese movimiento interior entremos en la calma donde podemos vernos reflejados en esa agua y en ese espejo reflexionar. Volver a flexionarnos, que se dé el movimiento de la reflexión, donde cada uno de nosotros desde el punto de vista óptico puede mirarse de nuevo, puede contemplarse de nuevo con sus imperfecciones, con sus limitaciones, con todas estas cosas que cada uno de nosotros simplemente tiene el derecho a percibir.

 

Alejandro Posada Beuth

 

Fuente: Asociacion Internacional de Sintergetica

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