Adquirir el hábito de sentarse a meditar a diario para
escuchar lo que nuestro Corazón tiene para nosotros, es abrir un saludable
paréntesis en mitad de la actividad cotidiana. Es permitirse un espacio en
blanco donde el descanso es completo y total.
Normalmente, realizamos actividades con la idea de
obtener algún tipo de beneficio o provecho. Ello es lícito. Sin embargo, la
meditación funciona de otra manera. Al meditar, partimos sin expectativas de
ninguna clase. Nada hay que intentar obtener. Ningún bien material va a
fructificar por el mero hecho de sumergirse en la quietud de la meditación. Los
beneficios de la meditación son infinitos, pero de otra índole.
La meditación es el acto del “no hacer”. No hay nada
que hacer, ni tampoco ningún sitio a dónde ir…, ni huir. Sentarse, cerrar los
párpados y sentirse…, es detener la dimensión espacio-temporal, es
descender en vertical hasta lo más profundo del Ser. Es detener nuestro pequeño
mundo mental para darnos cuenta,
por vía de experiencia, que formamos parte de un Universo infinitamente mayor.
A esta comprensión se le denomina conocimiento, y a su aplicación,
sabiduría.
A la mente le gusta la variedad, la distracción, el
probar diferentes técnicas y debatir sobre la conveniencia de una u otra. Es
normal que así suceda, esa es su naturaleza: saltar de un objeto a otro, al
igual que un mono salta de una rama a otra. Así, pensamientos, sensaciones,
emociones, recuerdos, proyectos, deseos, aversiones, etc. aparecen en el campo
de la consciencia arrastrando nuestra atención y robando una energía preciosa
que se disipa corriendo en pos de objetivos ajenos a nuestra esencia.
Las técnicas son como juguetes que se utilizan para
generar atención. La mente se concentra sobre un objeto siguiendo una técnica
determinada. Pero, la técnica, en sí misma, es un medio para llegar a un fin. Y
ese fin concreto, es la consciencia del Ser. El camino que se emplee para
acceder a tal estado, que es anterior a la mente, es indiferente. No hay
ninguno mejor, ni peor, que otro. Son soportes sobre los que construir un
portal de entrada para la reconexión. La postura de meditación es el arco, las
técnicas son las flechas, pero la diana, eres tú.
En realidad, las diferentes técnicas utilizadas
corresponden al nivel de Pratyahara,
aislamiento sensorial. El siguiente paso, en la escala que Patanjali indicara
en sus Yoga Sutras, es Dharana,
la concentración. A través de la práctica continuada de la atención, se llega a
la concentración. Y con la concentración mantenida en el tiempo, sobreviene el
estado de meditación.
Paradójicamente, al estado de meditación no es posible
acceder a través de la mente. La mente es posterior a tal estado. Así pues,
realiza tu práctica con independencia de la técnica que hayas decidido
realizar. Todas son válidas. Lo que importa es encontrar una que sea adecuada a
tu carácter y personalidad. Dedica un tiempo a investigar cuál es la más
conveniente para ti, pero no te extravíes en tal búsqueda. Recuerda que, hay
tantos caminos como seres humanos, y tú has de encontrar y recorrer el tuyo
propio.
Con la práctica de la meditación sobreviene la
comprensión de la verdadera naturaleza. Una comprensión íntima en la que
sientes la vida que eres y de la que un día creíste estar separado. Nunca te
separaste, fue tu imaginación la que supuso que el mundo estaba allí y tú aquí,
creando la sensación ilusoria de dualidad. Los sentidos físicos te ayudaron a
crear tal percepción errónea del mundo y de la vida.
Cuando te sumerges en el Sí-mismo, independientemente
de la técnica que utilices, el océano de la vida se manifiesta porque te das un
baño en él. Ya no hay nada que hacer. Sientes que todo está bien, que todo es
adecuado. Y todo comienza a integrarse; porque comprendes que eso es lo
natural. La meditación lo integra todo porque bebe de la fuente donde la Unidad
nace. La mente desintegra y separa, creando la ilusión de la dualidad.
Esto es una experiencia intransmisible a través de la
palabra. Si te introduces en la meditación, penetras en una dimensión donde la
desintegración es imposible y la integración lo único que existe. Esta nueva
percepción hará que todo sea diferente sin que nada haya cambiado. En el mundo
exterior continuarán las cosas igual que siempre. Nada va a cambiar porque
medites. Y, sin embargo, todo se torna radicalmente diferente, porque el que ha cambiado eres tú. Intentar
cambiar el mundo exterior es un esfuerzo ingente que a nada lleva, a menos que
tal intento sea la consecuencia de una profunda transformación interna.
El cambio auténtico siempre es interno. Es el que hace
que percibas el mundo de un modo diferente, desde un prisma distinto. Y ahora
sí, desde esa nueva visión integradora y plena de conocimiento, aparecerá la
sabiduría a través de un cambio en el modo de relacionarte con los
acontecimientos externos. Será tu actitud lo que se modifique. Y así, será tu
mundo el que se transforme. Ya no te proyectarás ni identificarás sobre las
cosas; tampoco te dejarás arrastrar por las impresiones externas. Tendrás un
eje, que es tu Ser, desde el cual vivir y disfrutar de la alegría de estar
vivo. Sentirás el milagro infinito que es poder respirar, caminar y ver un
cielo azul en contraste con las nubes blancas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario