A veces, es mejor
respirar profundo y quedarnos callados
Dicen que el silencio
es el arte que alimenta la sabiduría, por ello en ocasiones no hay más remedio
que hacer uso de él para responder con acierto, para no continuar con
conversaciones y hechos que no valen la pena.
Respirar profundo y
quedarse callados en ciertos momentos es la mejor opción que podemos tomar.
El silencio, en
ocasiones, actúa como un despertar de la conciencia, y eso es algo excepcional.
No solo nos sirve para gestionar mejor conversaciones o situaciones puntuales,
es también un canal donde tomar contacto con nosotros mismos para dejar de
“hacer” durante un instante y, simplemente, “ser”.
Estamos pues ante un
tema con interesantes matices y curiosos aspectos que pueden servirnos de gran
ayuda en el día a día. Te invitamos a profundizar en los múltiples aspectos del
silencio y en el arte de quedarnos callados.
El ruido mental, el
ruido que nos envuelve y nos devora
Vivimos en la cultura
del ruido.
No nos referimos
precisamente a la presión del sonido ambiental, al ronroneo persistente del tráfico,
al ronquido perpetuo de las fábricas o al eco de las grandes ciudades que nunca
duermen.
Hablamos del ruido
mental, ese alboroto de emociones contrapuestas.
Una discordancia mental
que produce no solo que dejemos de escuchar a quien tenemos enfrente, sino que
a menudo provoca que dejemos de escucharnos a nosotros mismos.
Estamos influenciados
por un tipo de comunicación donde la voz entusiasta, la que grita y no deja
pausas es la que triunfa. La vemos en nuestros políticos, la vemos en muchas de
nuestras reuniones de trabajo, ahí donde quien guarda silencio se le etiqueta
al instante como a alguien poco decidido o falto de carisma.
De hecho, el ensayista
y periodista George Michelsen Foy, hizo un estudio para demostrar que en la
cultura occidental la persona que guarda silencio antes de responder es vista
con desconfianza o con sospecha.
Las conversaciones se
ensamblan muchas veces a través de frases y palabras que no pasan por un
adecuado filtro mental o emocional.
Se nos olvida que
gestionar el lenguaje y la palabra es también el arte de la inteligencia, ahí
donde el silencio, es a menudo un punto de paso necesario.
Detengámonos, al menos
un instante, para encontrarnos.
Es necesario pararnos
para ver y sentir al otro.
Comprendamos pues que
no hay nada malo en tomar aire y quedarnos callados en medio de una
conversación.
Tal vez lo que digamos
tras esa pausa sea la solución al problema o la llave para recuperar nuestra
relación.
Quedarnos callados y
regalar silencio puede ser un castigo
George Bernard Shaw
decía que “el silencio es la expresión más perfecta del desprecio”.
Así, debemos tener
mucho cuidado en cómo lo utilizamos, en cómo lo aplicamos en función del
contexto y las personas receptoras de eses silencio.
Hasta el momento, hemos
dejado claro que el uso del silencio es una herramienta perfecta para gestionar
las propias emociones, para centrarnos en el aquí y ahora y poder emitir así
una respuesta o un tipo de acción más acertada.
El que no sabe estar en
silencio no sabe hablar.
El emprendedor,
investigador y conferenciante Luis Castellanos nos habla de este mismo tema en
su libro “La ciencia del lenguaje positivo“.
El silencio es una
pausa para nosotros mismos.
Quedarnos callados es
algo necesario, por ejemplo, cuando volvemos del trabajo y estamos a punto de
entrar a casa.
Algo tan sencillo como
respirar profundo y permanecer en silencio unos segundos puede alejar la
presión y la ansiedad de ese otro contexto que no debemos proyectar en casa.
Ahora bien, algo que
estaría bien tener en cuenta es que el silencio puede actuar muchas veces como
un cercenador de la calidad de nuestras relaciones personales.
Son las palabras las
que educan, son las palabras las que sanan y ellas quienes nos ayudan a tender
puentes, a crear raíces y consolidar nuestros vínculos a través de un lenguaje
positivo, empático y cercano.
De ahí que debamos
tener muy claro que el silencio no es un castigo positivo para ningún niño, que
cualquier mal acto, travesura o desatino no se soluciona con retirarle la
palabra o con renegarle a la soledad de su habitación. Con ello, lo que hacemos
muchas veces es alimentar la ira.
En estos casos la
comunicación es imprescindible, esencial para cambiar conductas, para reconocer
errores y prestar ayuda hacia la mejora.
Hagamos pues un buen
uso del silencio.
Hagamos de él nuestro
palacio de calma donde reencontrarnos, donde armonizar emociones, donde calmar
la mente y para encontrar en él, la mejor respuesta, la palabra más hermosa
para el momento más necesitado.
Valeria Sabater
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