En mi
opinión, una gran parte de las personas tienden a ser excesivamente exigentes
consigo mismas, poco tolerantes y nada comprensivas –sólo una milésima parte de
lo tolerantes y comprensivas que son con los otros-, y más tendentes a
reprocharse y culpabilizarse que a aceptarse y comprenderse.
Y si lo
deseas, te paras un momentito, piensas en cómo te comportas contigo cuando te
pillas en eso que calificas como errores, cómo aparece un sentimiento de culpa
al que no le aplicas la comprensión amable, o cómo te tratas cuando te
reconoces en una equivocación, y comprobarás que en esos casos aparece
inmediatamente tu Inquisición particular, la intransigencia, una mueca seria en
tu rostro, y una dureza innecesaria en tu corazón.
Y todo es
culpa de la etiqueta o el adjetivo que le pones a las cosas que suceden.
Conviene
evitar cualquier auto-castigo. No existen los errores, no existe lo malo, no
hay equivocaciones: sólo hay experiencias. Y punto.
Sí es
cierto que cada experiencia que vivimos aporta una experiencia, un
conocimiento, una lección que puede ser utilizada en otra ocasión, pero no es
necesario ejercitar un correctivo penalizador para lo que ya está hecho.
En esos
casos es contraproducente -puesto que uno ya siente inevitablemente el malestar
que le proporciona la propia conciencia- hurgar más en la herida, o echarle
vinagre por encima, culpabilizarse sin la opción de la aceptación –quien quiera
que cambie “aceptación” por “perdón”-, enemistarse consigo mismo,
menospreciarse o despreciarse, reprocharse con saña e intransigencia, y
retirarse la mirada en los ojos en los espejos.
Quien de
verdad sale perjudicado con esa actitud es uno mismo.
No hay
amor en ello, ni Autoestima, ni aceptación de la naturaleza humana y sus
circunstancias, sino una autoexigencia que está por encima de las propias
limitaciones, y un distanciamiento innecesarios entre el humano que uno está
siendo -con sus limitaciones y su no saber actuar del modo óptimo en todos los
actos y siempre-, y el Uno Mismo que uno es en realidad, que incluye también al
humano, y es comprensivo y benevolente con cada acto de cada uno.
Hay una
diferencia sustancial entre el darse cuenta de lo que uno ha hecho y con lo que
no se siente satisfecho -que es la forma correcta de actuar para aprender a
estar atento en la próxima situación similar que se presente-, y el iniciar una
Cruzada despiadada de acoso y derribo, desde una actitud de rechazo en el que
las bases de la enemistad quedan claramente marcadas.
Con esa
actitud uno no colabora llevándose de la mano cariñosamente hasta el siguiente
paso –como haría una madre amorosa con su hijo cuando está aprendiendo a
andar-, sino que se convierte en el crítico acusador e inquisitivo cuya única
misión fuera criticar y destruir.
Así no se
aprende, no se mejora. Así se hace más grande la distancia, más lejana la
reconciliación, más imposible el estar a gusto y en paz consigo mismo.
Está a
nuestra disposición el camino del amor, la posibilidad de hacer las cosas del
mejor modo, del modo que nos beneficie directamente y nos evite todo aquello
que es desagradable y es evitable.
Está en
nuestra decisión ser comprensivos con nosotros, tratarnos bien, comprender
nuestras decisiones inapropiadas, los desaciertos que no han sido
intencionados, y aceptar los descuidos que pueden ser corregidos en la próxima
ocasión.
Está el
Amor Propio. Y en estos casos enumerados se presenta la ocasión de
demostrárnoslo.
Pero…
¿castigarse?, ¿enemistarse consigo mismo? ¡¡Nunca!!
Te dejo
con tus reflexiones…
Francisco
de Sales
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