Lo
que estoy diciendo en todas estas conversaciones no es algo para ser meramente
recordado. Su propósito no es que ustedes traten de acumular en la mente lo que
oyen, que se acuerden de ello y después piensen o actúen al respecto. Si
simplemente acumulan en sus mentes lo que les estoy diciendo, eso no será más
que memoria, no será una cosa viva, algo que comprenden realmente.
Lo
que importa es la comprensión, no el recuerdo. Espero que vean la diferencia
entre ambas cosas. La comprensión es inmediata, directa, es algo que ustedes
experimentan intensamente. Pero si sólo recuerdan lo que han oído, ello servirá
solamente como un patrón, como una guía para seguir, para repetir, una idea
para imitar, un ideal sobre el cual basar sus vidas.
La
comprensión no es un asunto de la memoria. Es una intensidad constante, un
descubrimiento permanente.
Por
lo tanto, si sólo recuerdan aquello de que hablo, compararán y tratarán de
modificar sus acciones o de ajustarlas a lo que recuerdan. Pero si realmente
comprenden, esa comprensión misma genera acción, y entonces no tienen que
actuar conforme a lo que recuerden. Por eso es muy importante no limitarse a
recordar, sino escuchar y comprender instantáneamente.
Cuando
ustedes recuerdan ciertas palabras, ciertas frases, o rememoran ciertos
sentimientos que se despertaron aquí y comparan aquello que hacen con lo que recuerdan,
existe siempre una lucha entre esa acción y lo recordado. Pero si de verdad
comprenden, no copian. Cualquiera que posea cierta capacidad puede recordar
palabras y aprobar exámenes; pero si comienzan a comprender todo lo implicado
en aquello que ven, que oyen, que sienten, esa comprensión misma genera una
acción que ustedes no tienen que dirigir, moldear ni controlar.
Si
meramente recuerdan, estarán siempre comparando; la comparación engendra
envidia y sobre esa envidia se basa toda nuestra sociedad adquisitiva. La
comparación jamás dará origen a la comprensión. En la comprensión hay amor,
mientras que la comparación es mera intelectualización, es un proceso mental
que consiste en imitar, en seguir, proceso en el que siempre existe el peligro
del conductor y el conducido.
¿Alcanzan
a ver esto?
En
este mundo, la estructura de la sociedad se basa en el que conduce y los que
son conducidos, en el ejemplo y los que siguen el ejemplo, en el héroe y los
adoradores del héroe. Si investigan este proceso de conducir y ser conducido,
encontrarán que cuando siguen a otro no hay iniciativa. No hay libertad ni para
ustedes ni para el que conduce; porque ustedes crean al que les conduce y
entonces éste les controla. En tanto estén siguiendo un ejemplo de
renunciamiento, de grandeza, de sabiduría, de amor, en tanto tengan un ideal
que deba ser recordado y copiado, habrá inevitablemente una brecha, una
división entre el ideal y la acción que desarrollan.
Un
hombre que realmente ve la verdad de esto, no tiene ideales ni ejemplos, no
sigue a nadie. Para él no hay ni gurú ni mahatma ni conductor heroico. Está
comprendiendo constantemente lo que hay dentro de él mismo y lo que escucha de
otros, ya sea de sus padres, de un maestro, de una persona como yo, que
ocasionalmente entra en su vida.
Si
ahora están escuchando y comprendiendo, entonces no siguen ni imitan; por lo
tanto, no temen, y entonces hay amor.
Es
esencial que todo lo vean muy claramente por sí mismos, de manera que no sean
fascinados por héroes ni hipnotizados por ejemplos, por ideales. Los ejemplos,
los héroes, los ideales tienen que ser recordados y se olvidan fácilmente; por
eso necesitan tener un recordatorio constante en la forma de una pintura, un
ídolo, un eslógan. Al seguir un ideal, un ejemplo, están meramente recordando,
y en el recuerdo no hay comprensión.
Están
comparando lo que son con lo que quieren ser, y esa comparación misma engendra
autoridad, envidia y miedo; y en eso no hay amor.
Por
favor, escuchen muy atentamente todo esto y compréndanlo de modo que no tengan
que seguir a líderes ni tengan que imitar o copiar ejemplos e ideales, porque
entonces serán individuos libres con dignidad humana. No pueden ser libres si
están comparándose perpetuamente con el ideal, con lo que deberían ser.
Comprender
lo que son realmente -por feos o hermosos o temerosos que sean- no es una
cuestión de memoria, de recordar un ideal. Tienen que observarse, tienen que
estar atentos a sí mismos, de instante en instante, en la relación humana.
Estar conscientes de lo que son en realidad, es el proceso de la comprensión.
Si
realmente comprenden de qué estoy hablando, si lo escuchan completamente,
estarán libres de todas las cosas totalmente falsas que las pasadas
generaciones han creado. No estarán agobiados por la imitación, por la mera
repetición de un ideal, lo cual sólo mutila la mente engendrando temor y
envidia. Puede que inconscientemente estén escuchando esto de manera muy
intensa. Espero que así sea, porque entonces verán qué transformación
extraordinaria adviene con el escuchar profundo y la libertad respecto de la
limitación.
Interlocutor:
La belleza, ¿es objetiva o subjetiva?
K.:
Ves algo hermoso, el río desde el balcón; o ves a un niño en harapos que llora.
Si no eres sensible, si no te das cuenta de todo lo que te rodea, entonces
pasas de largo y ese acontecimiento tiene muy poco valor. Una mujer va
caminando con una carga sobre la cabeza. Sus ropas están sucias, ella se ve
hambrienta y cansada.
¿Ves
el color de su sari, por manchado que pueda estar? Están estas influencias
objetivas que te rodean; y si careces de sensibilidad, jamás las apreciarás,
¿verdad?
Ser
sensible es estar atento no sólo a las cosas bellas sino también a las que
llamamos feas. El río, los campos verdes, los árboles en la distancia, las
nubes de un atardecer, a estas cosas las llamamos bellas. A los aldeanos
sucios, medio muertos de hambre, a las personas que viven en la escualidez o a
las que tienen muy poca capacidad de pensamiento, de sentimiento, a todo esto
lo llamamos feo. Ahora bien, si lo observan, verán que lo que hace la mayoría
de nosotros es aferrarse a lo bello y desechar lo feo. ¿Pero acaso no es
importante ser sensibles tanto a la belleza como a lo que llamamos fealdad? La
falta de esta sensibilidad es la causa de que dividamos la vida en lo feo y lo
bello. Pero si somos abiertos, receptivos, sensibles tanto a lo feo como a lo
bello, entonces veremos que ambos están llenos de significado, y esta
percepción enriquece la vida.
Entonces,
¿es subjetiva u objetiva la belleza? Si uno fuera ciego, si fuera sordo y no pudiera
escuchar ninguna música, ¿carecería de belleza? ¿O la belleza es algo interno?
Puede que uno no vea con sus ojos, que no escuche con sus oídos, pero si
experimenta este estado de hallarse realmente abierto, sensible a todo, si está
profundamente consciente de todo lo que ocurre dentro, consciente de cada
pensamiento, de cada sentimiento, ¿acaso no hay belleza también en eso? Pero ya
lo ven, pensamos que la belleza es algo exterior a nosotros. Por eso compramos
pinturas y las colgamos en la pared. Queremos poseer hermosos saris, trajes,
turbantes; queremos rodeamos de cosas bellas, porque tememos que sin un
recordatorio objetivo perderíamos algo internamente.
¿Pero
es posible dividir la vida, todo el proceso de la existencia, en lo subjetivo y
lo objetivo? ¿Acaso no es un proceso unitario? Sin lo externo no existe lo
interno; sin lo interno no existe lo externo.
Interlocutor:
¿Por qué los fuertes reprimen a los débiles?
K.:
¿Reprimes tú al débil? Descubrámoslo. En una discusión o en cuestiones de
fuerza física, ¿no apartas del camino a tu hermano menor, al que es más pequeño
que tú? Es porque deseas afirmarte a ti mismo.
Quieres
mostrar tu fuerza, mostrar que eres mejor o más poderoso, de modo que dominas y
apartas al más pequeño, te das importancia. Lo mismo sucede con los adultos.
Son más grandes que tú, conocen un poco más que tú porque han leído libros,
tienen una posición, dinero, autoridad, de modo que te reprimen, te hacen a un
lado; y tú aceptas que te hagan a un lado; entonces, reprimes a alguien que
está debajo de ti. Cada cual quiere afirmarse a sí mismo, dominar, mostrar que
tiene poder sobre otros. Casi ninguno de nosotros quiere ser como nada.
Queremos ser alguien, y el mostrar poder sobre otros nos proporciona
satisfacción, nos hace sentir que somos alguien.
Interlocutor:
¿Por eso el pez más grande se traga al pequeño ?
K.:
En el mundo animal tal vez sea natural que el pez grande viva del pequeño. Es
algo que no podemos cambiar. Pero el ser humano grande no necesita vivir del
ser humano pequeño. Si sabemos cómo utilizar nuestra inteligencia, podemos
dejar de vivir uno del otro, no sólo físicamente sino también en el sentido
psicológico. Ver este problema y comprenderlo, lo cual implica tener
inteligencia, es dejar de vivir del otro.
Pero
casi todos queremos vivir de otros, de modo que nos aprovechamos de alguno que
es más débil que nosotros. La libertad no implica estar libres para hacer lo
que nos plazca. Sólo puede haber verdadera libertad cuando hay inteligencia; y
la inteligencia adviene cuando comprendemos la relación, la relación entre tú y
yo, la relación entre cada uno de nosotros y alguna otra persona.
Interlocutor:
¿Es verdad que los descubrimientos científicos hacen que nuestras vidas sean
más fáciles de vivir?
K.:
¿No han hecho más fácil tu vida? Tienes electricidad, ¿no es así? Mueves un
interruptor y tienes luz. En este lugar hay un teléfono, puedes hablar si lo
deseas a un amigo en Bombay o en Nueva York. ¿No es fácil eso? 0 puedes tomar
un avión e ir rápidamente a Delhi o a Londres. Estas cosas son el resultado de
los descubrimientos científicos y han hecho más fácil la vida. La ciencia ha
ayudado a curar enfermedades; pero también nos ha dado la bomba de hidrógeno,
que puede matar a millares de seres humanos. Por lo tanto, como la ciencia está
descubriendo constantemente más y más, si no empezamos a utilizar con
inteligencia, con amor el conocimiento científico, vamos a destruirnos a
nosotros mismos.
Interlocutor:
¿Qué es la muerte?
K.:
¿Qué es la muerte? ¡Qué pregunta para una niñita!
Has
visto los cuerpos que llevan al río; has visto hojas muertas, árboles muertos;
sabes que las frutas se marchitan y se pudren. Las aves que están tan llenas de
vida en la mañana, parloteando, llamándose unas a otras, puede que estén
muertas a la noche. La persona que está viva puede ser abatida por un desastre
mañana. Vemos que ocurre todo esto. La muerte es común a todos nosotros, todos
terminaremos de ese modo. Podemos vivir treinta, cincuenta u ochenta años,
gozando, sufriendo, temiendo, y al final de ello ya no estamos más.
¿Qué
es eso que llamamos el vivir y qué es lo que llamamos muerte? Es realmente un
problema complejo y no sé si quieren investigarlo. Si pudiéramos descubrir,
comprender qué es el vivir, quizá comprenderíamos qué es la muerte. Cuando
perdemos a alguien a quien amamos, nos sentimos desconsolados, solos; en
consecuencia, decimos que la muerte no tiene nada que ver con el vivir. Separamos
la muerte de la vida.
¿Pero
está la muerte separada de la vida? ¿No es el vivir un proceso de morir?
¿Qué
significa el vivir, para la mayoría de nosotros? Significa el acumular, elegir,
sufrir, reír. Y en el trasfondo, detrás de todo el placer y el dolor, está el
miedo: el miedo de que llegue el fin, el miedo a lo que va a suceder mañana, el
miedo de no tener nombre ni fama, de no tener propiedad ni posición social, de
que termine todo lo que queremos que continúe. Pero la muerte es inevitable;
entonces nos preguntamos:"¿Qué sucede después de la muerte?"
Y
bien, ¿qué es lo que llega a su fin en la muerte? ¿La vida? ¿Es la vida
meramente un proceso de inspirar y expeler el aire? Comer, odiar, amar,
adquirir, poseer, comparar, envidiar... esto es lo que la mayoría de nosotros
conoce de la vida. Para la mayoría, la vida es un sufrimiento, una batalla
constante de dolor y placer, esperanza y frustración. ¿Y no puede eso terminar?
¿Acaso no deberíamos morir? En el otoño, con la llegada del tiempo frío, las hojas
caen de los árboles y reaparecen en primavera. ¿No deberíamos, de igual modo,
morir a todo lo de ayer, a todas nuestras acumulaciones y esperanzas, a todos
los éxitos que hemos cosechado? ¿No deberíamos morir a todo eso y vivir de
nuevo mañana, de manera que, como una hoja nueva, fuéramos puros, tiernos,
sensibles? Para el hombre que dice: "Yo soy alguien y tengo que
continuar", para él siempre hay muerte y ghat crematorio; y ese hombre no
conoce el amor.
Extracto
de: EL ARTE DE VIVIR - J. Krishnamurti
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