DE LA BUSQUED ADICTIVA AL ENCUENTRO DEL AMOR

 


Ser uno con el mundo significa

tener devoción hacia todos los seres de la tierra como si fueran Dios.

Nisargadatta Maharaj

 

"¿Por qué nos sentimos tan desnutridos, a veces, en nuestro vivir cotidiano? ¿De dónde proce­de esa sensación de carencia que nos encoge y nos contrae? Hemos olvidado nuestra unidad indi­soluble con la vida. Al sentirnos desconectados de esa fuente poderosa que nos nutre constantemente, hemos perdido también la consciencia de la vitalidad sagrada de la que todo está henchido. Al considerar las cosas y situaciones que nos rodean separadas de la vida única que las sostiene, nos parecen huecas, vacías. Desde el aislamiento que sentimos, no sabemos conectar con ellas, privándonos así de su energía nutritiva.

 

 

Lo que me apasiona compartir es que la vida, en sí, es pura nutrición. Cada momento es un banquete abundante que se nos ofrece. Todo rebosa de energía viva, siempre invitándonos a comulgar con ella. Como repetidamente comparto en estas páginas, si no nos de­jamos frenar por nuestros conceptos sobre las formas que toma esa energía, podemos sentirnos constante­ mente sostenidos y alimentados de infinitas maneras.

 

 

Los niños pequeños nos muestran espontánea­mente esta posibilidad. La psicología describe como «animismo infantil» esa natural consideración de que cualquier cosa está llena de vida. Sin tener aún integra­dos los conceptos de animado o inanimado, los niños se relacionan con cualquier objeto como algo vivo que les entusiasma.

 

 

Desde muy pequeños también, tienden a llevarse a la boca lo que les llama la atención, como su forma intuitiva de conocer algo, saboreándolo y comulgando con ello. También a nosotros, a veces, cuando nos sen­ timos conmovidos o llenos de amor por ciertos gestos de los niños, nos surgen expresiones como «me lo co­mería», quizás aludiendo a ese anhelo de fusión con lo que amamos.

 

 

Estas páginas son una invitación a sentirnos pro­fundamente nutridos, recuperando una sabiduría que siempre nos ha acompañado: cada aspecto de la vida es una fuente constante de vitalidad. Solo necesitamos encontrarnos con ella en el presente, aprendiendo a contemplarla y reconocerla más allá de la apariencia. Al comulgar con esa esencia nutritiva de la que todo está hecho bebemos de un manantial de inagotable pleni­tud. Ello solo es posible desde una perspectiva muy di­ferente de la que normalmente utilizamos: la conscien­ cia viva que es nuestra esencia, el corazón.

 

 

Al identificarnos con un cuerpo­-mente, olvidamos la amplitud que somos, en la que vivimos constante­ mente nutridos. Habiéndose encerrado nuestra energía vital en la pequeñez de la mente pensante, alimentando pensamientos basados en la escasez, nos sentimos ca­rentes y solos. Desde ese aislamiento, nuestra percep­ción de la vida se restringe muchísimo, limitándose a un mundo de «cosas» que nos parecen aisladas unas de otras y de las que creemos depender.

 

 

Nuestro sistema actual de alimentación, así como el modo habitual de relacionarnos con los demás, con las situaciones, con nuestro propio mundo interior, surgen de esa perspectiva artificiosa, la separación.

 

 

Al no sentir la plenitud que nos sostiene, dedica­mos nuestra energía a buscar, en la línea horizontal de la existencia, sustitutos de esa plenitud natural. Nues­tras relaciones con el mundo se convierten en modos de anestesiar el vacío y el dolor que ese olvido fundamen­tal genera en nuestro sentir. Con la secreta esperanza de recuperar «el paraíso perdido» buscamos personas, situaciones, alimentos, sustancias... «que nos llenen». Desde esa falsa percepción de lo que somos, creyéndo­nos entidades separadas, solo vemos un mundo de ob­jetos aislados cuya función parece consistir en llenarnos de eso de lo que creemos carecer.

 

 

Todas nuestras relaciones con el mundo brotan de esta motivación íntima, buscan la compleción perdida. Y por ello suelen resultar tan frustrantes y dolorosas: ningún objeto puede, por su misma naturaleza limitada y pasajera, ofrecernos la consistencia que anhelamos.”

 

Del libro "La abundancia está servida". Editorial SIRIO.

 

Dora Gil


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