LAS CARAS DE LA ALEGRÍA

 


Hay una diferencia sustancial entre la satisfacción momentánea del EGO y el gozo profundo de vivir, propio del despertar de la consciencia.

 

1 ¿Tienes un coche nuevo, una casa, un vestido, un dispositivo electrónico de esos que abundan?

 

2 ¿Has logrado poner en marcha un proyecto en tu vida, has alcanzado una meta, te has esforzado y subiste un nivel de enseñanza, un nuevo diploma, título o lo que sea?

 

3 ¿Tu cuenta del banco tiene más dígitos, has añadido algo a tu patrimonio?

 

4 ¿Has conocido a alguien especial que te enamora, ha nacido un hijo, un nieto?

 

La lista podría ser interminable y surge entonces una alegría justificada, un bienestar nuevo, crece un poco la autoestima.

 

¡¡Lo he logrado!!

 

Es maravilloso eso, es justo, auténtico y no tiene nada negativo...

 

Y ocurre que unos minutos después, unas horas, unos días, o un tiempo, determinado por la magnitud del logro alcanzado, la alegría comienza a desvanecerse, aquello que era la fuente del sentimiento, comienza a perder el brillo que nos deslumbraba.

 

La persona especial resulta ser diferente a nuestra primera percepción, el bien obtenido ya no nos satisface tanto, algo se va apagando y paralelo a esa sensación, surge un nuevo deseo, una nueva aspiración que nos empuja a poner la vista en el futuro y adherirnos a una idea, una ilusión que nos lleva a declarar muy sutilmente:

 

¡cuando tal cosa ocurra, entonces si que seré dichoso!

 

Podríamos hablar de ésta primera cara mucho tiempo, poner ejemplos, descubrir sus múltiples aristas, pero no es necesario porque todos la conocemos de una forma u otra.

 

En cambio de la otra cara de la alegría no puedo hablar mucho, porque es imposible describirla, no está asociada a una explicación racional y no tiene nada que ver con la lógica.

 

Para más desgracia es poco conocida, huidiza y misteriosa, diría yo, y para ser totalmente honesto, personalmente no la he experimentado muchas veces, no soy un experto, ni siquiera puedo decir que no sea atrevido de mi parte, escribir sobre ella.

 

El gozo de vivir aparece como una ardilla asustada en el bosque de la vida, una liebre entre la maleza, una nube que se disipa en esos cielos despejados de diciembre.

 

Aparece en momentos de silencio, de contemplación humilde de la madre naturaleza.

 

Viene en el mágico susurro de las hojas de los árboles que mueve el viento, en la rítmica melodía de las olas que golpean el acantilado, en ese siseo del sol cuando parece que se mete en el mar.

 

El gozo de estar vivos, viene aparejado con la humildad de reconocer una inteligencia divina que subyace en las cosas sencillas: la mirada de un niño, o un anciano, una brizna de paja que mueve el viento, la lluvia que golpea una ventana, un rayo de sol que se cuela entre las ramas de un arbusto.

 

Una madre que se enternece mirando a su bebé, una gata que lame a su prole, un cielo misterioso e insondable que se muestra como una mujer desnuda, ante el ojo curioso y asombrado.

 

Ese gozo de vivir no se parece a la alegría transitoria del pequeño e insaciable ego, por el contrario de ésta, no aparece de repente sino que es un proceso, proviene del nivel de aceite que haya en la lámpara de la que hablaba Jesús de Nazaret, en la parábola de las vírgenes sabias y necias.

 

Está asociado a la paz profunda de la aceptación del momento presente, de lo que ya es y emerge como un misterio, se desvela, tal vez como premio, ante quienes han atesorado en vez de riquezas materiales, pequeños actos de amor en su existencia.

 

Y la mirada entrenada reconoce a esos seres que la nobleza se les desborda, son los que escuchan con atención a cualquiera, los que ofrecen un simple saludo y una sonrisa, los que se privan de un cacho de pan por compartir, aun cuando tienen hambre.

 

Esos seres no persiguen nada ni desatan o se alistan en ninguna guerra, no toman partido, no guardan provisiones en sus alacenas, porque saben que hay un regazo donde guarecerse de los ciclones y las tormentas crecientes de esta generación.

 

Ese sitio de paz profunda, como el ojo de las tormentas, de calma y luz es el eterno ahora.


 

José Miguel Vale 


Fuente: El Cielo en la Tierra



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