ATREVERSE A LA EXPERIENCIA DE SABERNOS VIVOS

Vivir es acertar y equivocarse, caer y levantarse. Por estos días en que la comunidad judía celebra sus fiestas sagradas de Año Nuevo y Día del Perdón, Silvina Chemen, rabina, invita a repasar los mitos de Ulises y Abraham para recuperar la percepción de lo bueno que nos sucede y animarse a ir tras ello.

 

Se le preguntó al mitólogo más grande del siglo XX Joseph Campbell acerca de la búsqueda del sentido de la vida y él respondió: “No pienso que eso sea lo que buscamos. Creo que lo que buscamos es la experiencia de estar vivos, de modo que realmente sintamos la alegría de estar vivos”.

 

Eso es lo que pedimos una y otra vez los fieles judíos en nuestras plegarias de estos Iamim Noraím, los diez días que transcurren entre Rosh Hashaná (Año Nuevo judío) y Yom Kipur (Día de la Expiación o del Perdón), festividades que hoy transitamos en un tiempo del mundo en los que el sentido de la vida y la experiencia de estar vivos han sido el tema que nos atormenta y nos desafía: pedimos es ser inscriptos en el Libro de la Vida. En el libro de la experiencia de sabernos vivos.

 

Vivos porque no renunciamos. Vivos porque nos cuestionamos. Y nos angustiamos. Y buscamos respuestas. Y aventuramos caminos. Y acertamos. Y nos equivocamos. Y no nos resignamos. Y nos caemos. Y nos levantamos. Quizás sea lo único que depende de nosotros: hacer de nuestro tránsito por este tiempo, una experiencia plena de vida.

 

Volvamos a Campbell, creador de la teoría de El Viaje del Héroe. En el libro El Poder del Mito, se le pregunta a Campbell cómo se llega a esta experiencia. Y él contesta a quien lo está entrevistando: “Lea los mitos. Ellos le enseñan que puede volverse hacia su interior, y Ud. comienza a recibir el mensaje de los símbolos. Lea los mitos de otros pueblos, no sólo los que pertenecen a su propia religión, ya que uno tiende a interpretar su propia religión como la realidad, pero leyendo otros mitos, empieza a recibir otros mensajes. El mito ayuda a poner su mente en contacto con esa experiencia de estar vivo”.

 

En el mito de Ulises, de la antigua Grecia, redactado en la Odisea, Ulises es el personaje que retorna. Retorna a Ítaca, su lugar. Y nosotros también somos llamados a retornar. “Haznos retornar hacia ti y retornaremos”, dice parte de la plegaria del Libro de las Lamentaciones. Son tiempos de volver, de regresar. ¿A dónde volver? ¿Y cómo volver?

 

Recordemos la trama argumental de la Odisea. Ulises era el rey de Ítaca. Partió de allí para participar en la guerra de Troya. Tras su decisiva intervención en esta guerra Ulises y sus hombres parten en doce barcos con destino a Ítaca, su hogar. Quería volver a su casa, a su esposa Penélope y a su hijo Telémaco, pero los dioses habían preparado a Ulises un largo y accidentado viaje: ataques en el camino, vientos que los llevan a la deriva, pérdida de memoria, cíclopes que lo enfrentan, un mar furioso, actos de magia que lo dejan sin tripulantes, sirenas que aturden con su canto, naufragios, rayos, dioses que lo asaltan por doquier. Y así tras diez años de guerra y diez de viaje, por fin llega a Ítaca.

 

Este mito griego nos hace comprender qué significa retornar. Queremos volver a esos paisajes que nos hacen sentir a salvo. Volver a nuestros amores. Volver a nuestro regazo. Y quizás esto nos lleve a darle un sentido a todo lo duro, lo incierto, lo encumbrado que a veces se nos hace el camino.

 

El filósofo Emmanuel Levinas va a confrontar este relato y este héroe de los griegos, con nuestro Abraham: “Nos gustaría oponer al mito de Ulises que retorna a Ítaca, la historia de Abraham, quien abandona para siempre su patria por una tierra todavía desconocida y prohíbe a su sirviente devolver a su hijo al punto de partida”, escribe Levinas. Abraham representa el paradigma del mensaje de nuestro pueblo desde el comienzo de nuestra fe. El viaje de nuestro héroe no es hacia atrás. No retorna a lo que ya fue, sino que se aventura a retornar hacia adelante.

 

 

Abraham sale de su tierra, con todo lo vivido, lo acertado, lo incomprendido sabiendo que no se puede regresar. La meta no es la vuelta a la certeza. La meta es el camino hacia la promesa. Hacia la posibilidad. La oportunidad. El descubrimiento. Abraham camina y funda su propia experiencia de saberse vivo. Crea su mundo en cada uno de sus pasos.

 

La experiencia de sabernos vivos se construye a medida que caminamos, está en nuestras manos, en nuestros ojos, en nuestras decisiones. Aquí, delante de nuestras narices.

La palabra hebrea teshuvá es, de algún modo, sinónimo de un retorno hacia adelante. Es una búsqueda que nos moviliza, nos inspira, nos hace comprender lo que nos sucedió, lo que hicimos y nos empuja a crear nuevos caminos. Abraham sale sin saber qué va encontrar. Camina, encuentra con quién, acierta, se confunde, habita, circula, conoce, se inquieta, y sobre todo, cree.

 

Ulises sabe a dónde quiere llegar. Abraham no lo necesita. Los dos tienen una meta. El héroe del mito va a un lugar que cierra el círculo luego del periplo de la vida; Abraham va al lugar prometido y nunca pisado, porque nada tiene la intención de cerrarse, mientras transitamos la experiencia de sabernos vivos.

 

Vivir es acertar y equivocarse, caer y levantarse. Por estos días en que la comunidad judía celebra sus fiestas sagradas de Año Nuevo y Día del Perdón, Silvina Chemen, rabina, invita a repasar los mitos de Ulises y Abraham para recuperar la percepción de lo bueno que nos sucede y animarse a ir tras ello.

 

Somos interrogados por cuánto nos animamos a desear, a tener ganas, a buscar motivaciones. Cuánto nos atrevimos a abandonar el sedentarismo de la conformidad y la inmovilidad para salir al camino. Un camino lleno de otros que nos esperan, que nos devolverán otra versión de nosotros mismos, que nos enseñarán otras geografías.

 

El modelo de Abraham, nuestro patriarca, nos convoca a un camino donde siempre encontraremos a otros. Y mientras más salgamos, otros nos encontrarán a nosotros.

¿Y si nos equivocamos? ¿Y si no podemos? ¿Y si fracasamos? La palabra error comparte la misma raíz que la palabra errancia. Errar de equivocarse y errar de andar por allí sin demasiada planificación… Erramos cuando andamos.

 

Quizás no seamos juzgados solamente por nuestras equivocaciones sino también por nuestras inmovilidades. Quizás hoy le demos un nuevo significado a esa apostilla que todos conocemos: fe de erratas. Se lee casi con culpa, el autor nos dice que se equivocó y enmienda su falta, con la versión corregida del equívoco.

 

¡Hoy me declaro creyente de la fe de erratas!; la fe que se tienen los que van de acá para allá buscando experiencias para saberse vivos. No es la fe de los que tienen certezas, o Ítacas a las que volver, definitivamente. Es la fe de los que tienen confianza, en sus pasos, en su mirada, en los que tienen al lado, son los que se abrazan con otros para iniciar una nueva aventura. Es la fe de los que piden ayuda cuando no pueden solos. La fe de los que se retractan porque el amor es más importante que el tener la razón. La fe del que llora porque no sabe cómo decir con palabras “lo siento”. La fe del que intenta de mil modos acercarse al que quedó lejos. La fe de aquel que aun sabiendo que no solucionará el problema, le pone el pecho y hace todo lo que está a su alcance.

 

Mi invitación es a salir al camino de esta experiencia de vida, a recuperar la percepción de todo lo bueno que nos sucede y podamos ir tras ello. Aunque estemos en casa y parezca que estamos solos. Es tiempo de estar adentro de uno, armar nuestros equipajes para iniciar un nuevo camino. El camino de la experiencia de sabernos vivos. Y esto no es poco. Y en tanto vivos; errantes, vagando la existencia porque no podemos ni debemos paralizarnos.

 

Me despido con un fragmento del poeta Yehuda Amijai:

“Quiero vivir hasta que las palabras en mi boca no sean más que movimientos y consonantes, tal vez sólo movimientos, sonidos suaves.

El alma que llevo adentro es ahora la última lengua extranjera que estudio…”

 

Por Silvina Chemen, rabina de la Comunidad Bet El en Buenos Aires.

 

Fuente: Sophia

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