Resultados y conclusiones de un
estudio realizado desde un ámbito académico universitario
La hipoteca, el jefe, los kilos, la
pareja y un sinfín de preocupaciones se dedican a dar vueltas por nuestras
cabezas. Y este centrifugado mental estrecha nuestras vidas hasta convertirlas
en parcelas minúsculas. Y ahí comprimidos, nos preguntamos ¿esto es todo?,
¿existe algo más?
¿Existe algo más?
Intrigadas por la contestación que
los humanos damos a esta pregunta, realizamos una investigación desde la
Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Conseguimos 1.204 participantes. Un grupo
formado por un 77% de mujeres y un 23% de hombres, con edades comprendidas
entre 14 y 86 años.
La primera cuestión que quisimos
averiguar fue cuántas personas creen en algo más. Los resultados indicaron que
la amplia mayoría (79%) piensa que existe algo más allá de nuestras vidas y el
resto (21%) es más terrenal.
¿Se trata de una creencia, un
sentimiento, fe…?
Quisimos profundizar para conocer
cómo vivían la conciencia de algo más; si como una creencia, un sentimiento o
más bien como fe.
El 46% respondió que se trata de un
sentimiento, mientras el 21% lo vive como fe y un 20% como una creencia.
El 13% restante no se encontró
reflejado en ninguna de estas tres opciones y empleó sus propias palabras:
intuición, pálpito, certeza, misterio, posibilidad, evidencia lógica, amor,
sensación de energía…
Quizás los distintos términos
empleados son formas de expresión diferentes de lo mismo.
Una intuición, un pálpito o una
sensación quizás es el resultado final de algún tipo de razonamiento inconsciente.
Esto es, en el sótano del cerebro, en nuestro inconsciente, se deduce ese algo
más y llega a nosotros en forma de intuición o pálpito. O también puede suceder
a la inversa, que algo que notamos, como el amor incondicional o la energía,
intentamos racionalizarlo, darle una explicación, y llegamos a la conclusión de
que existe algo más.
De hecho, algunos sujetos afirmaron
“es una mezcla de todo”. Como si esa conciencia de algo más fuera el fruto de
un baile de sensaciones, creencias, intuiciones…
¿De dónde surge la conciencia de algo
más?
Deseábamos averiguar cómo se adquiere
la sensación o creencia de algo más. Así que añadimos en el cuestionario una
frase inacabada: “La adquirí a causa de…”.
Las casi mil respuestas que recogimos
se pueden clasificar de la siguiente manera:
No sé (11%). Algunas personas
afirmaron que no saben de dónde proviene esa sensación o que la han
experimentado desde siempre.
Influencias exteriores (55%). La
amplia mayoría identificó la causa de esta conciencia como proveniente de la
cultura, la familia, libros, películas, conversaciones, experiencias de otras
personas…
Crecimiento personal (31%). Otros
afirmaron que superar experiencias intensas, en muchos casos se referían a
muertes de seres queridos, los había llevado a creer en la existencia de algo
más.
Sucesos extraños (2%). Un pequeño
grupo señaló que la había adquirido por vivencias inusuales: sueños
recurrentes, viajes astrales, ouija…
Ciencia (1%). La ciencia es otro
camino para llegar al más allá. “Se necesita algo más para explicar la
maravilla de las moléculas”, comentó una participante.
La religión y la creencia en algo más
han ido siempre muy cogidas de la mano. Así que nos propusimos descubrir hasta
qué punto están ligadas. A las personas que creen en algo más les preguntamos
si pertenecen a alguna religión. Los datos indicaron que solo el 27% de los
sujetos se consideran religiosos. De estos resultados podemos concluir que la
mayoría de los sujetos (73%) cree en algo más pero no son religiosos. La espiritualidad
ha soltado de la mano a la religión.
¿Qué es ese algo más?
Cómo no, la cuestión que más nos
interesaba era qué es ese algo más. Es decir, cuando una persona afirma creer o
sentir algo que va más allá de la vida, ¿a qué se refiere concretamente?
Energía (22%). La mayoría de los
encuestados cree en una energía que nunca desaparece, que fluye de un objeto a
otro. Una energía eterna y consciente.
Dios (20%). Según estas personas
existe un ser superior. En algunos casos es un dios proveniente de una religión,
pero no en todos.
Universo (11%). Existe algo más
grande que nosotros del que formamos parte, somos una unidad con él. No lo
expresan tanto como un universo físico sino como algo poderoso.
Vida más allá de la muerte (6%).
Algunos creen en la reencarnación o en un lugar donde nos reunimos con los
seres queridos.
El resto de los sujetos (41%) define
el más allá como:
Lo desconocido. La limitación de los
humanos no nos deja ver más allá y, conscientes de esta estrechez de miras,
algunas personas intuyen que existe algo que no podemos describir.
Conexión. Una conexión intangible
conecta las almas y lo conecta todo.
Fuerza interior. Una fuerza que surge
de dentro y nos ayuda.
Destino. Lo que tiene que pasar,
pasará porque hay un sentido oculto que desconocemos.
Almas. Lo no material de las
personas. Algunos sujetos afirmaron creer en almas, algunas veces de algún
familiar que los estaba ayudando.
Conocimiento. Un conocimiento
superior (ciencia o sabiduría) que nos ayuda a avanzar.
Karma. Existe una balanza o una
justicia divina, si realizamos algo mal las consecuencias serán negativas y
viceversa.
Sentido de la vida. Nuestra vida
tiene un sentido mayor oculto que nosotros no alcanzamos a ver.
Las categorías que acabamos de
enumerar no son mutuamente excluyentes. De hecho, algunos sujetos enumeraban
más de una. Encontramos respuestas como: “Ese algo más es para mí el universo y
el destino”, “energías y espíritus”, “autoconocimiento y energías”…
Es probable que si la pregunta la
formuláramos de otro modo, si pidiéramos a los participantes definir cuál de
las categorías anteriores corresponde, de algún modo, ese algo más en el que
cree, marcarían varias opciones.
Poner en palabras algo tan profundo
es enormemente complejo, así cada uno empleamos las que tenemos en nuestro
limitado vocabulario particular. Si pudiéramos acceder a lo que preguntábamos
saltándonos las palabras, intuimos que quizás llegaríamos a un lugar común.
¿Cómo imaginamos el más allá?
Nuestra curiosidad no acabó allí,
necesitamos saber cómo los participantes visualizan el algo más. ¿Existe alguna
imagen concreta dentro de sus cabezas?
Así que preguntamos: ¿Cuando piensas
en ello, qué imagen aparece en tu cabeza? ¿Cómo lo visualizas? ¿Qué metáfora
usarías para explicarlo?
No todas las personas pudieron
responder a esta pregunta. Las que lo hicieron se pueden clasificar de la
siguiente forma:
Elementos que fluyen, envuelven o
unen (42%). Elementos que lo abarcan
todo, que se encuentran en todos los sitios a la vez: oxigeno, energía, luz,
fuerza, polvo invisible, viento, purpurina, nubes, electricidad, agua fresca,
información, vibraciones, hilos… hasta una sopa.
Seres (22%). Jesús fue el más
nombrado. Otras personas que se encuentran en el imaginario del más allá son la
Virgen María, Buda, la madre Teresa de Calcuta e incluso Greta Thunberg.
También afirmaban visualizar un señor mayor, una madre cuidadora o un padre
protector. Los ángeles y siluetas blancas también fueron nombrados por varias
personas.
Elementos físicos del universo (16%).
Visualizaciones de estrellas, galaxias, cielo, cometas, aurora boreal… En
muchos casos, con luces y colores.
Sensaciones (13%): Espacios donde se
experimenta paz y bienestar, amor, felicidad…
Naturaleza (5%). Paisajes, caminos,
ríos, bosques…
Universos paralelos (2%): Unas pocas
personas señalaron como visualizan universos paralelos con estas palabras:
“Chico con una pelota de baloncesto
en la mano y muchas pelotas alrededor mostrando posibles universos paralelos”.
“Visualizo muchas cosas… desde una
dimensión paralela, hasta que formo parte del sueño de una persona… dudo de mi
existencia”.
Clasificar las respuestas no fue
tarea fácil, porque cada una de ellas es extremadamente subjetiva. Pero al
mismo tiempo que percibíamos esta idiosincrasia, notábamos un fondo común. Algo
que las atravesaba a todas. Aunque se refiriesen a “cosas” distintas, ya fuesen
seres, elementos naturales o lo que fuera, los adjetivos con los que las
acompañaban eran similares: amor, paz, felicidad…
Como en las anteriores preguntas, nos
parece que a nivel superficial todas las respuestas son distintas y a nivel
profundo todas, de alguna forma, son la misma.
Leyendo las respuestas, pudimos
comprobar cómo las películas o los reportajes nos influyen en la forma que
tenemos de imaginar el más allá. Las transcribimos literalmente:
“El universo. La foto del planeta
Tierra realizada por Carl Sagan llamada «Un punto azul pálido»”.
“El concepto de la Fuerza que sale en
Star Wars”.
“Concepción espacio-tiempo. Película
Interestellar”.
“Tiene forma como de
personas/animales importantes, algo parecido a los Patronums de Harry Potter”.
¿Las experiencias místicas influyen en la
creencia de algo más?
Las vivencias místicas son definidas
como experiencias directas de la realidad última. Las personas que las
experimentan salen de las coordenadas espacio-tiempo y observan la vida desde
una atalaya distinta. Algunos estudiosos afirman que fueron las semillas de
muchas religiones y que de alguna forma las nutren porque justifican las
creencias de los devotos.
Existe un cuestionario validado
(M-Scale) que empleamos en esta investigación. Consiste en ocho ítems que
evalúan el grado en que las personas han vivido experiencias fuera de lo común.
Se pregunta si han experimentado este
tipo de vivencias, utilizando las siguientes palabras:
Pérdida de noción espacio-tiempo.
Algo mayor que yo parecía absorberme.
Unidad de mí misma con todas las
cosas.
Nueva visión de la realidad.
Todo era perfecto.
Experiencia sagrada.
Todas las cosas parecían tener
consciencia.
Experiencia que no se puede expresar
con palabras.
La hipótesis de la cual partíamos se
basaba en que las personas que hubieran vivido un mayor número de estas
experiencias tendrían más tendencia a creer en algo más. Así que dividimos
nuestra muestra en dos grupos “espirituales” y “terrenales” y comparamos sus
puntuaciones de este cuestionario.
Los datos encontrados nos volvieron
más humildes porque nos dimos cuenta de que nuestra hipótesis de partida era
falsa. No hallamos diferencias estadísticamente significativas entre ambos
grupos. Esto es, no importa si tienes o no este tipo de experiencias, tus
creencias van por otro camino.
A raíz de nuestros datos pensamos
que, aunque las vivencias místicas pueden solidificar el sentimiento de algo
más a quien ya lo posee, no lo despierta forzosamente a quien no lo tiene.
Los humanos nos caracterizamos por la
rigidez de nuestro sistema de creencias y valores, por eso tenemos una
personalidad, una forma de ver el mundo difícil de cambiar, que se mantiene
estable. En general, pase lo que nos pase, intentamos amoldar los hechos a
nuestras creencias y no a la inversa. Esta podría ser la explicación de los
datos encontrados.
¿La creencia de algo más nos hace más
felices?
Nos intrigaba una última cuestión.
Este sentimiento o creencia en algo más, ¿nos aporta paz, nos da felicidad?
En principio, creíamos que
encontraríamos una relación. Pensábamos que estas visiones tan “amorosas” del
más allá debían aportar felicidad. Además, algunos estudios apuntan en esta
dirección.
Para comprobarlo, también añadimos un
test de felicidad (Oxford Happiness Questionnaire). Este cuestionario incluye
seis preguntas, como por ejemplo: “creo que la vida es muy gratificante” o
“estoy muy satisfecho con mi vida”.
Y en este caso también dividimos la
muestra en dos grupos terrenales y espirituales, y comprobamos si sus
puntuaciones en el test de felicidad eran distintas. Las puntuaciones medias no
fueron significativamente diferentes de forma estadística. Dicho de otro modo,
creer en algo más no nos convierte en personas más felices. Otra hipótesis
derrumbada.
Es como si los humanos sufriéramos
una especie de “esquizofrenia”, que estuviéramos partidos en dos. Una parte de
nosotros puede creer, intuir, otear, olfatear, tener la certeza absoluta,
sentir… que hay algo más grande que nosotros, algo maravilloso y esta parte no
ayuda para nada a la que se encuentra preocupada por el dinero o los kilos. Los
sapiens somos así de paradójicos. Por poco que se mire con un mínimo de
distancia, nos puede embargar una compasión infinita por nuestra especie.
Del más allá al más aquí
El Kybalion es un libro escrito en
1908 por los tres iniciados. Personas anónimas que recogieron el legado de
Hermes Trismegisto; en concreto, los siete principios del hermetismo que lo
explican TODO. ¿Quién fue Hermes? No hay respuesta. Para algunos egipcios y
griegos fue un dios, para otros fue un alquimista, místico y sabio. Sea como
fuera, su visión ha atravesado siglos y siglos hasta llegar a nosotros, porque
su leyenda o su historia proviene de antes de la época de los faraones.
En este legado ancestral aparece ya
la clave que explica esta especie de “esquizofrenia” que padecemos los humanos.
Una explicación que después encontraremos repetida de diferentes formas a lo
largo de milenios por teólogos, filósofos, místicos, científicos…
Aunque al principio parece que solo
existe un Yo, un examen más cuidadoso revela que existe un “yo” y un “mí”. Este
par mental difiere en características y naturaleza.
El mí estaría compuesto, según las
palabras de los tres iniciados, por los sentimientos, agrados, gustos,
disgustos, hábitos, lazos especiales, características, etcétera. Todo lo cual
forma la personalidad.
El yo sería el que proyecta la
energía al mí para generar todos estos procesos cognitivos y emocionales y, al
mismo tiempo, el testigo de ellos.
Dentro de la psicología, Carl Gustav
Jung, William James y muchos otros se han referido a estas dos partes del ser
humano. Actualmente, dentro de la psicología, concretamente en las terapias de
tercera generación, como el Mindfulness o la Terapia de Aceptación y
Compromiso, la diferenciación de estas dos partes (la mente y yo observador) es
la idea estructural.
Eckhart Tolle en su revelador libro
“El poder del Ahora” nos habla de su experiencia directa de esta dualidad, a la
que llegó atravesando mucho sufrimiento:
“Si no puedo vivir conmigo mismo eso significa
que soy dos: el `yo`, y el `mí mismo` con el que `yo` no soy capaz de vivir. A
lo mejor pensé sólo uno de los dos es real”.
El gran Einstein también intuía estas
dos partes y lo expresaba de esta forma:
“Un ser humano es parte del todo que
llamamos universo, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Está
convencido de que él mismo, sus pensamientos y sus sentimientos, son algo
independiente de los demás, una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esa
ilusión es una cárcel para nosotros, los limita a nuestros deseos personales y
a sentir afecto por los pocos que tenemos más cerca. Nuestra tarea tiene que
ser liberarnos de esa cárcel, ampliando nuestro círculo de compasión, para
abarcar a todos los seres vivos y a toda la naturaleza”.
Para el gran científico existe una
parte ilusoria (limitada) y la real (ilimitada).
Estas dos partes, a lo largo del
tiempo, han recibido innumerables nombres. La parte más “pequeña o limitada” se
la ha denominado ego, personalidad, mente… y a nivel metafórico, mono, loro,
locutor de radio…
A la parte “grande o ilimitada”, alma, corazón, inconsciente colectivo, testigo, observador…
Volviendo a nuestra investigación y partiendo de esta dualidad, pensamos que la hipoteca, los kilos y el sinfín de preocupaciones se encuentran en la parte “limitada” y la intuición o creencia de algo más en la “ilimitada”.
Y, por lo que parece, ambas partes las tenemos bastante desconectadas. De ahí que la conciencia de algo más no se traduzca en más felicidad.
Quizás los humanos nos equivocamos intentando captar, entender, sentir ese algo más, ese más allá porque quizás se trata sencillamente de estar más aquí, más ahora.
Jenny Moix y Mercè Mayol
Psicólogas | Universidad Autónoma de Barcelona
La entrevista con Jenny Moix sobre este estudio la puedes ver aquí…
Fuente: Tu Mismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario