Nuestro columnista
Sergio Sinay comparte su mirada sobre la serie After life, un envío de Netlfix
que, como una parábola existencialista y con exquisita sensibilidad y delicada
comprensión del corazón humano, viene a hablarnos de duelo y nos recuerda que, mientras
existimos, siempre hay un motivo para vivir.
“¿Por qué no mejoras y
eres feliz?”. A esta pregunta el interrogado responde: “Solo hay algo que me
pone mejor y me hace feliz. Es que Lisa esté a mi lado, y eso no es posible.
Por eso quise matarme«. Nueva pregunta: «Pero no lo hiciste, ¿no? Claramente
algo te detuvo«. Respuesta: «La mirada de la perra. Ella tenía hambre y pensé
en alimentarla«.
Este diálogo se
desarrolla en el primer capítulo de la serie inglesa After Life, que consta de
tres temporadas de seis episodios cada una y acaba de finalizar. Quien
interroga es Matt Braden, director de The Tambury Gazette, periódico local del
pequeño poblado en el que transcurre la historia, y quien responde es Tony
Johnson, su cuñado y redactor del periódico. Tony ha enviudado recientemente y
la serie sigue, a lo largo de sus tres temporadas, la evolución de su duelo,
que comienza teñido de una profunda amargura, de una sombría desesperación y de
un ácido escepticismo y descreimiento hacia la vida. Durante ese oscuro y
triste período, Tony convive con una serie de personajes (entre ellos su padre
internado en un geriátrico, la enfermera que cuida de este, su inseparable
fotógrafo, una novel cronista, un inefable cartero, una entrañable “trabajadora
sexual”, como ella misma se define, y una viuda mayor y sabia), todos ellos
partes finalmente imprescindibles de una vida que, a pesar de los dolores,
continúa.
Una parábola
existencialista
De eso trata After
life, filmada en el bello poblado de East Sussex, con una sensibilidad, una
fineza emocional, una sabiduría y una lucidez filosófica que invitan a
recomendarla efusivamente, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre y
precariedad, no solo a quienes sufren o han sufrido pérdidas desgarradoras en
el orden humano, sino también en otras áreas de la vida. La deriva de Tony (una
magistral interpretación del gran Ricky Gervais, también creador y director de
la serie) es, en cierto modo, un impresionante aprendizaje existencial, que se
inicia en el punto más hondo del dolor y se desarrolla a través de los hechos
más simples de lo cotidiano, allí donde, en definitiva, suele vislumbrarse el
sentido de cada vida. Durante esta peripecia destellan el humor (porque el
verdadero humor, el que nos hace humanos, resulta un bálsamo inmejorable para
el dolor), la ternura, la comprensión, la empatía, la generosidad, la
confianza, la templanza y el amor. Cada uno de estos sentimientos asoma en
breves y sutiles toques encarnados en diferentes momentos de la vida de los
personajes, cada uno a su manera, en su estilo y según las circunstancias que
la vida les va planteando.
Por supuesto, el centro
del relato es la contingencia de Tony, sus memorias de la vida con Lisa
(presente a través de videos, de una manera en que incluso los espectadores
llegamos a amarla y extrañarla), su sentir, su visión del mundo, tan ácida e
implacable como sincera, comprensible y en muchos momentos compartible. Aunque
hubiese querido morir con Lisa, Tony está vivo y no puede evitarlo. Cada vez
que la muerte lo seduce y lo convoca, la vida le ofrece un motivo para perdurar,
y a menudo usa como mensajera a la inefable Brandy, la perra de Tony.
En algún momento, Tony
hace un recuento de cosas difíciles que le pasaron a él y a los personajes que
lo rodean luego de un episodio clave de la tercera temporada y concluye: “Si me
hubiera suicidado me habría perdido todo esto”. Como tantas otras cosas dichas
al pasar, y como aparentes ironías, allí anida el espíritu de la serie. After
life es una obra profundamente existencialista (Ricky Gervais estudió
filosofía, y sabe muy bien lo que está haciendo). Podría definirse el
existencialismo de la siguiente manera: no elegimos nacer, pero nacimos.
Estamos en el mundo sin ninguna garantía acerca de nada, se nos dio una vida y
somos responsables de lo que hacemos con ella. Si no buscamos su sentido, esa
vida habrá sido un brevísimo parpadeo de luz entre dos eternidades de
oscuridad. Un absurdo. O, ya que estamos aquí, podemos vivir para algo y para
alguien, como concluía Víktor Frankl (padre de la logoterapia, médico y lúcido
pensador) al definir el sentido existencial oponiéndolo al vacío.
La gran pregunta
Precisamente el doctor
Frankl solía recordar su experiencia con un prestigioso profesional que fue
derivado a su consulta, víctima de una profunda depresión debida a la muerte de
su esposa. Transcurrían los meses y el hombre no lograba reponerse. Había
perdido todo interés por su actividad, sus clases como profesor universitario,
sus escritos, sus conferencias y, en fin, por la vida misma. Frankl tuvo con él
una sola sesión, que culminó con esta pregunta: «En vista del insoportable
sufrimiento que está padeciendo, ¿hubiera preferido ser usted quien muriera, y
no su mujer?”. El hombre lo miró asombrado y respondió: “¿Y que fuera ella la
que tuviera que soportar esto que yo estoy experimentando? ¡De ninguna
manera!”. A lo que Frankl retrucó: “Profesor, no puede haber mayor prueba de su
amor por su mujer que estas palabras suyas”. El hombre abandonó el consultorio
conmovido y pocas semanas después le escribió una carta a Frankl agradeciéndole
infinitamente aquella consulta y contándole que había retomado sus actividades,
tal como a su propia esposa le gustaría verlo, y que comprendía que en el amor
compartido con ella estaba el sentido de su vida y la razón para seguir
existiendo.
Si hay alguien que odia el sentimentalismo y las moralejas (sobre todo las fáciles) es Ricky Gervais, dueño de un humor negrísimo y un sarcasmo cruel, reflejados en otras de sus creaciones, como la serie de The office o la película La invención de la mentira, y como bien lo comprobaron en carne propia los asistentes a las entregas de los Globos de Oro entre 2016 y 2020. Ni sentimentalismo ni moraleja asoman, por lo tanto, en After life y no deben ser confundidos con la recóndita sensibilidad y la delicada comprension del corazon humano que destila cada capitulo de la serie. Acaso porque estas son las gemas ocultas tras la apariencia del propio Gervais y de su personaje. Y es difícil saber si Gervais, al crear After life, conocía o tenía en mente aquella experiencia de Víktor Frankl (posiblemente no). Pero, al final del día, Ese es el gran tema de esta serie maravillosa. El recuerdo de que, mientras existimos, siempre hay, aun en la noche oscura del alma, una razón para vivir, siempre hay con quién hacerlo y siempre depende de nosotros descubrir esa razón (así se trate de la mirada de nuestra mascota), que es única y personal.
Sergio Sinay
Fuente: Sophia Online
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