Hacia el equilibrio y armonía
emocional y mental
Son muchas las personas que sufren y
lo pasan mal, por unos motivos u otros. También las que, sin vivir situaciones
de sufrimiento como tal, se sienten vacías, como si su vida no tuviera
demasiado sentido o no le sacaran el suficiente partido en términos de
realización personal o de consciencia.
La causa de ello es simple y ha sido
puesta de manifiesto por los sabios y sabias de todas las épocas y culturas: la
identificación con nuestro yo físico, emocional y mental –para entendernos, me
gusta llamarlo el “coche” y es perecedero, pues está destinado a morir– y el
olvido de nuestro ser más hondo, íntimo y verdadero –siguiendo el símil,
podemos denominarlo “Conductor” y es imperecedero, pues nunca morirá–, que
encarna en un “coche” para vivenciar la experiencia humana.
Esta diferenciación entre “Conductor”
y “coche” se halla en todas las tradiciones espirituales. Por ejemplo, en el
cristianismo, Pablo de Tarso (san Pablo) afirma en su Primera Carta a los
Tesalonicenses que “el ser humano no es cuerpo, alma y espíritu”.
El cuerpo –con sus componentes
físico, emocional y mental– es el “coche”. Y el “Conductor”, la dimensión
álmico-espiritual.
En los Yoga-Sutras de Patanjali, que
se transmitían ya de boca a oído hace casi 2.500 años, se denomina “adviya” a
la amnesia e ignorancia sobre nuestra esencia y auténtica naturaleza. Y
“asmita” al egoísmo derivado de la identificación del ser humano con la
apariencia de sí mismo, con el coche, que en su ignorancia es lo único que
reconoce.
Y cuando empezamos a percibir el
“Conductor” que somos, nos transformamos y la vida se transforma con nosotros,
haciéndose más completa y genuina: nos va inundado la paz y la confianza; nos
centramos cada vez más en el momento presente, el aquí-ahora, y dejamos de dar
bandazos mentales y emocionales entre el pasado y el futuro; comenzamos a
percatarnos de que no hay casualidades y que todo tiene un sentido profundo, un
porqué y un para qué en clave de nuestro crecimiento personal y desarrollo en
consciencia; nos damos cuenta de que no hay problemas, sino
experiencias-oportunidades que están en nuestra vida para impulsar ese
crecimiento y ese desarrollo; descubrimos que lo auténticamente importante en
la vida no es el “qué” (qué pasa, qué deja de pasar…), sino el “cómo” vivimos
el “qué”, sea lo que sea; etcétera.
Estado Natural de nuestro Ser
Y si he hablado de sufrimiento,
igualmente quiero referirme a la felicidad, que es anhelada por la totalidad de
los seres humanos y todos la buscan. Y este es el “quid” de la cuestión: que la
“buscan”; y la “buscan” fuera. Fuera de sí mismos, en las cosas que los rodean,
en las personas…
Sin embargo, la felicidad no está
fuera, sino que, como tantos maestros han enseñado, se halla en nuestro
interior, ya que es el Estado Natural de nuestro Ser.
Buscando fuera, jamás la hallaremos,
limitándonos a vivir ratos de bienestar e, inevitablemente, otros de malestar.
Así anda la gente… Solo cuando nos percatamos del “Conductor” que somos, la
felicidad va emergiendo y llenado nuestro día a día. Y esto no es una quimera.
La felicidad que así se vive es lo
que las tradiciones orientales llaman “ananda”: felicidad incausada fruto del
Estado Natural de nuestro Ser. Cuando por la práctica del Yoga dejamos de
identificarnos con el “coche” y paramos toda agitación mental, que oscurece la
presencia del “Conductor”, nos instalamos en nuestra naturaleza esencial que es
felicidad (Yoga-Sutras 1-3), manifestación de nuestra íntima naturaleza y, por
tanto, estable, duradera y que se basta a sí misma.
Siempre ha habido hombres y mujeres
en todas las épocas y culturas, la mayoría personas insignes, que lo han
vivido, lo han atestiguado y nos lo han trasmitido como hermoso legado.
De estas personas insignes se ha
dicho que eran seres espirituales. Pero todos, sin excepción, somos seres
espirituales y atesoramos la divinidad en nuestro interior. Por eso, Juan de la
Cruz escribió que “el más perfecto grado de perfección a que en esta vida se
puede llegar es la transformación en Dios”. Lo único que pasa es que unos se
dan cuenta y otros no.
En este sentido, se puede calificar
de espiritual a la persona que se percata del “Conductor” que es y vive en
coherencia y consciencia con ello. Lo que llamamos transformación se dirige
precisamente a esta toma de consciencia.
Una transformación que es interna
(autotransformación) o no lo es. Y la transformación interna es la llave que
abre la puerta de la transformación externa. Ya lo señaló Platón y más
modernamente lo aseveró Gandhi con la frase que se le atribuye: “ojos nuevos
para un mundo nuevo”.
A partir de esto, la transformación
no es algo que ocurra de pronto, sino que es un proceso, un sendero que,
retomando lo compartido anteriormente, no está fuera de ti, sino que está en ti
y eres tú mismo.
Su recorrido exige darse cuenta de
que el punto de partida eres tú tal como actualmente eres, lo que exige que te
observes (autoobservación) sin sentimientos de culpa ni autoengaño. Y puestos
en marcha a partir de ahí, avanzar en el sendero sin prisas, pero sin pausa, en
un proceso de paulatino conocimiento de uno mismo y creciente equilibrio y armonía
emocional y mental.
Emilio Carrillo
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