El nuevo paradigma tiene mucho más
que ver con el enfermo que con la enfermedad. La enfermedad es el predicado.
Pero, ¿qué nos hemos preguntado del sujeto? La misma enfermedad está allí como
una pregunta abierta demandando qué estamos haciendo con la vida, la mente, la
consciencia, el sentir, la relación con el mundo. No podemos mejorar el nivel
de vida del individuo si no mejora el de la humanidad. No podríamos mejorar la
salud si no descubrimos nuestra indisoluble continuidad con el todo humano, con
nuestra propia humanidad. La salud pareciera tener más que ver con ese puente
hacia la totalidad, que es la integridad, que con cualquier factor aisladamente
considerado, llámese emoción, microbio o tóxico. En ese contexto relacional
somos lo que somos con todo lo otro, la otredad nutre la yoidad y en el
“nosotros” conquistamos ese nivel de integridad que podríamos llamar salud. En
ese nivel, todos los territorios médicos están integrados. El chamanismo y la
biología molecular, la cirugía y la psicología transpersonal, las medicinas de
la materia con las de la energía. La biocibernética y las ciencias de la
consciencia. Reflexiones de la luz sobre el diamante de mil caras de la
evolución del mundo, la medicina del hombre es una y diversa. Su diversidad
expande su riqueza cultural desde la unidad esencial del ser humano. Células
del cuerpo humano, ya no un cuerpo de moléculas y tejidos y órganos, sino un
cuerpo de familias, sociedades y culturas emergentes.
TODOS LOS SISTEMAS MÉDICOS SON
COMPLEMENTARIOS
Tenemos tendencia a pensar que un
sistema médico es el sistema de los médicos, lo que conduce a la
centralización, la medicalización y la eliminación de actores y técnicas
tradicionales, que a lo largo de siglos han demostrado su vigencia social,
aunque no hayan sido aún avalados por la ciencia. Necesitamos del aporte de
todos los sistemas médicos, pues todos ellos son parte del territorio integrado
de la salud humana. Como producto de visiones del mundo correspondientes a
distintas culturas, no podemos pretender aplicar a los diferentes sistemas
médicos sólo el código de lectura de la medicina occidental.
En esta perspectiva, no tiene sentido
concebir los sistemas médicos sólo desde el punto de una medicina casi
exclusivamente centrada en la biología molecular, porque la salud en el ser
humano implica tanto subjetividad personal y cultural como objetividad
biológica y social. Es tan importante el sustrato biológico objetivo, como el
sujeto y su modo de relación consigo mismo y con el mundo. Disociar el cuerpo
de la conciencia que lo habita es como confundir el instrumento musical con el
intérprete. Desconocer el sujeto nos ha precipitado por el abismo de la
objetividad, pues pretendiendo ser cada vez más objetivos, hemos ido
convirtiendo también al sujeto, al paciente, en un objeto. Hemos identificado
la vida con el cuerpo, hasta el punto de creer que su muerte es el fin de todo,
y que antes del nacimiento no vivía nada de nosotros. Procedemos en fin como
si, al margen del cuerpo, no tuviéramos ni pasado ni futuro, como si la vida
fuera simplemente una emanación de un cierto orden molecular.
LA ENFERMEDAD ES UN MODO DE APRENDER
Y SUS LECCIONES ESTÁN LIGADAS CON EL SENTIDO DE VIVIR
A la luz de la biología sistémica, la
vida es un proceso de aprendizaje. También la enfermedad es un modo de aprender
y sus lecciones están ligadas con el sentido de vivir. No reconocer el sentido
de la enfermedad revela de nuestra parte una falta de sensatez, pues podemos
vivir de muchos modos pero de ningún modo es posible vivir dignamente sin
sentido. Y el sentido de la vida es aprender. A eso vinimos.
LO QUE HOY NECESITAMOS
En esta era de la conciencia, la de
una medicina no local, necesitamos la ciencia del sonido, la magia del color,
la precisión del robot, los prodigios de una medicina regenerativa que tal vez
nos permita dejar atrás la era de los trasplantes. Necesitamos lo mejor de la
nanotecnología y la imagenología, que abren hoy posibilidades insospechadas al
diagnóstico y la terapéutica. Necesitamos una nueva ciencia de la nutrición en
la que además de las moléculas cuenten su energía y su información. Necesitamos
conocer los trayectos de la energía por la geografía del cuerpo, que durante
cinco mil años han guiado el ejercicio de la medicina tradicional china. Necesitamos
reconocer con la etnofarmacología que una buena parte de los usos tradicionales
de las plantas en las culturas “primitivas” tienen principios activos
correspondientes a su empleo popular.
Necesitamos hoy de todas las
visiones, invitar al intérprete único que toca en el instrumento de cada
cuerpo. Necesitamos rescatar las preciosas partituras de la vida, en las que de
seguro la ciencia está preñada de arte, de filosofía y de una ética que implica
buscar más allá de la biología un sentido profundo a la vida. Y sobre todo,
necesitamos saber que todos vinimos a aprender a dar nuestra nota en el
concierto transcultural de un mundo sin fronteras, uno en el que cada uno dará
una nota única en la sinfonía de una nueva tierra.
EL SER HUMANO QUE DECIMOS SANAR
El ser humano dista hoy del homínido
que hace millones de años iba emergiendo del cuerpo animal. Sanar el ser humano
es un arte bien distinto de curar cobayos, de los que hemos extrapolado buena
parte de nuestros conocimientos médicos. Tenemos conciencia de la conciencia,
reflexionamos, nos anticipamos al futuro, creamos, nos realizamos personal y
socialmente, tenemos necesidad de trascender.
La cultura y los sistemas de
creencias son un aspecto de la epigenética que determina cómo se expresa la
genética. Han cambiado tanto nuestras relaciones y sistemas de creencias que no
podemos pensar que nuestra expresión genética sea hoy igual a la de hace unas
décadas. No somos iguales al ser humano para el que se fueron diseñando hace
tiempo los distintos sistemas médicos. El software o programa del ser humano no
es el mismo del homínido que va emergiendo del mundo animal: ha cambiado el uso
del hardware o el disco duro de la biología, nuestros modos de vernos y
relacionarnos se han transformado con la conectividad del cerebro. Las redes
sociales han borrado las fronteras de la faz de la tierra, y los antiguos
procesos de evolución lenta y vertical a través de la transferencia de
información genética, han cedido el paso a la transferencia de información
horizontal que cambia los programas que resuenan en el instrumento de la
biología. Ni la música, ni la danza son iguales. Nuestra medicina no puede ser
ya la misma. Estamos en mora de integrar lo que ya se ha integrado en otros
niveles de la cultura. Necesitamos hoy más que nunca de una medicina sin
fronteras donde lo mejor de todos los territorios terapéuticos de las
diferentes culturas esté al alcance de todos los seres humanos.
LA MEDICINA INTEGRATIVA
Para no confundir el mar de la vida
humana con un oleaje superficial y pasajero, necesitamos hoy una inmersión en
el océano de las profundidades, en el de una ciencia que no puede estar exenta
de conciencia.
Hemos ascendido por nuestra biología
a dimensiones emocionales y mentales de la conciencia, que ya no se pueden
disociar de nuestras medicinas. Necesitamos de la psicología como de la
ortopedia, de la tecnología como de la ética, del médico cirujano como del
sanador. Necesitamos de la sabiduría sencilla del chamán y el curandero, de la
solidaridad subjetiva de los grupos de oración, de la promesa que hoy nos trae
la emergente ciencia de la compasión. Necesitamos integrar el inmenso
territorio de las distintas especialidades en el común denominador del paisaje
de la vida, para que los árboles no nos impidan ver el bosque. Necesitamos hoy
considerar también la necesaria inmersión en los maravillosos detalles de cada
especialidad, para que el bosque no nos oculte la belleza de los árboles.
Necesitamos saber que todos los
territorios médicos, los de todas las culturas, son complementarios, que no hay
en ese sentido medicinas alternativas, y que la única alternativa que tenemos
todos, desde toda medicina, es servir sin condición la vida. Con todas las
medicinas podemos hacer una sola medicina, la que sirve. Cualquiera que sea su
fuente, todas, con todos sus medicamentos y sus técnicas, se nutren de una sola
esencia: el servicio. Servir es el mejor modo de poner en movimiento el más
efectivo de todos los medicamentos: el amor.
Necesitamos una medicina integrativa
para que los servicios de salud sean lo que son: una corriente de servicio.
Para que los sistemas de salud promuevan la salud y no sólo se dediquen a
atacar la enfermedad. Para que lo mejor de todos los sistemas médicos del mundo
confluya en una corriente en la que nuestra atención sea tan científica como
humana. Para que nuestra medicina tenga alma.
Dr. Jorge I.
Carvajal Posada
Fuente: Vivo Sano
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