Los planos de la manifestación
El ser humano es un microcosmos, un
reflejo del macrocosmos. Como tal, es divino en esencia y potencia, y su Ser
interno es eterno.
En el capítulo anterior veíamos el
viaje "descendente" que emprendía el Espíritu o Mónada con el fin de
adquirir autoconsciencia y llegar a reconocer su origen divino. En dicho
"descenso", recordemos que pasa por varios planos:
Adi es el plano original, el más
inefable, el más próximo alo Inmanifestado. En él mora la Mónada, homogénea e
indiferenciada.
Desde adi, la mónada desciende a
anupadaka, donde lleva a cabo una "preconfiguración" que acabará por
permitirle entrar en contacto con la materia.
Desde anupadaka, la Mónada irradia
una parte de sí misma al plano átmico, donde aún permanece indiferenciada.
A continuación, la Mónada desciende
al plano búddhico, donde se diferencia como una diversidad de mónadas. En
primera instancia, cada mónada rige sobre un alma grupal. Esto implica que los
distintos habitantes de los reinos vegetal y animal no cuentan con almas
individuales.
Paralelamente, en el ámbito físico,
se ha producido una evolución de lo denso a lo sutil. El asentamiento del plano
físico denso tiene su manifestación más contundente en la consolidación del
reino mineral.
Siguiendo con la evolución física,
aparece la vida biológica, lo cual es posible gracias al desarrollo de una
contraparte etérica que es capaz de recoger vitalidad del entorno y comunicarla
a los organismos vivos. Como veremos, la contraparte etérica es un
"doble" del cuerpo físico denso, pero más sutil.
Con el desarrollo del reino vegetal
aparece el plano emocional. Todos sabemos que las plantas nos "sienten"
y responden a ello.
Con el desarrollo del reino animal,
el plano emocional llega a su máxima expresión, y se configura el plano mental.
Con la aparición del ser humano, el
aspecto mental llega a un grado de desarrollo tal que le permite ser
"tocado" por la Mónada, a través de Buddhi. Fruto de este contacto
surge el plano mental superior o mente abstracta, que configura el cuerpo
causal.
En el ser humano encuentran expresión
todos los planos a los que se ha hecho mención, con la excepción de adi y anupadaka,
que son demasiado inefables. En total, son siete planos de manifestación, que
dan lugar a la constitución septenaria del ser humano.
Un secreto desvelado
El conocimiento relativo a la
constitución septenaria en relación con los distintos planos de manifestación
lo han atesorado varias corrientes espirituales a lo largo de la historia de la
humanidad. Su origen se remonta a la noche de los tiempos. La constitución
septenaria y el conocimiento de uno mismo basado en ella estaban presentes en
las escuelas de misterios que proliferaron en un momento determinado en varios
lugares, como el antiguo Egipto o la antigua Grecia. Estuvieron también
presentes en las enseñanzas de la Escuela de las Cien Flores de la antiquísima
China.
Ahora bien, hasta fechas bastante
recientes, este conocimiento se ha conservado dentro del ámbito de la sabiduría
que era transmitida a los iniciados de dichas corrientes, por considerarse
demasiado potente para ser objeto de difusión general. Se mantuvo en los
círculos iniciáticos de los brahmanes hindúes, o como uno de los secretos más
bien guardados de los rosacruces, o en las primeras logias de la masonería...
Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando este conocimiento empezó a
exponerse públicamente, puesto que se estimó que la humanidad había llegado a
un punto en su estadio evolutivo en que le resultaba conveniente disponer de
esta información. Unas pocas personas recibieron mensajes, por parte de seres
de elevada consciencia con los que estaban en contacto (maestros, mahatmas), de
que había llegado el momento.
Resulta curioso, sin embargo, el
hecho de que el detonante de la difusión fue una circunstancia muy concreta,
tal como expone Arthur Robson en su libro Man and his seven principles [El
hombre y sus siete principios]: la necesidad de aclarar qué componentes de un
ser humano fallecido pueden manifestarse en el plano físico en las sesiones de
espiritismo. ¿Se trata de su alma? ¿O bien esta entra en el plano de luz y lo
que se manifiesta son elementos remanentes de la personalidad?
La primera persona en divulgar el
conocimiento relativo a la constitución septenaria fue Helena Blavatsky por
medio de un trabajo aparecido en la revista The Theosophist en agosto de 1882.
Ahondó al respecto en La doctrina secreta, publicada en 1888; más adelante, en
La clave de la teosofia, de 1889; y, finalmente, en Instrucciones esotéricas
(1889-1891). A sus aportaciones hay que sumar las de autores como Eliphas Lévi,
en Las paradojas de la alta ciencia (1883), o A. P. Sinnett, en El budismo
esotérico (1883).
Por fin, con todo este bagaje, Annie
Besant, en La sabiduría antigua (1898) hace la presentación de la constitución
septenaria que se ha erigido en el principal referente al respecto:
Sthüla sharira (cuerpo físico denso)
Linga sharira (cuerpo físico más
sutil o doble etérico)
Käma rüpa (cuerpo astral o emocional)
Manas (mente) inferior (cuerpo
mental)
Manas (mente) superior (cuerpo causal
o alma humana)
Buddhi (alma universal)
Atma (Espíritu)
Resulta conveniente concebir estos
componentes agrupados en dos grandes bloques: el cuerpo físico denso, el cuerpo
físico etérico (doble corpóreo), el cuerpo emocional y el cuerpo mental (mente
concreta o manas inferior) constituyen el cuaternario perecedero o personalidad.
Y el cuerpo causal, el alma universal y Atma constituyen la tríada imperecedera
o Individualidad.
Presentación de los siete cuerpos
Una vez enunciados los siete cuerpos,
se procede a presentarlos someramente, en relación con el proceso de evolución
consciencial. Es evidente cuál es el cuerpo físico denso; es el que podemos ver
y tocar, y del cual podemos percibir distintas sensaciones (la respiración, los
latidos del corazón, etc.).
En la constitución septenaria se nos
indica que hay otro cuerpo físico, que no es tan denso sino más sutil, que se
conoce como cuerpo etérico. La mayoría no lo vemos, pero algunas personas sí
tienen esta facultad. Quienes pueden verlo nos dicen que tiene una mayor
envergadura que el cuerpo físico (sobresale unos cuantos centímetros de este),
y que hay una especie de conexión entre ambos cuerpos, que históricamente se ha
llamado cordón de plata.
El cuerpo emocional habita en el
plano astral y contiene nuestras emociones; unas altruistas, otras muy egoicas.
En algunos casos los elementos emocionales están equilibrados, armonizados; en
otros casos hay auténticas turbulencias.
Nuestros pensamientos de carácter
mundano se alojan en el cuerpo mental, que vive en el plano mental. Sin
entrenamiento, estos pensamientos andan desbocados y constituyen la mente
parlanchina; santa Teresa de Jesús la llamó "la loca de la casa", y
en psicología se la conoce como la mente concreta. Es la mente inferior, la que
utilizamos para llevar a cabo nuestras actividades cotidianas: levantarnos por
la mañana, ir al trabajo, relacionarnos con los demás, hacer actividades
rutinarias, etc.
Hasta aquí tenemos el cuaternario
inferior. Los cuatro componentes mencionados están vinculados a distintas
expresiones de la materia y son perecederos. El ámbito emocional y el mental
puede ser que tarden más en disolverse tras la muerte, pero su destino es
hacerlo.
Junto con estos componentes hay otros
tres, que constituyen la tríada superior. En muchos textos espirituales es
denominada el Yo Superior.
Dentro de la tríada superior tenemos,
en primer lugar, el cuerpo causal, que integra distintos aspectos: la mente
superior o abstracta (que es la que utilizamos para efectuar reflexiones de
tipo transcendente), y las relaciones de causa y efecto que vamos generando con
nuestras acciones cotidianas y a lo largo de nuestra cadena de vidas (de ahí el
nombre de este cuerpo). En el cuerpo causal se aloja el alma humana; es un alma
individualizada que integra las experiencias que vamos viviendo cuando
encarnamos vida tras vida, evolucionando en autoconsciencia.
Cuando la persona comienza a percibir
que tiene un alma, ha dado un salto muy grande en el conocimiento de sí misma.
En ese momento emprende su proceso de desidentificación respecto de la
personalidad, ya que se da cuenta de que es más que esta. Por ejemplo, yo no
soy Emilio, sino un alma encarnada en Emilio. La humanidad sería muy diferente
si la mayoría de las personas tuviesen esta consciencia.
Pero el proceso de autoconocimiento
no se detiene ahí. De hecho, cuando uno empieza a percibirse como alma, su
mayor autoconsciencia hace que las experiencias se vayan acelerando, y llega a
percibir que su alma individual no es tan individual en realidad, sino que
pertenece a algo mayor, que recibe el nombre de alma universal. En lenguaje
oriental es conocida como Buddhi, y corresponde al sexto cuerpo de la
constitución septenaria.
Esa alma universal, a su vez, es una
especie de vehículo, de instrumento, que es utilizado por otro componente que
está en el ser humano: Atma, que constituye una proyección directa de una parte
del Espíritu desde los planos más inefables. Atma constituye el séptimo
"componente" de nuestra constitución septenaria. (En esta ocasión,
pongo entre comillas "componente", por la arrogancia que supone
otorgar esta denominación a esta parte tan directamente divina).
Con el fin de simplificar, podemos
hacer una analogía y afirmar que los componentes de la tríada imperecedera
constituyen el Conductor que somos, mientras que los componentes del cuaternario
perecedero constituyen el "coche" que utiliza el Conductor para vivir
la experiencia humana. De hecho, el Conductor permanece en el transcurso de
toda la andadura humana, mientras que el "coche" tiene caducidad y
hay que irlo cambiando. Como conductores (en sentido literal), cambiamos de
coche cada vez que el que tenemos deja de sernos útil, y como Conductores (en
sentido figurado), cambiamos de cuerpo en cada encarnación.
Fuente: Emilio Carrillo y Francesc
Prims, Conócete a ti mismo.
https://www.nodualidad.info/textos/la-constitucion-septenaria-del-ser-human
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