Una de las primeras cosas que tuve
que aprender fue el arte de relajarme, sin el cual no es posible emprender un
verdadero estudio de la metafísica.
Un día entró el lama Mingyar Dondup
en la habitación donde me hallaba estudiando varios libros. Me miró y dijo:
«Lobsang, estás en tensión.
No progresarás en el mundo
contemplativo si no te relajas. Te enseñaré a hacerlo.» Me dijo que me tendiese
para empezar, pues aunque se puede uno relajar sentado, e incluso de pie, es
mejor aprender primero a hacerlo tendido.
Imagínate que estás ya destrozado en
el suelo con los miembros en la misma posición en que han caído y la boca
ligeramente abierta, pues sólo así descansan los músculos de las mejillas.
Procuré ponerme exactamente en la
posición que él me pedía.
—Ahora figúrate que tus piernas y
brazos han sido invadidos por unos hombrecillos que te obligan a esforzarte
porque te están tirando de los músculos. Diles a esos hombrecillos que se vayan
de tus pies para que no sientas en ellos movimiento ni tensión alguno. Procura
que tu mente explore los pies para asegurarte de que ningún músculo está
funcionando.
Hice todo lo posible para imaginarme
a aquellos diminutos seres.
Luego pensé en un Tzu muy pequeñito
que me tiraba de los dedos de los pies. Para mí fue una gran satisfacción
ordenarle que me dejara tranquilo.
El lama prosiguió:
—Luego harás lo mismo con las
piernas. Seguramente tienes a toda una tropa trabajándote las pantorrillas,
Lobsang. Esta mañana han tenido que esforzarse mucho las pobres mientras
saltabas. Ya es hora de que descansen.
Diles que se retiren hacia tu cabeza.
¿Se han ido ya? ¿Estás seguro?
Compruébalo con tu mente. Haz que te
dejen en paz los músculos hasta que se queden flojos e inmó viles.
De pronto hizo un movimiento brusco
señalándome una pierna.
—Mira, has olvidado a uno en el
muslo. Veo a un hombrecillo que te está tirando de un músculo. Echalo, Lobsang,
échalo.
Y por fin quedaron mis piernas
totalmente relajadas.
—Ahora debes hacer lo mismo con los
brazos —prosiguió— empezando con los dedos. Haz que toda esa gentecilla te suba
por las muñecas, luego a los codos y después a los hombros. Imagínate que estás
ordenándoles a esos hombrecillos que se retiren de todos los puntos de tu
brazo.
Cuando lo conseguí y él se convenció
de ello, me dijo:
—Ahora vamos con el cuerpo
propiamente dicho. Figúrate que tu cuerpo es un monasterio. Piensa en todos los
monjes que tienes ahí dentro tirándote de los músculos para obligarte a
trabajar. Diles que se vayan. Diles que abandonen la parte baja de tu cuerpo primero
y después todo lo demás.
Oblígales a que te suelten todos los
músculos de modo que tu cuerpo quede sujeto solamente por la cubierta exterior
y que todo lo que contiene se afloje y quede en una posición natural. Entonces
podrás decir que has logrado relajarte de un modo absoluto.
Quedó muy satisfecho con mi
apariencia, porque dijo:
—Lo más importante para relajarse es
quizá la cabeza. Veamos lo que podemos hacer con ella. Veo que tienes a ambos
lados de la boca unos músculos en tensión. Afloja los dos lados, Lobsang. No
tienes que hablar ni que comer; así que, por favor, no hagas ningún esfuerzo
inútil. Y ¿por qué tienes los ojos entornados? No hay ninguna luz tan fuerte
como para que te moleste; así que ciérralos con suavidad, dejando caer los
párpados como si se cayeran ellos solos, sin tensión alguna. —Se volvió y miró
por la ventana abierta—. Ahí está precisamente el que sabe relajarse mejor en
el mu ndo:
un gato. Podrías aprender de él.
Nadie le supera en eso.
Se tarda mucho en escribir todo esto
y parece extraño y difícil cuando se lee, pero la verdad es que basta un poco
de práctica para relajar el cuerpo en un segundo. El sistema que he expuesto
nunca falla. A todos aquellos que viviendo en la constante inquietud de la
civilización occidental se encuentran tensos y excesivamente fatigados, he de aconsejarles
que practiquen ese método, así como el sistema mental que voy a exponer ahora.
Para este último me aconsejó el lama Mingyar Dondup que procediese de un modo
diferente.
—De nada serviría reposar físicamente
si la mente está soliviantada y sin reposo. Mientras yaces ahí relajado
fisicamente procura seguir con la mente el rumbo de tus pensamientos, pero sin
poner una gran atención ni interesarte demasiado por ellos. Míralos con
indiferencia y convéncete de lo triviales que son. Y entonces detén el curso de
estos insignificantes pensamientos; prohíbeles terminantemente que sigan
circulando. Imagínate un cuadrado negro, un puro vacío, y tus pensamientos que
intentan saltar de un lado a otro. Al principio, algunos intentarán saltar
hasta al borde del abismo.
Lánzate tras ellos y oblígalos a
volver a donde estaban al principio y luego los obligarás a saltar de nuevo
sobre ese negro vacío. Pero imagínate como si lo estuvieras viendo y en muy
poco tiempo conseguirás ver la negrura sin esfuerzo alguno. A partir de ese
momento disfrutarás de un perfecto relajamiento mental y físico.
También esto es más difícil
explicarlo que hacerlo. Con poca práctica se logran unos resultados estupendos.
La mayoría de la gente no cierra nunca su mente ni sus pensamientos y son como
los que pretenden ejercitarse físicamente sin interrupción durante el día y la
noche. Una persona que intentase andar sin descanso durante unos cuantos días y
noches no tardaría en caerse al suelo; en cambio, nunca damos reposo a la
mente.
Todo lo que hacíamos estaba
encaminado a ejercitar la mente. Si aprendíamos el judo, era como ejercicio de
autodominio. El lama que nos enseñaba este método de lucha podía defenderse de
diez ataques a la vez y vencerlos. Sentía una gran afición por el judo y
trataba de hacerlo lo más interesante posible.
—Las llaves que estrangulan —solía
decir— pueden parecer salvajes y crueles a los occidentales, pero este punto de
vista es erróneo. Como ya he dicho, basta tocar ligeramente a una persona en el
cuello para dejarla sin conocimiento en una fracción de segundo. La leve
presión paraliza el cerebro sin dañarlo.
En el Tíbet, donde no hay anestesia,
utilizábamo s con frecuencia esa presión para las operaciones quirúrgicas e
incluso para la extracción de dientes difíciles. El paciente no se daba cuenta
de nada. También se emplea en las iniciaciones cuando se suelta al ego del
cuerpo para que emprenda un viaje astral.
Con este entrenamiento nos
inmunizábamos contra las caídas. Una de las finalidades del judo es aprender a
caer sin hacerse daño; los chicos acostumbrábamos a saltar desde lo alto de un
muro de tres a cuatro metros para divertirnos.
Un día sí y otro no, antes de empezar
los ejercicios de judo, teníamos que recitar los Pasos del Camino de Enmedio,
piedra angular del budismo.
Puntos de vista rectos: opiniones
libres de toda ilusión y de egoísmo.
Rectas aspiraciones: que nos conducen
a tener intenciones y opiniones elevadas y dignas.
Palabras rectas: las que usará toda
persona amable, considerada y v erídica.
Recta conducta: que nos hace pacíficos,
honrados y desprendidos.
Vida recta: para obedecer este
mandamiento hay que evitar causar daño a hombres y animales y se dará a estos últimos
todos sus derechos como seres.
Esfuerzo recto: hay que tener
autodominio y someterse a una preparación constante.
Pensamiento recto: tener los
pensamientos adecuados y hacer siempre lo que está bien.
Visiones rectas: placer que se deriva
de la meditación sobre las realidades de la vida y sobre el Super- Ser.
Si alguno de nosotros cometía alguna
falta contra estos mandamientos, teníamos que yacer cara al suelo a la entrada
del templo para que todos los que entrasen pasaran por encima de nuestro
cuerpo. Allí había que permanecer desde el alba hasta el anochecer sin moverse
en absoluto, sin comer y sin beber. Además, se consideraba como una gran
vergüenza.
Ya era lama, y uno de los
distinguidos, uno de los superiores. Este título resultaba muy halagüeño, pero
era muy difícil mantenerse a la altura de la situación. Antes tenía que
obedecer las treinta y dos reglas de la conducta sacerdotal. Una vez nombrado
lama, me encontré, horrorizado, que debía obedecer nada menos que doscientas
cincuenta y tres reglas. Y en Chakpori el buen lama no quebrantaba ni una sola
de ellas. Me parecía que la cabeza acabaría estallándome de tantas cosas como
había que aprender en el mundo. Pero resultaba muy agradable sentarse en la
terraza y ver cómo llegaba el Dalai Lama al Norbu Linga o Parque de la Joya,
que estaba allí abajo, cerca de nuestro monasterio. Tenía que ocultarme
mientras contemplaba al Precioso Protector, pues nadie podía mirarle de arriba
abajo.
También podía ver, al otro lado de
nuestra Montaña de Hierro, dos hermosos parques: el Khati Linga, y al otro lado
del río que llaman el Kaling Chu, el Dodpal Linga ( significa parque). Más al
norte se hallaba la Puerta Occidental, o sea, el Pargo Kaling. Más cerca, casi
al pie del Chakpori, se elevaba un monumento que conmemoraba a uno de los
héroes de nuestra historia, el Rey Késar, que vivió en los bélicos días que
precedieron al budismo y a la paz del Tíbet.
¿Qué si trabajábamos? A todas horas,
aunque también teníamos alguna distracción, ya que era un placer charlar con
hombres como el lama Mingyar Dondup. Para estos hombres sólo tenía un objetivo
la vida: la paz y ayudar al prójimo. Otra compensación era poder admirar aquel
hermoso valle tan verde y poblado de magníficos árboles. ¡Qué estupendo
contemplar cómo fluían las azules aguas que serpenteaban en las montañas, ver
los relucientes monumentos religiosos, las pintorescas lamaserías y ermitas
colgadas en alturas inverosímiles! Y era un placer mirar con la debida reverencia
las doradas cúpulas del Potala tan próximas a nosotros, y los brillantes
tejados del Jo-kang, poco más allá, hacia el este. La camaradería de los otros
monjes, la rudeza bien intencionada de los monjes menores, el familiar olor a
incienso que impregnaba los templos… Todas estas cosas que constituían nuestra
vida la hacían digna de vivirse. Desde luego, había que pasar malos ratos, pero
no importaba: en toda comunidad hay gente incomprensiva y de poca fe, pero en
Chakpori eran los menos.
Extracto de EL TERCER OJO
LOBSANG RAMPA
Fuente: Espada de Luz en Tu Honor
No hay comentarios:
Publicar un comentario