REFLEXIONES SOBRE NUESTRA IDENTIDAD
Ser consciente de la responsabilidad
en la vida
En esta época de comunicación
globalizada y de transformaciones vertiginosas en la que estamos viviendo se
observa una pérdida de equilibrio entre la información recibida –no siempre
necesaria y útil–, las exigencias de conocimientos, los cambios de valores, la
sabiduría y la madurez; vivimos en un mundo fragmentado, aparentemente muy
comunicado e hiperinformado y, sin embargo, a veces insensato. Está claro que
la superficialidad, la saturación y el vértigo con el que vivimos nos distancia
del sentido de vida y de nuestro sentido de identidad.
La identidad es un concepto que
tenemos internalizado de forma casi automática, pero si nos detenemos a pensar
en ello la cosa se complica, ya que la identidad conjuga diferentes aspectos
sociales, geográficos, biológicos, psicológicos, físicos, culturales,
espirituales como son la historia de vida, el nombre, la genética, el sexo
biológico, la sexualidad, los estudios, el trabajo, el país donde se nace, el
lugar donde se vive, etcétera, y algunos de ellos bastantes complejos.
Los seres humanos somos personas
individuales y responsables de nuestros actos –en la medida en que somos libres
de actuar–, cada uno poseemos un valor particular con una individualidad
propia. Esto nos otorga una identidad personal, que se refleja y se proyecta en
todas nuestras actividades y en todo lo que nos representa, con una conciencia
de persona en el presente y según lo vivido en el pasado, y aún cuando cambian
los sentimientos, los pensamientos y la conducta, esa individualidad que nos
caracteriza permanece en el tiempo. Ser consciente de que poseemos una
identidad propia significa ser consciente de la responsabilidad humana,
personal y social que tenemos en la vida; y como fundamento de esta
individualidad está el sentido del “yo”, expresando la identidad del alma,
puesto que nuestro “yo” contiene una información neuronal y ancestral que
conlleva una reflexión del alma sobre sí misma -de nosotros sobre nosotros
mismos- a lo largo de toda la existencia.
El filósofo T. Todorov nos dice que
el hombre es por excelencia un ser social y por lo tanto hay un sentido de
identidad social que se fundamenta en la conciencia de nosotros mismos, y que
es gestada a partir de las relaciones que vamos teniendo con las demás
personas. Desarrollamos así un sentido de existencia personal, un “ser
individual” y un “ser social” –fundamentado en el “yo”–, integrado con el
sentido de “ser orgánico, viviente” -como lo es cualquier animal- y el sentido
de “ser divino”, eterno y cósmico.
Por esto la identidad se relaciona
también con la aptitud de percibir y satisfacer nuestras necesidades –de
acuerdo a la propia personalidad–, la valoración que hacemos de nuestras
capacidades y la responsabilidad que poseemos sobre nuestros actos; es decir,
la identidad tiene que ver con la confianza, la autoestima y el respeto que
tenemos hacia nosotros mismos al interactuar con el mundo. Por esta razón, el
sufrimiento o el daño experimentado generalmente va unido a la pérdida de la
objetividad, de la libertad y del sentimiento de bondad; y uno de los peores
daños a nivel psicológico que pueden –o podemos– hacernos es el que se
relaciona con la humillación.
La humillación es sinónimo de
desprecio y su forma más directa es a través del maltrato físico, la tortura o
la violación, donde junto con el dolor físico aflora el dolor psíquico de
sentirse indefenso frente a la voluntad del otro. También la humillación se
ejerce cuando una persona es excluida de sus derechos al interior de un grupo
–familiar, de trabajo, de amigos, etcétera–, o cuando su individualidad no es
aceptada. ya que cualquiera de estas formas de desprecio, que en ocasiones se
ejercen de manera muy sutil, dañan a nivel psíquico la autoconfianza, el respeto
y la autovaloración, condicionando la integridad personal y el sentido de
identidad.
Por el contrario, conocer lo que cada
uno es y profundizar en el propio conocimiento personal es un derecho que no
debemos negar a los otros, ni negárnoslo a nosotros mismos; favorecer nuestro
propio crecimiento nos produce riqueza espiritual, intelectual y social, y por
lo tanto, nos da estabilidad y fortaleza para enfrentar los avatares de la
vida. El derecho a la vida conlleva el derecho a poseer una identidad propia, a
profundizar en ella y desarrollarla, conocer y conocerse. No olvidemos que la
identidad del “yo” se refuerza y se enriquece mediante el autoconocimiento y a
través de aquellas experiencias que acrecientan el contacto con uno mismo.
Cuando alguien se da cuenta de que
posee información y herramientas vitales para su crecimiento, su autonomía y su
bienestar, advierte que estar en contacto consigo mismo es un recurso
importantísimo para sobrellevar las injusticias y el daño que nos pueden causar
quienes nos rodean. El autoconocimiento nos da recursos para gestionar el
sufrimiento, los recuerdos dolorosos y los miedos del futuro; nos da autonomía
para caminar sin cadenas y ligeros de equipaje.
Tomar contacto con nuestra
interioridad implica explorarse y experimentarse a sí mismo/a, ser consciente
de cómo afloran y se expresan las emociones, de cómo actúa nuestra mente y cómo
ejercemos la voluntad; significa tomar contacto con el cuerpo y sentir el modo
en que las emociones y la información implícita en nuestro “yo” actúan en él.
La búsqueda de este equilibrio entre la interioridad –aquello que sentimos que
somos– y la exterioridad –lo que expresamos y la forma como respondemos a los
condicionantes externos– es lo que nos conduce a la madurez, a la integridad
personal y a vivir construyendo una identidad de acuerdo a la propia
naturaleza, y en armonía con el espíritu.
Hay momentos de la vida en que
necesitamos reforzar algunos aspectos de la identidad, como cuando vivimos
situaciones humillantes, y nos sentimos bloqueados, dependientes, culpables o
indefensos, en situaciones de acoso, muerte de un ser querido, la adolescencia,
la menopausia, separaciones, etcétera. Debemos saber que a través del arteterapia
podemos encontrar una vía que nos permite clarificar y organizar el mundo
personal sin sentirnos violentados o agredidos en nuestra interioridad, además
de trabajar la culpa y el perdón, clarificar los miedos y explorar nuestra
identidad, reforzando el contacto con nosotros mismos y con nuestro cuerpo.
¡Os deseo a todos un muy buen retorno
a la actividad y mucha suerte en esta nueva temporada que se inicia!
Patricia Abarca
Fuente: Tu Mismo
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