LAS TRES PUERTAS -
Articulo del Dr Fernando Callejon
Cuando un
paciente me consulta, imagino tres puertas. Cada una de ellas tiene una llave y
entre ambos, debemos aprender a abrirlas.
La primera
puerta la llamo -la actitud de curación-. En ella el camino a desarrollar es
lograr aprender la actitud que necesita el paciente para curarse. Allí, estarán
los pilares de la confianza, el reposo, la dedicación y la paciencia.
La segunda
puerta la llamo -la del lenguaje para curarse-. Allí, deberemos recorrer el
lenguaje que describe la realidad y aquel que crea la realidad. Las
afirmaciones y las declaraciones. Estos pilares serán los desplazamientos de
sentido y las condensaciones que hacemos con las palabras. Conoceremos el
discurso de la enfermedad y el discurso del cáncer. También abordaremos los
tres mandatos de la enfermedad.
La tercera puerta
la llamo -los instrumentos de curación-. Allí se desplegará la dimensión de lo
mensurable. Aquello que el sujeto necesita como la materia que lo cura. Eso que
llamaremos medicamento, tomografías, marcadores. Serán los testigos y los
protagonistas objetivos de la curación.
Las tres
puertas deben ser abiertas. El compromiso que ambos asumimos es no depositar en
una de ellas el motivo de la cura. El trabajo terapéutico será el recorrido de
los tres caminos que confluyen en un espacio que llamaremos el estado posible
para vivir. Comenzaremos a olvidar la idealización que hemos hecho de la salud.
La salida de la enfermedad no será la recuperación de un estado anterior sino
el aprender a convivir con lo que la enfermedad nos ha dejado. Sus marcas, sus
aprendizajes y sus imposibilidades.
Veamos una
por una esas puertas y sepamos que hay detrás de ellas.
La actitud
de curación.
Esta puerta
es muy difícil de abrir. Cuando alguien está enfermo, lo único que quiere es
dejar de estarlo. La propuesta de tener una actitud determinada suele ser
rechazada de plano. Es por eso que la llave es hacerle entender que él conoce
esa actitud y que solo necesita recordarla. Siempre le proponemos el ejemplo
del animal herido en la selva. Allí, sin que nadie se lo haya enseñado, el
animal buscará un lugar que lo oculte de los predadores ya que herido es una
presa fácil. Se arrastrará hasta un árbol porque el rocío de la noche sobre las
hojas le permitirá beber algo de agua. No se preocupará por comer ni por
escapar. Solo descansa y espera. Nosotros, conocemos esa actitud. Nuestro saber
colectivo la ha utilizado millones de veces pero quizás el ejemplo más claro
sea el dolor. Si alguien tiene dolor, se queda quieto. Es natural que lo haga.
Si se rompe un hueso, solo se unirá con reposo. No hay drogas ni técnicas que
superen o reemplacen a la quietud.
Es necesario
entender la quietud no solo como descanso sino como confianza absoluta en que
los mecanismos reparadores del cuerpo harán su trabajo. Nadie desconfía del
poder del hueso en repararse. Nadie confía del poder del órgano en curar un
cáncer. Debemos recuperar esa confianza. No poner obstáculos a los mecanismos
reparadores naturales. El animal herido en la selva no lo hace. Nosotros, lo
hacemos permanentemente.
Es claro que
el período de reparación puede tener obstáculos. Y es maravilloso que la
medicina haya logrado superar esos obstáculos con medicamentos y cirugías.
Jamás renegaremos de ellos. Pero no debe confundirse la superación de un
obstáculo con la curación de una enfermedad. Cuando un intestino obstruido, es
operado se salva a la persona de un grave obstáculo. Pero no se la cura.
Algunas veces, esa misma cirugía, en su afán de curación, va más allá de lo que
debería y crea futuros problemas. Otras veces, las masas presentes son tan
grandes que operarlas es matar a la persona o dejarla con complicaciones
irreversibles. Es aquí que la paciencia y la confianza deben actuar. ¿Qué
sentido puede tener operar a una persona que tenga una masa alrededor del recto
que toca su columna? Allí sería más prudente manejar el dolor y esperar. Y
buscar las tres llaves para lograr la superación del problema.
Es así que
la confianza se convierte en un aliado fundamental en el camino que abre esta
puerta. No es la confianza en el médico ni en un medicamento. Es la confianza
en la capacidad reparativa de la naturaleza que se ha puesto a prueba durante
millones de años. Poner en actividad esa capacidad es parte del reposo. Pero el
reposo no debe ser entendido solo como descanso. Es sobre todo, la idea de no
confrontar, de no pelear ni con la enfermedad ni con la causa de la enfermedad.
Esta actitud es quizás la más importante ya que se trata de una profunda
aceptación de lo que pasa sin querer cambiarlo. Es evitar crear -el conflicto
que trata de solucionar el conflicto-. Una persona enferma debe usar todas sus
fuerzas en curarse y no puede gastarlas intentando transformar la realidad de
los otros.
Aquí aparece
la dedicación. Es una actitud especial en que el ser vivo se retira de la lucha
y solo se dedica a curarse. Dormirá mucho más tiempo del habitual, se
alimentará en forma liviana, no generará discusiones ni desencuentros. No los
aceptará. Está dedicado a curarse. Como hace cualquier animalito enfermo. Solo
se queda quieto, toma agua y recibe cariño. No intenta manipular a nadie con
esa actitud. Su único objetivo es permitir la reparación del organismo.
Esta puerta
a la que imaginamos una vez abierta como una serie de caminos que se enlazan
con los caminos de las otras puertas, debe ser comprendida y respetada. Muchas
personas creen que pueden no recorrer ese camino porque tienen aptitudes
especiales que no los obligan a hacerlo. Sin embargo, todos deben entender que
esas actitudes son las que ha creado la naturaleza para reparar los cuerpos exigidos
más allá de su capacidad. Si se ha llegado al momento que la medicina llama
enfermedad nadie puede dejar de sostenerse en esa reparación. Nadie está exento
de tener que cumplir con esta obligación. Deberá retirarse de su trabajo
habitual, de su rutina aprendida y de sus presiones en los vínculos. Deberá
suspender compromisos y por sobre todas las cosas, deberá dejar de luchar aún
para sanarse. Esta lucha por la curación, que mucha gente confunde con la
dedicación como actitud curativa, debe ser reemplazada por la mansa espera (aún
en medio de los obstáculos) acompañada por la presencia del médico que lo
guiará para no cometer errores.
Reposo,
confianza, paciencia y dedicación son los cuatro caminos que se deben recorrer
tras abrir la puerta de las actitudes para la curación.
El lenguaje
de la curación.
Esta segunda
puerta tiene al abrirla, más que caminos, laberintos que se abren y se cierran.
Veamos como se desarrollan.
1) la estructura del lenguaje. Aquí
deberemos aprender que el lenguaje no es inocente. Que si bien existe un
caminito florido que usa el lenguaje para describir la realidad, existe un
laberinto tortuoso que crea realidades a través del lenguaje. Ni los pacientes
ni los médicos toman conciencia de que juntos vienen creando realidades más que
describiéndolas. El sociólogo Rafael Echeverría hace una interesante
clasificación. Al lenguaje que describe la realidad objetiva lo llama lenguaje
afirmativo. -Esto es un árbol- es verdadero y -ahora es de día- es falso. En la
descripción de una realidad que colectivamente se ha aceptado, se mueven los
conceptos objetivos de verdadero y falso. En cambio, cuando se usa el lenguaje
para proponer una realidad, ya no para describirla, esta realidad se acepta o
se rechaza. Este tipo de lenguaje se llama declarativo y ya no describe
objetivamente lo que es verdad o falsedad sino lo que es válido o inválido. Lo
determinante de este lenguaje es la autoridad que tiene quien lo utiliza.
Inicialmente existirían seis tipos de declaraciones: sí, no, no se, gracias,
perdón y te quiero. Todas ellas generan una realidad que hasta ese momento no
existía. La declaración que mas nos interesa recorrer es la que la medicina, o
mejor dicho, la autoridad del médico propone al que lo consulta. -Usted señora,
tiene cáncer-. -Aquí hay que investigar porque algo está pasando-. -Usted se
sentirá bien, pero los análisis dicen lo contrario-. Estas declaraciones que se
parecen al discurso de la histeria, son capaces de generar una realidad cuya
consistencia es la enfermedad. Un ser humano que se siente igual que siempre,
es diagnosticado con una masa en el pulmón por un hallazgo casual y a partir de
allí, su realidad cambia. Mucho más común, un hombre cuya vida no tiene
sobresaltos, se le exige un control de un marcador de próstata y al evaluarlo
elevado, se le punza el órgano y se lo lleva a una realidad cercana a la
catástrofe. La declaración de enfermedad no parece ser de la dimensión de la
verdad sino de la aceptación del discurso médico. Uno se pregunta si la
realidad de la enfermedad puede crearse, si no existía ya antes de la aparición
del diagnóstico y de la declaración del médico. Lo que se crea, no es la masa
tumoral, el dolor en las manos o la dificultad para quedar embarazada. Se crea
un lenguaje sobre esos hechos que los convierten en sucesos de una realidad
dramática. Pensemos en lo que dice Hamer. La masa tumoral, el dolor en las
manos o la dificultad para quedar embarazada, son hechos que expresan
dificultades biológicas o como él lo llama, programas especiales de la naturaleza.
A partir de conocer el mecanismo de estos programas (existencia de un
conflicto, puesta en marcha de las conductas celulares para solucionarlo,
alternancia de la simpaticotonía con la vagotonía y crisis epileptoidea de
solución, presencia de micro organismos barrenderos y sentido de superación del
conflicto), Hamer crea una realidad que no ignora ni la masa tumoral, ni el
dolor ni la esterilidad. Por el contrario, las entiende de manera biológica y
les propone una salida biológica. La realidad que crea el discurso médico es de
presencia enemiga. Necesidad de destrucción y vuelta al estado anterior pero
jamás dejar que el enemigo siga en el organismo. La realidad que crea Hamer es
la comprensión de esa presencia y la ayuda de su desarrollo para que luego de
su superación la vida no sea la misma, sino que evolucione naturalmente. Tanto
el discurso médico como el de Hamer declaran dos realidades distintas. Quienes
le damos autoridad a Hamer, vivimos la enfermedad como un campo de aprendizaje.
Quienes le dan autoridad al discurso médico, la viven como un campo de guerra.
En un momento dado, lo que Hamer dice puede llegar a convertirse en verdad y a
partir de allí en realidad. Hasta ahora, los fundamentos no son considerados
suficientes para aceptarlos. Es cuestión de tiempo. Pero mientras tanto,
proponemos recorrer este camino de la estructura del lenguaje para ir
desenredando las trampas que propone.
2) Los discursos de la enfermedad. Así hemos
llamado en nuestra teoría a la anulación o suspensión de los distintos
significados que la relación entre un hecho y la respuesta a ese hecho genera.
Un ejemplo será la vivencia que cualquier persona puede tener de un robo. Hay
multitud de sentidos que ese hecho puede despertar. Sentirse despojado, burlado,
quedarse sin nada, querer agredir al ladrón, denunciar al sistema que lo
permite, sentir el abandono de la sociedad, quedarse paralizado, gritar, correr
y muchos más. Todos ellos son vivencias, actos, respuestas posibles ante un
hecho. Para que exista enfermedad, se tienen que suspender absolutamente todas
esas respuestas posibles y emerger como única presencia la respuesta que el
órgano produce, es decir la respuesta biológica. La intensidad del hecho hace
imposible una respuesta analítica, discriminativa de mi psiquis. Toda la
tensión del hecho se deposita en un órgano que se encarga de interpretar el
hecho con su pensamiento biológico. Ese órgano puede ser el pulmón que vivencia
la falta de aire y elabora células propias para lograr captar más aire. O el hígado,
que vivencia que se queda sin reservas y genera células para depositar la mayor
cantidad de alimentos. O puede ser el estómago que vivencia que está entrando
una realidad desagradable y se cierra. O cualquier órgano que tenga una
especial sensibilidad por causas hereditarias o por sucesos previos. El
discurso de la enfermedad es el desplazamiento del significado de convivencia
al significado de supervivencia. En lugar de enojarme, agredir o correr, dejo
que mi órgano lo haga por mi. El discurso de la enfermedad es el reemplazo de
mi habitual lenguaje por el lenguaje del órgano. Sin que existan sucesos tan
dramáticos este desplazamiento ocurre frecuentemente por el uso del lenguaje
orgánico. -Esa mujer me destrozó el corazón-. -Este chico me va a traer un
dolor de cabeza-. -No lo puedo digerir-. -Me cortaron la carrera-. -De esta
situación no puedo escapar-. -No doy más-. El desplazamiento del sentido es lo
que define el discurso de la enfermedad. Recorrer este camino es aprender a no
usar declaraciones que se conviertan en afirmaciones.
3) Los tres mandatos. En nuestra teoría, los
tres mandatos son tres lenguajes. Ellos son:
a) el de los órganos o mandato biológico:
cada órgano o tejido, de acuerdo a su origen embrionario tiene determinadas exigencias
que cumplir. El pulmón respirar, el intestino digerir y el páncreas elaborar
jugos e insulina. Si se les exige más de lo que pueden hacer, lo denuncian a
través de una conducta que va desde la inflamación hasta la degeneración
celular. Esa conducta es el lenguaje que debemos aprender a escuchar para
discernir la actitud curativa que se necesita. Si el pulmón se cierra, es que
necesita aire puro y en el discurso de la enfermedad el aire puro se desplaza a
todos los sentidos que se le puedan dar: no ver a determinada gente, no
concurrir al trabajo, no sentir que otra persona lo asfixia. Conocer el
lenguaje del órgano es transitar el camino del acto necesario para calmar la
queja del órgano.
b) El de la familia o mandato familiar: es
el lenguaje con el que ha sido recibido el ser vivo dentro de su clan. Esa
recepción genera una respuesta adaptativa que se une al lenguaje del órgano y
se expresan juntos. Una persona que sufre de tiroides habrá sido recibido por
su clan con un lenguaje: no llegas a tiempo; no podrás ser primero en la vida.
La respuesta de esa persona ante esa recepción será adaptarse a ella para
compensarse y tratará de apurarse y arremeter en todos los actos de su vida.
Eso se expresará en hipotiroidismo ya que el lenguaje del órgano tiroides es
apurar el metabolismo. Conocer el lenguaje familiar será desarmarlo parta no
verse obligado a exigir a un órgano.
c) El generacional o mandato social: son los
valores universales que se trasladan de generación a generación para sostener
la continuidad de la vida humana. En el caso de la tiroides, el mandato social
es -los anteriores tienen más derecho que los posteriores- y se refiere a la
necesidad de proteger a los viejos para que no sean eliminados por los jóvenes
y así puedan transmitir los valores y las instituciones que se consideran
útiles. Este lenguaje junto con el familiar y el social, construyen un discurso
que al conocerlo, nos permitirá contestarlo adecuadamente para no exigir una
función y provocar lo que aún llamamos enfermedad. En el caso de la tiroides,
el discurso será: -debo apurarme + mis hijos no me ayudan-. La vivencia de
impotencia construye una frase que exige al órgano a dar más y elabora nódulos.
Habrá que aprender a contestar esa frase con otra; por ejemplo: -debo aceptar
el tiempo de los demás sin exigir que cambien-.
Como vemos,
la puerta del lenguaje de la curación es compleja pero fascinante. Hay mucho
que decir sobre ella y mucho que trabajar.
Los
instrumentos.
Esta tercera
puerta a recorrer es la de los instrumentos. Al entrar en ella, veremos
desplegada multitud de caminos, algunos muy angostos y otros muy amplios. Aquí
el papel del que la recorre no es pasivo. Podría pensarse que el paciente solo
tiene que tomar el medicamento o someterse a la cirugía. Que todo depende del
médico y que uno solo puede prestar su cuerpo a lo que el médico decide que
hacer.
Sin embargo,
nos olvidamos de algo. Cuando alguien está enfermo debe pensar a quien le va a
pedir ayuda. Si va al cirujano, no puede pretender otra cosa que una cirugía.
Si va al homeópata, que no espere un examen médico minucioso de sus órganos. La
elección del médico no es inocente. Uno no puede escudarse solamente en lo que
el sistema ofrece. Hasta cuando va a comprar carne, se esfuerza en hacer un
recorrido de distintas carnicerías (vale la comparación) pero en cuanto a la
elección de un médico parece que todo pasa por los que figuran en la cartilla.
Ni es así ni debe ser así. La sociedad debe pedir y exigir la posibilidad de
las distintas alternativas. Al fin de cuentas se trata de una elección de vida.
No es inocente. Además el paciente debe aprender a informarse como lo hace en
todos los niveles de su vida. Como lo hace al irse de vacaciones o elegir un
diputado. Si no lo hace, su responsabilidad queda reducida a cero.
Los
instrumentos médicos se refieren a la elección que hace el paciente de que
elementos lo ayudarán a su recuperación. No es lo único que importa pero es lo
mensurable, lo objetivo. Aquello a lo que el sistema atribuye la curación. Es
nuestro objetivo hacer tomar conciencia que el medicamento o la cirugía muy
pocas veces son curativos. Casi siempre son paliativos ya que si no se recorren
las tres puertas juntas, la enfermedad retorna invariablemente.
Esa
conciencia será la que ayude a crear nuevos instrumentos que no sean tan
cruentos como muchos de los actuales.
Las tres
puertas nos invitan a abrirlas y recorrerlas. Lo que siempre se consideró una
desdichada situación pasa a ser una fascinante posibilidad de conocerse y
transformarse. Está en nosotros elegir cualquiera de las dos opciones.
Fernando
Callejon
Asi como el aguila, fuerte, audaz, libre, elevemonos sobre los codigos del pasado y asumamos la responsabilidad de nuestra integridad, somos una unidad. Asumamos el poder interior de nuestro ser, la sabiduria de nuestra Esencia y decidamos sanar. Dejemos de resistir a la vida!!! Olga Susana Benavidez
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