Hoy sentí de nuevo su revolotear, las mariposas de mi estómago solo estaban en periodo larval.
La vi y me enamore totalmente de ella, tal vez no era la más bonita del mundo; pero sus ojos resplandecían, si bien no eran grandes, ni preciosos , sin embargo te atrapaban; su sonrisa me iluminó el día, esa sonrisa sin ser precisamente la de una marca de dentífrico blanca nuclear, no lo necesitaba, ella tenía la suficiente luz; sus gestos me parecieron armoniosos cual bailarina de ballet, sin saber seguramente ni un paso; su cuerpo, su cuerpo, era el perfecto, ni más ni menos que el de ella, sin ser escultural, realmente a ella no podía irle otro; su risa me sonó a la más hermosa melodía, sin ser cantante.
Me la imagine con una corona de flores en su cabeza, cual diosa salida del Olimpo.
Mis mariposas revoloteaban hasta casi ahogarme, hasta que la risa me hizo estallar.
Solo era el cristal del escaparate de una tienda y ella era yo y su risa era la mía, nunca me sonó tan armónica.
No creo que fuese un ataque de vanidad, ni que me hubiese dejado las gafas en casa y estoy cegata perdida; en realidad creo que fue una llamada del Universo a amarme, a mirarme de nuevo en el espejo y descubrirme, a no tener miedo de mostrar mi cuerpo, a dejar de cuestionar el peso, las curvas, el pelo... En fin todo aquello que la mayoría de personas nos cuestionamos diariamente (creo) ya que nos enseñan a no estar satisfechas con nosotras mismas, con nuestro cuerpo y con nuestras posesiones.
Esto me enseñó:
A que me encanta dejar volar la imaginación.
A no dejarme las gafas en casa.
A reírme de mi misma o conmigo misma.
A tener mariposas en mi estómago y flores en mi cabeza.
A amarme un poco más y con ello amar un poco más al prójimo.
Autora: Rosa Francés Cardona (Izha)
La vi y me enamore totalmente de ella, tal vez no era la más bonita del mundo; pero sus ojos resplandecían, si bien no eran grandes, ni preciosos , sin embargo te atrapaban; su sonrisa me iluminó el día, esa sonrisa sin ser precisamente la de una marca de dentífrico blanca nuclear, no lo necesitaba, ella tenía la suficiente luz; sus gestos me parecieron armoniosos cual bailarina de ballet, sin saber seguramente ni un paso; su cuerpo, su cuerpo, era el perfecto, ni más ni menos que el de ella, sin ser escultural, realmente a ella no podía irle otro; su risa me sonó a la más hermosa melodía, sin ser cantante.
Me la imagine con una corona de flores en su cabeza, cual diosa salida del Olimpo.
Mis mariposas revoloteaban hasta casi ahogarme, hasta que la risa me hizo estallar.
Solo era el cristal del escaparate de una tienda y ella era yo y su risa era la mía, nunca me sonó tan armónica.
No creo que fuese un ataque de vanidad, ni que me hubiese dejado las gafas en casa y estoy cegata perdida; en realidad creo que fue una llamada del Universo a amarme, a mirarme de nuevo en el espejo y descubrirme, a no tener miedo de mostrar mi cuerpo, a dejar de cuestionar el peso, las curvas, el pelo... En fin todo aquello que la mayoría de personas nos cuestionamos diariamente (creo) ya que nos enseñan a no estar satisfechas con nosotras mismas, con nuestro cuerpo y con nuestras posesiones.
Esto me enseñó:
A que me encanta dejar volar la imaginación.
A no dejarme las gafas en casa.
A reírme de mi misma o conmigo misma.
A tener mariposas en mi estómago y flores en mi cabeza.
A amarme un poco más y con ello amar un poco más al prójimo.
Autora: Rosa Francés Cardona (Izha)
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