Podemos recorrer largas distancias y hacer cosas
muy diferentes, pero nuestra felicidad más honda no nace de acumular
experiencias nuevas. Deriva de prescindir de lo que es innecesario y saber que
estamos siempre en nuestro hogar.
En ocasiones realizamos todo un desplazamiento
(físico, mental o emocional) buscando la felicidad cuando, de hecho, bastarían
con que simplemente nos sentásemos para hallar el amor y la felicidad que
necesitamos. Pasamos la vida buscando algo de lo que creemos carecer, algo que
nos haga felices. Pero la clave de la felicidad más honda radica en dirigir la
mirada hacia otro lugar. Ignorando lo cerca que está la verdad, las personas la
buscamos lejos. ¡Qué lástima! Hay quienes, sedientos, gritan implorantes en
medio del agua.
Pese a nuestras protestas, la vida es justamente
como es, una sucesión constante de experiencias agradables y dolorosas. Es
inevitable el fluir incesante de las condiciones pasajeras de la vida y, sin
embargo, nos esforzamos por retener el placer, y nos afanamos igualmente por
rehuir el dolor.
La felicidad y las costumbres sociales nos trae
una sutil corriente de soledad y de miedo. Cuando las cosas van bien, cuando
experimentamos placer y conseguimos lo que deseamos, nos sentimos impulsados a
defender nuestra felicidad porque nos parece frágil e inestable. Como si se
requiriese una protección constante, rechazamos la posibilidad misma del
sufrimiento, evitamos abordarlo en nosotros mismos y en otros porque socavará o
destruirá nuestra buena fortuna. Así, con el fin de retener nuestro placer, nos
negamos a reconocer la humanidad del ser sin hogar que vemos en la calle.
Decidimos que la aflicción de otros carece de relevancia en nuestra vida. En
ese estado de ardua defensa nos sumimos en una soledad tan terrible que no
somos capaces de experimentar una verdadera alegría. Cuán extraño es nuestro
condicionamiento: sentirnos tan solos en el dolor y, asimismo tan vulnerables y
aislados en la felicidad.
Y nos preguntamos ¿Cómo es posible que nosotros,
teniéndolo todo, nos sintamos tan miserables, mientras que hay personas que
nada poseen en el mundo fuera de las ropas que visten y parecen tan serenos y
felices?
La base de la enseñanza estriba en la
imposibilidad de que nuestros esfuerzos por controlar lo que inherentemente
incontrolable aporten la seguridad, la firmeza y la felicidad que buscamos.
Sólo nos acarreamos sufrimiento al emprender una búsqueda engañosa de la
felicidad. Con el afán frenético por hallar algo que calme nuestra sed, no
paramos en el agua que nos rodea y nos exiliamos de nuestras propias vidas.
Podemos buscar lo que sea estable, inmutable y
seguro, pero la conciencia nos enseña que semejante búsqueda no tendrá éxito,
Todo cambia en la vida. El camino hacia la verdadera felicidad consiste en
aceptar plenamente todos los aspectos de la existencia, el placer y el
sufrimiento.
La diferencia entre la angustia y la felicidad
dependen de lo que hagamos con nuestra atención. La transformación procede
observar profundamente hacia dentro, al estado existente antes de que surjan el
miedo y el aislamiento.
Consideremos como inmutable el cielo tras el paso
de las nubes, cómo viento no mueve una montaña y cómo las olas no destruyen el
océano. Del mismo modo, sea lo que fuere aquello que experimentamos, algún
aspecto de nosotros permanece si ser afectado. Ahí radica la felicidad innata
de la consciencia. Ahí poseemos (quizás lo único que en verdad poseamos) un
estado en el que se halla presente la totalidad de nuestro ser; la conciencia
no se encuentra dividida o fragmentada. No existe una parte de nosotros que
aguarde a que suceda algo mejor o diferente. No relacionamos la experiencia con
el deseo ni con la aversión, sino que aceptamos lo que llega a nuestra vida y
dejamos ir lo que la abandona. Nos hallamos completamente presentes y no
embelesados por la felicidad ficticia que prometen la sociedad con sus
costumbres. Al experimentar la calidad de ser así, descubrimos quiénes somos
realmente.
Así, el simple hecho de estar plenamente presente
ante alguien es un verdadero acto de amor, no hacen falta otras
manifestaciones: prestar atención es amar.
"A la sombra del cerezo en flor nadie es un
extraño". En contacto con nuestra integridad, con un corazón rebosante de
amor, nadie es extraño, ni nosotros mismos ni los demás. La felicidad infinita
se basa en la visión clara de la realidad y en la compasión en todas las
circunstancias de la vida, esta es la "calidad de ser en sí" y la
fuente de esta felicidad reside en permanecer plenamente en el presente. De
modo que conocemos más hondamente quiénes somos y podemos advertir nuestra
enorme capacidad de amar.
Fuente: Pagina vida
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