Ver con los ojos del amor


Si observas tu cuerpo descubrirás billones de seres vivos que dependen de ti. Cada célula es un ser vivo que depende de ti, y eres responsable de todos, ya que para ellos, tus células, tú eres Dios. Les proporcionas lo que necesitan; puedes amarlos o bien ser mezquino con ellos.
Las células de tu cuerpo te son totalmente leales; trabajan para mantener tu
armonía. Hasta se puede decir que rezan por ti. Tú eres su Dios. Esa es la verdad absoluta. Y ahora que sabes esto, ¿qué vas a hacer?
Y no lo olvides, todo el bosque estaba en perfecta armonía con Artemisa, hasta que ésta cayó y perdió el respeto por él. Entonces, cuando recobró su conciencia, fue de flor en flor diciendo: «Lo siento; ahora volveré a ocuparme de ti». Y la relación entre Artemisa y el bosque volvió a ser, de nuevo, una relación de amor.
El bosque es tu cuerpo y bastará con que reconozcas esta verdad para decirle: «Lo siento; ahora volveré a ocuparme de ti». La relación entre tu cuerpo y tú, entre tú y todas esas células vivas que dependen de ti, puede convertirse en la relación más bella.
Tu cuerpo y todas esas células vivas son perfectas en su mitad de la relación, del mismo modo que el perro es perfecto en su mitad. La otra mitad es tu mente. Tu cuerpo se ocupa de su mitad de la relación, pero la mente es la que abusa del cuerpo y lo trata con tanta mezquindad.
Piensa únicamente en cómo tratas a tu gato o a tu perro. Si eres capaz de tratar a tu cuerpo de la misma manera, verás que todo esto sólo es una cuestión de amor. Tu cuerpo está dispuesto a recibir todo el amor de la mente, pero la mente dice: «No, no me gusta esta parte de mi cuerpo. Mira que nariz tengo; no me gusta mi nariz. Mis orejas son demasiado grandes. Mi cuerpo está demasiado gordo. Mis piernas son demasiado cortas». La mente es capaz de imaginar todo tipo de cosas sobre el cuerpo.
Tu cuerpo es perfecto tal y como es, pero todos nosotros tenemos esos falsos conceptos sobre lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo, bonito y feo. El problema reside en que, aunque sólo se trate de unos conceptos, nos los creemos. Con esa imagen de perfección en la mente, esperamos que nuestro cuerpo tenga una determinada apariencia, que se comporte de un modo concreto. Rechazamos nuestro propio cuerpo, cuando el cuerpo nos es totalmente leal. Y aun cuando no es capaz de hacer algo, debido a sus propias limitaciones, nosotros lo empujamos, y al menos, lo intenta.
Mira lo que haces con tu cuerpo. Si tú lo rechazas, ¿qué pueden esperar de ti los demás? Si lo aceptas, serás capaz de aceptar prácticamente a todo el mundo, todas las cosas. Esta es una cuestión de suma importancia cuando se aborda el tema del arte de las relaciones. La relación que tienes contigo mismo se refleja en las relaciones con los demás. Si rechazas tu propio cuerpo, cuando compartes tu amor con tu pareja, te sientes tímido. Piensas: «Mira mi cuerpo. ¿Cómo puede amarme con un cuerpo como
éste?». Entonces te rechazas a ti mismo y supones que la otra persona te rechazará exactamente por la misma razón. Y cuando rechazas a otra persona, la rechazas por las mismas razones por las que te rechazas a ti mismo.
Para crear una relación capaz de conducirte hasta el cielo, tienes que aceptar totalmente tu cuerpo. Tienes que amarlo y permitirle ser libre para ser libre, para dar, libre para recibir, sin timidez, porque la «timidez» no es otra cosa que miedo.
Piensa en cómo ves a tu perro. Lo miras con amor y disfrutas de su belleza. Que el perro sea bonito o feo no importa en absoluto. Eres capaz de extasiarte sólo con mirar la belleza de ese perro, porque no te preocupa poseer esa belleza. La belleza es sólo unconcepto que hemos aprendido.

La Maestría del amor ( Miguel Ruiz )

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