Los retos humanos de la
Tierra: Sin justicia ecológica no hay ...
6 DE MAYO DE 2020
Cuando pase la pandemia del coronavirus no
nos estará permitido volver a la «normalidad» anterior. Sería, en primer lugar,
un desprecio a los miles de personas que han muerto, y una falta de solidaridad
con sus familiares y amigos. En segundo lugar, sería la demostración de que no
hemos aprendido el mensaje de lo que, más que una crisis, es un llamado urgente
a cambiar nuestra forma de vivir en nuestra única Casa Común. Se trata de un
llamamiento de la propia Tierra viva, ese superorganismo autorregulado del que
somos su parte inteligente y consciente.
El sistema actual pone
en peligro las bases de la vida
Volver a la anterior
configuración del mundo, cuyo ADN es su voracidad por un crecimiento ilimitado
a costa de la sobreexplotación de la naturaleza y la indiferencia ante la
pobreza y la miseria de la gran mayoría de la humanidad producida por ella–, es
olvidar que dicha configuración está sacudiendo los cimientos ecológicos que
sostienen toda la Vida en el planeta. Volver a la “normalidad” anterior sería
prolongar una situación que podría implicar nuestra propia destrucción.
Si no hacemos una
«conversión ecológica radical», la Tierra viva podrá reaccionar y contraatacar
con virus aún más violentos, capaces de hacer desaparecer a la especie humana.
Ésta no es una opinión meramente personal, sino la opinión de muchos biólogos,
cosmólogos y ecologistas que están estudiando sistemáticamente la creciente
degradación de los sistemas-Vida y del sistema-Tierra. Hace diez años (2010),
como resultado de mis investigaciones en cosmología y en el nuevo paradigma
ecológico, escribí el libro Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo evitar el
fin del mundo. Los pronósticos que adelantaba han sido confirmados plenamente
por la situación actual.
Una de las lecciones
que hemos aprendido de la pandemia es la siguiente: Lo que nos ha salvado ha
sido la cooperación, la interdependencia de todos con todos, la solidaridad y
un Estado suficientemente equipado para ofrecer la posibilidad universal de
tratamiento de la cualquier emergencia de salud.
Los problemas mundiales
requieren una solución mundial, acordada entre todos los países. Hemos visto el
desastre en la Comunidad Europea, en la que cada país tenía su plan, sin
considerar la necesaria cooperación con otros países. Ha sido una devastación
generalizada en Italia, en España y últimamente en Estados Unidos, donde la
medicina está totalmente privatizada.
Una comunidad de
destino compartido
Los chinos han visto
claramente esta exigencia al promover una comunidad de destino compartido para
toda la humanidad, texto incorporado en el renovado artículo 35 de la
Constitución china. Esta vez, o nos salvamos todos, o engrosaremos la procesión
de los que se dirigen a la fosa común. Por eso, debemos cambiar urgentemente
nuestra forma de relacionarnos con la Naturaleza y con la Tierra, no como
señores, montados sobre ella, dilapidándola... sino como partes conscientes y
responsables, poniéndonos junto a ella y a sus pies, cuidadores de toda la
Vida.
Creo que inauguraremos
una civilización biocentrada, cuidadosa y amiga de la Vida, como algunos dicen,
“la tierra de la buena esperanza”. Se podrá realizar el «bien vivir y convivir»
de los pueblos indígenas andinos: la armonía de todos con todos, en la familia,
en la sociedad, con los demás seres de la naturaleza, con las aguas, con las
montañas y hasta con las estrellas del firmamento.
Como el premio Nobel de
economía Joseph Stiglitz ha dicho con razón: “tendremos una ciencia no al
servicio del mercado, sino el mercado al servicio de la ciencia”, y yo
añadiría: y la ciencia al servicio de la Vida.
No saldremos de la
pandemia como entramos. Seguramente habrá cambios significativos, tal vez
incluso estructurales. El conocido líder indígena, Ailton Krenak, del valle do
Rio Doce (del Río Dulce, en Brasil), ha dicho acertadamente: «No sé si
saldremos de esta experiencia de la misma manera que entramos. Es como una
sacudida para ver lo que realmente importa; el futuro está aquí y es ahora,
puede que mañana ya no estemos vivos; ojalá que no volvamos a la normalidad» (O
Globo, 01/05/2020, B 6).
Lógicamente, no podemos
imaginar que las transformaciones se produzcan de un día a otro. Es
comprensible que las fábricas y las cadenas de producción quieran volver a la
lógica anterior. Pero ya no serán aceptables. Deberán someterse a un proceso de
reconversión en el que todo el aparato de producción industrial y
agroindustrial deberá incorporar el factor ecológico como elemento esencial. La
responsabilidad social de las empresas no es suficiente. Se impondrá la
responsabilidad socio-ecológica.
Se buscará energías
alternativas a las fósiles, menos impactantes para los ecosistemas. Se tendrá
más cuidado con la atmósfera, las aguas y los bosques. La protección de la
biodiversidad será fundamental para el futuro de la vida y de la alimentación,
humana y de toda la comunidad de la Vida.
¿Qué tipo de Tierra
queremos para el futuro?
Seguramente habrá una
gran discusión de ideas sobre qué futuro queremos, y qué tipo de Tierra
queremos habitar. Cuál será la configuración más adecuada a la fase actual de
la Tierra y de la propia humanidad, la fase de planetización y de la percepción
cada vez más clara de que no tenemos otra casa común para habitar que ésta. Y
que tenemos un destino común, feliz o trágico. Para que sea feliz, debemos
cuidarla para que todos podamos caber dentro, incluida la naturaleza.
No pocos proponen una
gloca-lización, es decir que el acento se ponga en lo local, en la región, con
su especificidad geológica, física, ecológica y cultural, pero abierta a lo
global, que involucra a todos. Con este «biorregionalismo» se podría lograr un
verdadero desarrollo sostenible, que aprovechara los bienes y servicios
locales. Prácticamente todo se realizará en la región, con empresas más
pequeñas, con una producción agroecológica, sin necesidad de largos
transportes, que consumen energía y contaminan. La cultura, las artes y las tradiciones
serán revividas como una parte importante de la vida social. La gobernanza será
participativa, reduciendo las desigualdades y haciendo que la pobreza sea
menor, siempre posible, en las sociedades complejas.
Al final, pasaremos de
una sociedad industrial/consumista a una sociedad de sustentación de toda la
vida con un consumo sobrio y solidario; de una cultura de acumulación de bienes
materiales, a una cultura humanístico-espiritual en la que los bienes
intangibles como la solidaridad, la justicia social, la cooperación, los lazos
afectivos, y no en última instancia la amorosidad y la logique du coeur (la
lógica del corazón), estarán en sus cimientos.
No sabemos qué
tendencia predominará. El ser humano es complejo, indescifrable, y se mueve por
la benevolencia, pero también por la brutalidad. Está completo, pero aún no
está totalmente (terminado). Aprenderá, a través de errores y aciertos, que la
mejor configuración para la coexistencia humana con todos los demás seres de la
Madre Tierra debe estar guiada por la lógica del propio universo: éste está
estructurado –como nos dicen notables cosmólogos y físicos cuánticos– según
complejas redes de inter-retro-relaciones. Todo es relación. No existe nada
fuera de la relación. Todo se ayuda «mutuamente» para seguir existiendo y poder
co-evolucionar. El propio ser humano es un rizoma (bulbo de raíces) de
relaciones en todas las direcciones.
Tiempos de crisis como
el nuestro, de paso de un tipo de mundo a otro, son también tiempos de grandes
sueños y utopías. Ellas son las que nos mueven hacia el futuro, incorporando el
pasado, pero dejando nuestra propia huella en el suelo de la vida. Es fácil
pisar la huella dejada por otros, pero ella no nos lleva a ningún camino
esperanzador. Debemos hacer nuestra propia huella, marcada por la inagotable
esperanza de la victoria de la vida, porque el camino se hace caminando y
soñando. Así pues, caminemos.
Leonardo Bofff
Genésio Darci Boff, más
conocido como Leonardo Boff, es un teólogo, ex-sacerdote franciscano, filósofo,
escritor, profesor y ecologista brasileño
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