Para
nada está desligado el “bendito virus” de todo lo que está sucediendo a nivel
mundial y en especial en lo que llamamos la raza humana. No debe ser al azar
que los tipos de cáncer más frecuentes sean el de colon, próstata, pulmón y
mama. Todos tienen que ver, de alguna forma, con la energía del pulmón que,
desde la medicina tradicional china, maneja las tristezas. En ese mismo
sentido, la mayor afección por el Covid 19 se da a nivel pulmonar. Esto
confirma que somos probablemente una humanidad triste y que tal vez sea el
momento de recuperar elementos para rescatar la alegría y la música interior.
Es
muy revelador que la población que menos se afecta por esto que ahora tiene
temblando al mundo, sea la de los niños, portadores de felicidad en sí mismos. Si
bien pueden infectarse, el índice de complicaciones y muerte es infinitamente
menor.
Por
otro lado, a nivel planetario lo que hemos venido haciendo ha estado afectando
severamente los pulmones de la tierra. Los bosques están siendo destruidos a
escalas inimaginables por los incendios y la tala absurda, entre otros
factores. También la tristeza de la tierra se hace manifiesta y probablemente
por ello la evolución toma decisiones cuando no lo hacemos a tiempo. Quizás sea
esta una manera de auto depurarnos y emerger a un nuevo orden desde una
Conciencia Mayor.
Seguramente,
después de lo que estamos viviendo, tendremos que desarrollar nuevos modos y
modas. Reencontrarnos con valores como la solidaridad, la responsabilidad por
los otros, la sensibilidad y el cuidado de esta pequeña parte del Universo que
tenemos como nuestro hogar. Elevar nuestros niveles de pensamiento para vibrar
en frecuencias más altas que desplacen los odios, los resentimientos, los
separatismos, la crítica o el juicio. Pero, sobre todo, tendremos que afrontar
nuestros temores, reconociéndolos y aceptándolos.
De
manera súbita nos hemos encontrado que somos tremendamente vulnerables y
frágiles. Que, a pesar de haber construido los más grandes rascacielos, o los
vehículos de transporte más enormes que jamás hubiéramos imaginado, o haber
desarrollado las más altas tecnologías, resulta paradójico e inquietante que
una microscópica partícula inteligente, nos ponga junto a las cuerdas y al
borde del pánico global.
Sentir
el silencio sepulcral que se manifiesta en las calles es espeluznante y eso que
apenas comienza la crisis. Pero tal vez esto mismo, nos lleve a interiorizarnos
y a auto observarnos para comprender que “algo” hemos pasado por alto.
Seguramente vamos a redescubrir las muchas pequeñas-grandes cosas que suceden a
nuestro alrededor y que la costumbre ha hecho que pasen inadvertidas. O quizás
sea el momento de volver a reconocernos en el otro que habita bajo el mismo
techo y a quien no escuchábamos hace un buen tiempo porque había “cosas más
importantes que hacer”. O a lo mejor podremos volver a tener nociones de lo que
es compartir una buena cena en compañía.
Es
impresionante por lo menos, ver que, sin distingos de raza, credo o visión
política, todos tendremos que hacernos responsables de todos y por fin habremos
de comprender que somos seres interconectados por siempre. Que la nota
individual de cada uno de nosotros, al final será esencial para volver a
escuchar la sinfonía de la vida, pero de una manera que resuene verdaderamente
en el corazón, donde habrá de ser escrita con el más sutil de los cuidados, la
más bella partitura que honre la existencia.
Ya
basta de evasiones. Es el momento de mirar adentro para proyectarnos afuera,
dándonos cuenta de que el tiempo es sagrado y de que no podemos aplazar lo
inaplazable: expresar lo que hemos callado, los sentimientos de aprecio y valor
por lo que nos rodea y por quienes nos hacen el día a día más amable. Recuperar
los espacios, pero para el encuentro, no para la ausencia. Utilizar los recursos
de manera racional y más allá de los propios intereses. Comprender que hay
muchos que han sido menos favorecidos, pero no por ello, con menos talentos.
Despertar de una vez por todas a la compasión para ser capaces de movernos con
el otro. Renunciar a la pequeña ofensa para encontrarnos en la reconciliación y
el perdón. Sanar el corazón y humildemente arrodillarnos para reconocer
nuestros errores. Volver a hacer música con cada palabra para que la oda a la
alegría sea más contagiosa que el virus. Reconquistar las pausas para amortizar
la prisa y así poder contemplar el paisaje que hemos de cuidar. Dirigir la
mirada a todo lo que represente colorido para fundirnos en tonos intensos que
nos permitan disfrutar de cada instante como el mejor. Emprender con tenacidad
la construcción de un mundo en el que primen las virtudes y se expandan las
capacidades puestas al servicio más que a la competencia. Poner un rayo de luz
que brote espontáneamente de nuestra pureza e inocencia interior, para que
muchos faros muestren que en verdad somos luz. Sacudirnos para reaccionar ante
la indiferencia y así volver a llamarnos todos al orden mayor que confirme que
somos parte de la Perfecta Creación. Poner de manifiesto que, como los seres
que somos en esencia, podemos cambiar la dirección que llevamos y enderezar el
rumbo de un multiverso más incluyente y que entienda de diferencias. Aferrarnos
a la esperanza objetiva y optimista que también nos permita incluir a Dios en
cada acto.
Es
tiempo de fortalecernos y que la primavera pueda ser celebrada por todos, sin
excepción. Que así los obstáculos sean el mejor pretexto para el florecimiento
del nuevo ser, mucho más allá de la retórica y que logremos generar una
verdadera pandemia de amor.
Cuando
la lección sea aprendida, entonces habrá valido la pena el sacrificio, aunque
el tributo haya sido grande…
Alejandro
Posada Beuth
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