No se habla de otra cosa en tantos lugares. Aún será por tiempo el monotema, el siniestro y amenazante fantasma colectivo dispuesto a seguirnos en días futuros. El mantram machacón de la crisis es repetido a todas horas por los medios de comunicación. La palabra viene asociada a un paralizante pesimismo colectivo. ¿Pero en realidad de qué crisis estamos hablando? Junto con la bolsa no se desplomaron los cielos, ni sus estrellas. El sol no se levanta más perezoso, ni la huerta nos honra con menos regalos. La madre tierra sigue dando y nuestras manos pueden seguir recogiendo en abundancia. No huyeron los peces de los ríos y mares, ni escondieron las ramas sus frutos... ¿Dónde está la crisis? Probablemente dentro de nosotros y en el sistema que hemos creado.
He contemplado las marchas de parados y amenazados de despido, concretamente en el polígono industrial de Landaben en Pamplona. Custodiado por la policía, avanzaba un clamor lánguido reclamando soluciones. He visto manifestaciones con poca fuerza y garra, admitiendo una suerte de fatalismo que pareciera sólo pueden evitar la empresa o la administración.
Es fácil tomar megáfono y corneta y estampar en el viento nuestra impotencia, pasearse con una mano en el bolsillo y la otra en la pancarta. Es sencillo pedir a los otros que nos salven, que no nos priven de nuestro puesto de trabajo, sin embargo dudo que sea la hora del solo grito y el megáfono. Quizás sea también la hora de poner a trabajar nuestra imaginación y comenzar a visualizar otro tajo, otra industria, otras ciudades, otro campo...
Nunca se cierran todos los caminos. Hemos de reencontrar nuestro puesto en el mundo, quizás no ya nuestro puesto en la cadena de montaje de la multinacional de turno en crisis. Los nubarrones no se extienden por doquier. La tan mentada crisis tiene muchas lecturas. Es preciso evitar la más derrotista. Sí hay un sistema económico individualista y depredador que se quiebra. Lo fácil es parchearlo, lo difícil es alumbrar uno nuevo. El viejo mundo ya no da más de sí, y la crisis nos brinda la oportunidad de explorar otro, pero esta vez atendiendo por fin a la ley de la solidaridad universal y la
prevalencia del bien común.
Este sistema económico ha entrado en la UVI y hay que olvidarse de resucitarlo. Puede tirar algunas millas, pero tarde o temprano se certificará su fin. El progreso individual a costa del colectivo no tiene futuro, la propia vida y sus leyes lo impiden. Lo que no es sostenible se desmorona y las claves de la sostenibilidad son la preservación de la naturaleza y la primacía del beneficio colectivo.
Belem y Davos, y sus respectivos foros social y económico, evidenciaron un año más incapacidad humana para aunar esfuerzos en el alumbramiento del otro "mundo posible". En Davos los gurús del sistema se sinceraron y admitieron no tener la solución. Se elevó el canto del cisne por su modelo moribundo, pero poco "mea culpa" ha retumbado entre las altas montañas suizas.
En el trópico de Belem tampoco tenían todas consigo. El idealismo genuino, militante y sincero se mezclaba con un oportunismo evidente. La pureza de la utopía se veía teñida una vez más por un populismo interesado. Los salvapatrias de turno no están en condiciones de señalar horizontes. No nos sirven los sistemas que patentizan los Chávez, los Ortega, los Castro..., no digamos los socialismos "made in China" o "Corea", que no sólo reproducen las mismas lacras capitalistas, vistiendo con uniforme a quien abusa, sino que además privan de las mínimas libertades.
No nos sirve la fórmula de Zapatero y del "establishment" político que se limita a reactivar el mismo circuito vicioso de incentivación del crédito para reactivar desaforado consumo. ¿A la postre, qué habremos aprendido con esta lección? Menos nos sirve el ariete por nombre "crisis" que ha encontrado Rajoy para derribar al Gobierno, a sabiendas de que la situación desborda el marco nacional y la sola actuación política.
¿Para qué nos sirve la crisis?
Para parar, reflexionar y empezar de nuevo. Ahora con otros principios, con otros valores, con otro norte. La crisis nos sirve para reorientar el futuro particular y colectivo.
¿Quizás el ritmo y la forma de vida anterior estaban equivocados?
¿Quizás era falsa esa felicidad asociada a la acumulación de cosas?
Muchas soluciones apuntan a correcciones de maquillaje, pero no estructurales. Lo más grave de esta crisis sería que a golpe de subvenciones, a fuerza de parches y más parches, no cambiáramos nada. Lo más grave de esta crisis no son siquiera las colas en el INEM, sino esa triste nostalgia de una tarjeta de plástico sin límite de consumo, esa añoranza de un abotargante confort. Más grave que esta crisis económica, hipotecaria, energética o incluso alimentaria global, puede ser la crisis de voluntades, de coraje, de iniciativa y creatividad para rehacer un mundo nuevo.
Ha hecho "crack" el sistema a causa de los individuos y entidades financieras con pocos escrúpulos, ¿pero quién nos dice que el mismo sistema enfermo no generará mañana otra casta de depredadores?
Bendita sea la crisis y la oportunidad que nos presenta de jubilar anticipada y definitivamente a los brokers y demás expendedores de "subprimes", de echar pronto candado a los parquets de las bolsas...
Bendita esta crisis y la posibilidad que nos brinda de fomento de una industria más pequeña y sostenible que produzca elementos útiles, no superfluos, contaminantes o destructores. Bendita la crisis y su opción de desinflar megaurbes, de volver a la tierra, a la economía real; de empezar a desarrollar a mayor escala comercio justo, trueque de servicios, intercambio local en base a productos ecológicos, artesanales...
¡Basta de maldecirla! Pintemos la crisis de futuro y esperanza. Al fin y al cabo nos sugiere que si no despilfarramos hay para todos, que lo pequeño es sostenible y hermoso...; al fin y al cabo nos invita a que produzcamos lo justo y necesario, que repoblemos el campo, que abracemos la naturaleza... Al fin y al cabo anima a nuestras manos a que vuelvan a crear y a nuestra mente a tirar de una utopía, de unos sueños que teníamos tan aparcados.
Koldo Aldai
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