Cada vez es más común
que los niños sufran todo tipo de trastornos autoinmunes desde sus primeros
meses de vida, tanto es así que damos por sentado que nuestros hijos van a
sufrir dermatitis, problemas respiratorios, intolerancias alimenticias,
diabetes, alergias y otra tanta colección de problemas que nada tienen que ver
con la infancia “natural” sino más bien con los hábitos equivocados de nuestra
sociedad y sus múltiples contaminantes alimentarios y ambientales.
Cuando alguien me
realiza una consulta, lo primero que pregunto es qué es lo que desayunó, comió
y cenó el día anterior (para hacerme una idea de su alimentación), y el 90% de
las respuestas comienzan con: “lo normal, como de todo”. Lo mismo si se trata de
niños: la tónica es considerar que nuestro hijo “come de todo” y está bien
alimentado y que sus trastornos autoimnues son causados por la mala suerte o
porque es lo normal, pero no es así, la mayoría de las veces los niños sufren
alteraciones inmunitarias por carencia de nutrientes y exceso de tóxicos desde
bien chiquitines, y es que por desgracia, es demasiado frecuente encontrarse
con niños que no saben lo que es un níspero, que rechazan el arroz integral o
jamás han probado la leche de avena o un trozo de pimiento sin freir.
¿Qué suele comer un
niño de 4 años?:
Leche de vaca: la leche
de vaca es uno de los alimentos “estrella” de la dieta infantil con más voces
en contra. La lactosa produce algún grado de intolerancia en la mayoría de las
personas (los diagnosticados como intolerantes a la lactosa son los más
graves), y la caseína es una macroproteína mal interpretada por nuestro sistema
inmune que produce un desgaste innecesario de nuestras defensas. En términos
generales es un alimento pro-inflamatorio que desequilibra nuestra inmunidad
desde la infancia. No es necesario tomar leche para tener niveles óptimos de
calcio, más bien todo lo contrario, la leche y los problemas intestinales que
provoca, dificulta la buena absorción de calcio. Una cucharada de sésamo tiene
más calcio que un vaso de leche.
Supuesto cacao en
polvo: el cacao en polvo comercial suele tener mucho de polvo y poco de cacao.
Es una amalgama de aditivos y azúcar refinado con tan solo un 20% de cacao.
Galletas y bollería
industrial: una mezcla de gluten, azúcar y grasa hidrogenada. En el mejor de
los casos elaborados con “grasa vegetal” correspondiente a aceite de palma o
coco: los dos aceites vegetales más similares a la grasa animal o grasa
saturada y que en nuestro organismo realizan la misma función dañina.
Pan de molde: hasta 30
aditivos sintéticos mezclados con harina de trigo refinada y levadura. El trigo
refinado es básicamente gluten, una proteína que resulta muy difícil de
metabolizar en nuestro organismo provocando alteración del sistema inmune a
mayor o menor escala y por lo tanto desencadenando o empeorando las respuestas
inflamatorias de nuestro cuerpo.
Salchichas: proteínas
de leche, saborizantes, trifosfatos, carmín, almidón, jarabe de maíz... la
carne que llevan suele ser pollo “mecánicamente recuperado”, es decir, lo que
queda del pollo después de sacar los cortes de carne para su venta.
Carne: sobre todo
pollo, pollo y más pollo, carne picada y cerdo embutido. La carne industrial
además de proteínas de difícil digestión, contiene una gran cantidad de grasa
saturada, aditivos, purinas, residuos de hormonas y antibióticos... no es
necesario comer tal cantidad de carne para obtener el 12% de proteína necesario
para nuestra salud. Nuestro cuerpo forma proteínas propias a partir de
aminoácidos, y estos los encontramos sobre todo en los cereales integrales, la
legumbre, los guisantes, las algas, los frutos secos, las verduras verdes...
Espaguetis y
macarrones: pasta elaborada a partir de cereales refinados, muy rica en gluten
y muy pobre en nutrientes.
Arroz con tomate: el
arroz blanco tienen un escaso valor nutricional, el arroz integral es mucho más
nutritivo.
Croquetas,
empanadillas, patatas fritas, varitas de merluza: todos fritos. El aceite
frito, aunque sea de oliva, pierde todo su valor nutritivo, convirtiéndose en
grasa saturada y radicales libres. El alimento que fríes, que tampoco suele
tener un gran valor nutricional, además llega a absorber hasta un 40% de aceite
frito, aceite “muerto”.
Yogures, natillas,
flanes: estos postres, que podrían ser ricos si fuesen elaborados de forma
artesanal, dejan mucho que desear en su versión industrial. Un exceso de
lactosa, grasa hidrogenada, aditivos y azúcar cada día, después de cada comida
supone problemas digestivos y demasiada carga tóxica para el organismo de un
niño.
Zumos envasados:
básicamente agua con azúcar y un porcentaje mínimo de zumo de fruta, con un
casi nulo valor nutricional.
Legumbres, sopas,
cremas: el problema es la manera tradicional de cocinar estos platos, con mucha
sal y grasa animal en el caso de legumbres y caldos y nata o crema de queso en
el caso de las cremas, además de los omnipresentes cubitos de caldo, que son
saborizantes caseros que aportan más sal y aditivos como el glutamato
monosódico.
¿Y entonces qué debería
comer un niño?
Pues a partir del año,
lo mismo que un adulto. Un niño con este panorama nutricional que favorece
nuestra sociedad tiene o va a tener necesariamente carencias nutricionales, es
decir, malnutrición y además exceso de tóxicos a una temprana edad.
Un niño debería comer
alimentos de buena calidad, sabiendo reconocer lo que significa esto y
eligiendo los alimentos por su valor nutricional, no por su marketing.
En la dieta infantil no
debería faltar:
Cereales integrales con
buen valor nutricional: quinoa, arroz integral, espelta, trigo sarraceno,
kamut, centeno, avena... Hoy en día podemos encontrar “leche” de avena o
macarrones de espelta por ejemplo, en multitud de mercados habituales.
Aceites vegetales
variados, sin refinar y crudos: oliva, girasol, sésamo, germen de trigo...
Pipas, semillas y
frutos secos (no fritos).
Vegetales crudos y
fruta fresca en gran cantidad para obtener las encimas, vitaminas y otros
nutrientes que no podemos encontrar en los alimentos cocinados.
Carne blanca ecológica,
poca cantidad, de buena calidad y libre de residuos industriales y
farmacológicos tóxicos.
Proteína vegetal:
lentejas, tofu, seitán, algas, legumbres variadas, guisantes, levadura de
cerveza, semillas de lino, brócoli, germinados y brotes...
Fruta y verdura
variada, fresca, cruda o poco cocinada. En gran cantidad.
Agua (entre las
comidas), ni zumos industriales, ni batidos ni refrescos: agua.
Entiendo que no es
tarea fácil cambiar las costumbres alimentarias de un niño en nuestra sociedad,
pero mucho más difícil será cambiar esos hábitos en la edad adulta. Es
primordial recibir no solo nutrientes suficientes, sino una educación
nutricional que será la base de la salud del pequeño y los pilares de un
organismo fuerte y saludable cuando sea adulto.
Si tomamos conciencia y
un gran interés para que nuestro hijo aprenda a pronunciar la erre, a
cepillarse los dientes o a montar en bici, ¿no deberíamos poner como mínimo el
mismo interés en algo tan importante que supone la base de su salud y su
futuro?.
El ejemplo y la
constancia es la base de una buena educación nutricional, pero si necesitas
ayuda un buen nutricionista o terapeuta psicológico (si fuese necesario) podrán
guiarte y darte las pautas para conseguir que tu hijo aprenda a comer
saludablemente.
Elena Cibrián
Fuente: El Herbolario
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