Transmutar
el pasado significa eliminar la condición de víctima, eliminar la envidia, los
celos, el odio, la malicia, eliminar todos aquellos aspectos que tanto degradan
al Yo espiritual, que literalmente lo despojan de su hermoso poder y mantienen
vivos los demonios de nuestra propia mente. (Ramtha)
No
podemos suprimir los acontecimientos de quiénes fuimos. Pero sí podemos
transmutar la energía de esos acontecimientos y recuerdos que nos causan dolor.
De no hacerlo, repetiremos las mismas circunstancias una y otra vez. Lo que
hace que esas circunstancias se repitan es que esa energía pasada queda
incrustada en nuestra red neuronal a modo de conexiones fijas. Esas conexiones
son las que toman el poder, manteniendo intacto lo que dictó el pasado. Sin
liberar esa energía, nunca seremos verdaderamente nosotros mismos, sino que
estaremos limitados a ser el conjunto de pensamientos, creencias y emociones
con que asociamos aquellos acontecimientos. Para una nueva definición de
nosotros mismos, hay que soltar el pasado, el cual está ocupando espacio para
crear lo que realmente deseemos.
Soltar,
liberar, reclamar el poder de todo lo que de verdad somos, conlleva asumir la
responsabilidad de los acontecimientos vividos, pues, de esa manera, ya no hay
culpa que arrojar sobre los demás: nuestros padres, profesores, compañeros,
parejas, hijos o circunstancias en general. Asumir la responsabilidad significa
reconocer que “Yo creé esto. No sé por qué, ni cuándo, pero lo creé en alguna
parte de mí. Ahora elijo perdonarme por ello y dejarlo ir”.
Creamos
mediante nuestros pensamientos y especialmente mediante las emociones de que
van acompañados. Creamos todo el tiempo, atraemos todo el tiempo. Así que todo
lo que vivimos lo creamos. Esto es liberador, porque así no somos víctimas, ni
echamos la culpa a nadie por lo que aconteció, de modo que “no entregamos
nuestro poder a nadie o nada más que a nosotros”, sabiéndonos responsables
últimos de todas las cosas. Solo así empiezan a romperse las cadenas y a
definirse quien de verdad somos.
Cuando
culpamos a otros de lo que nos sucede, lo que inconscientemente tratamos de
hacer es lanzar, proyectar, la energía de dolor en otra persona. Pero, ¿sabes
qué? Esa energía siempre vuelve, y lo hace de forma aumentada. Por eso se
convierte en una cadena, en una esclavitud; en definitiva, no nos deja ser
libres. Trabajar esa energía de vuelta y transmutarla es en lo que consiste el
trabajo espiritual. Eso es el dolor.
Al
regresar la energía a su fuente, a quien la lanzó originalmente, a nosotros,
nos duele. La energía que regresa traspasa el cuerpo emocional, lo que genera
turbación, a veces un tsunami interior. “Cuando recuperas tu poder de alguien a
quien habías convertido en tu tirano, esa energía empieza a regresar a ti en
forma de tirano.”
Pero tras
la tormenta, cuando el cuerpo emocional ha purificado la energía a través de la
respiración, las lágrimas, o simplemente permitiendo que el dolor se exprese y
vaya cesando gradualmente, se convierte en parte integrante de nuestra nueva
definición, de ese nuevo Ser al que tratamos de dar a luz, el que está
despojado de los lastres del pasado y el que es más auténtico, más poderoso,
más prístino y cristalino.
Es ir
“puliendo” el cristal más brillante, hermoso y resistente, y ese, literalmente,
está en nosotros, pues somos un cristal precioso. Por eso a veces pienso en
nosotros, los seres humanos encarnados aquí en la Tierra, como
“conquistadores”, pues estamos reconquistando nuestro poder. Y quien lo logra,
se libera… conquista la libertad.
Proyectar
en otros nuestro dolor es una huida. Y huir del pasado en realidad solo lo
mantiene ahí, lo energiza y nos impide re-definirnos. Esto no significa que
tengamos que deshacernos de los momentos gratos, bellos, bondadosos del pasado,
pues esos son los que precisamente ayudan también a definir al Ser verdadero, y
siempre estarán ahí. Son un recordatorio fantástico de las veces en que no
entregamos nuestro poder, sino que lo usamos para crear belleza, gracia y
bondad. Fueron creados en un momento de “autodefinición”, en un momento de
sublimidad, y se integrarán con aquellas otras partes de nosotros que vayamos
puliendo. Somos eso: dioses destronados trabajando para volver a serlo, seres
evolucionando como un todo. Y cada experiencia de la que no nos adueñamos, de
cuya responsabilidad nos evadimos, cada experiencia no asumida, es una
oportunidad perdida para completarnos. ¿Cuándo vamos a romper el cascarón?
Apegarnos
al pasado solo mantendrá las cargas inconclusas, y seremos menos de lo que
podemos llegar a ser, pues anulamos el potencial que traía la experiencia. Nos
privamos de un destino fabuloso. Parte de nuestra alma, de nuestra conciencia,
queda literalmente atada a aquellas experiencias.
Para
entender el concepto de liberación del pasado es esencial entender también cómo
funciona la interdimensionalidad y distinguir entre el tiempo del reloj y el
tiempo subjetivo. Como seres espirituales nuestra conciencia no viene
determinada por la ubicación de nuestro cuerpo (puesto que en esencia no somos
un cuerpo), sino que irá donde pongamos nuestra atención. Nuestra “presencia”,
nuestro “presente” lo define el lugar, circunstancia, pensamiento o emoción en
que mora nuestra conciencia.
Si por
ejemplo estamos esperando el autobús, físicamente estaremos en la parada de
autobús, pero nuestra conciencia puede a la vez estar viajando al pasado
enfocándose en aquello que nos dijo tal persona y que nos disgustó.
Visitamos
las energías del pasado casi constantemente, y las cubrimos de una interpretación
y perspectiva determinadas, que también portan energía, así que el tiempo del
reloj del ayer se funde con el tiempo subjetivo de la respuesta emocional con
que vestimos el suceso hoy. Si esa respuesta emocional sigue siendo de enfado,
resentimiento, etc., nuestra conciencia se fragmenta y se tiñe de esas
emociones. Y si no se liberan, atraerán más de lo mismo, y se irán
sedimentando.
Pero
cuando recordamos que nosotros fuimos los que pusimos ahí ese suceso por un
propósito mayor, a modo de espejo porque era una parte de nosotros que
necesitaba aún resolución, la respuesta emocional ya no es de enfado, sino de
comprensión y entendimiento. Desde nuestra interdimensionalidad, como cristales
que somos, como campos líquidos de experiencia que somos, podemos interactuar
con el pasado desde el ahora, pero de nosotros depende que al hacerlo liberemos
esa energía o, por el contrario, la alimentemos con más enfado y nos quedemos
en el pasado.
Podemos
interactuar con el pasado en el ahora desde un lugar de sabiduría y de una
forma liberadora y alquímica, o de forma que nos detengamos y atasquemos, sin que
haya movimiento o avance espiritual. Nuestra conciencia puede alimentarse de
diferentes realidades al mismo tiempo: realidades del pasado o del futuro, o
del ahora, que se interceptan. Pero solo si las reconocemos conscientemente y
como propias, las podemos asumir, liberar y transformar.
Abrazando
energías estancadas o reprimidas… y exponiéndolas a la Luz de su conciencia,
ustedes liberan e integran partes de su Ser y cambian su presente. (Jeshua)
Fuente:
Reconectando con Gema
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