Sin embargo
ninguna de esas teorías me permite encontrar en ella una salida a la
enfermedad. Puedo encontrar causas y desarrollos pero no puedo detener la
enfermedad con el conocimiento de ellas. Necesito buscar a quien conoce y es a
través de este sujeto que supuestamente sabe, que puedo curarme. No es mi saber
el que me cura sino el saber del otro.
No importa
que recurra a medicamentos, al psicoanálisis o al esoterismo. Es siempre a través del otro que puedo
detener la enfermedad.
Es en este
punto en donde estar enfermo significa algo distinto a tener una dolencia y
preguntarse el significado de la misma. Ahora estar enfermo es necesariamente
relacionarse con un saber que es de otro. Sentirse obligado a aceptar la
intromisión de otro en nuestras vidas. Percatarse de que los otros tienen poder
sobre nosotros.
Estar
enfermo es una exposición de nuestras fallas. Una publicación en escrito y con
imágenes de la pérdida de nuestra consistencia. A partir del diagnóstico ya no
podremos convivir con la fantasía de estar enteros y de ser únicos. Estaremos
agujereados y ocupados por otros.
Pero si bien
éste aspecto de la enfermedad (la pérdida de la consistencia) es muy
importante, el primer abordaje de la medicina no es ése precisamente. Es muy
poco probable que el médico se ocupe del sufrimiento del paciente por haber
perdido su unidad y su firmeza. En realidad, ese detalle pasa desapercibido
para la mayoría de los médicos. Ellos se proponen investigar qué puede haber
detrás de todo ese sufrimiento. Así se imponen con todo tipo de análisis y
estudios de baja o alta complejidad para estudiar el sistema que está afectado.
En lugar de trabajar sobre el sufrimiento con el bagaje de conocimientos que
tiene, deja de lado todo ello y pasa a investigar lo que el paciente jamás va a
decir. El tamaño del corazón, los tumores pequeños que aún no dan síntomas, los
marcadores que indican lesiones iniciales, y todo aquello que si el paciente no
hubiese tenido un sufrimiento que lo llevara al médico, jamás hubiese
investigado.
Hay mucha
gente que huye de los médicos y se niega a hacerse estudios de rutina aún
cuando padezcan determinados síntomas que según el sistema médico deberían
estudiarse. Alguno de ellos, cuando ese síntoma (dolor, mareos, agitación) se
hace persistente, declinan de su pensamiento y consultan al médico.
Llamativamente no hay una rápida respuesta al motivo de su consulta sino la
elaboración detallada de una serie de análisis y estudios con la promesa de que
pronto se llegará a un diagnóstico y se dará un tratamiento eficaz.
Es alarmante
la cantidad de veces que nunca se llega a ese diagnóstico pero es mucho más
alarmante la cantidad de pacientes a los que nunca se trata del sufrimiento que
motivó su consulta y que son -atrapados- por el sistema médico en diagnósticos
imprecisos y estudios infinitos, porque se -descubre- en ellos otra patología
que nada tenía que ver con el motivo de consulta.
Mentes
desprevenidas e inocentes podrán decir que eso fue una fortuna para el paciente
ya que le -descubrieron- enfermedades que hubiesen avanzado y tienen la
oportunidad de ser tratados -a tiempo-. Nada es más incierto que esto.
Si
entendiéramos el sentido de la enfermedad, jamás permitiríamos que nos
-investiguen- nuestro cuerpo ni -descubran- nuestras enfermedades.
Lo que
nosotros conocemos como enfermedad no es otra cosa que un lenguaje. Del órgano
afectado, de sus células, de todo el cuerpo y del colectivo social en la que
nace.
Un lenguaje
no se destruye, ni se bloquea su expresión. Se escucha y se entiende. Lo que
hagamos con esa escucha luego será una acción de absoluta libertad que
favorecerá la convivencia con el órgano que habla o planteará una lucha
territorial entre el ser habitado por ese órgano y éste.
Nuestro
organismo es un colectivo social tal como la ciudad o el país en el que
vivimos. Con su historia y sus habitantes. Cada órgano tiene una función que
muchas veces el resto de los órganos no conoce. En las comunidades humanas esto
también ocurría así. No había gran conocimiento de lo que acontecía en lugares
lejanos o en jerarquías determinadas. Tal como ocurre actualmente en este
aspecto en la sociedad, la tremenda exacerbación de la información ha hecho que
nos enteremos de todo y de todos cotidianamente. Lo mismo ha ocurrido en el
organismo. Hay demasiada información sobre lo que hace mal o sobre los efectos
nocivos de determinadas conductas, alimentación o forma de vida. Esto ha
provocado que determinados conocimientos (la manteca engorda, por ejemplo)
hayan alcanzado un umbral de aceptación que ha convertido ésta relación de
conocimiento en una realidad. Lo llamativo es que esta relación de conocimiento
antes de haber alcanzado ese umbral, no era real (la manteca no engordaba).
El
descubrimiento de la enfermedad ha seguido este camino. Relaciones de
conocimiento que han alcanzado umbrales de aceptación. Cuando éramos niños
comíamos pan con manteca dos veces al día todos los días y éramos delgaditos y
sanos. Hoy abundan los niños obesos y todos consumen yogurt descremado y
flancitos dietéticos. Que se atribuya esto a la falta de gimnasia es una
ingenuidad. El mismo camino ha provocado que se descubran nuevas enfermedades y
que todos estemos más o menos enfermos. El conocimiento ha sido usado no para
liberar al hombre sino para esclavizarlo y uno de los instrumentos más
avanzados del poder esclavizante es la medicina.
El otro que
nos descubre puede ser un otro enriquecedor y maravilloso. En cambio de ello,
este otro que nos diagnostica es el más peligroso aliado del sometimiento y la
pérdida de autoridad.
El sentido
de la enfermedad es encontrar otro que nos libere. Aquel que sepa interpretar
el lenguaje del malestar y nos de los elementos para entender aquello que no
nos deja ser libres.
Descubrir
enfermedades para la concepción actual, es aceptar relaciones de conocimiento
que fundan realidades que si no responden a los tratamientos creados para estas
realidades, llevan a la muerte y la destrucción. Un nódulo en una mama debe ser
tratado como el lenguaje de esa mama que intenta nutrir a un hijo en peligro. O
como la desesperada puesta en acción de una de las corazas más antiguas del
cuerpo. O como la necesidad de atraer a alguien que se fue. Ese lenguaje debe
ser escuchado. En lugar de ello, se punzan los nódulos y se activan
comportamientos celulares de defensa que harán exigible la amputación de la
mama por la reacción que ésta genera.
La relación
de conocimiento es apabullante. Son células que se han vuelto locas y nos intentan
destruir. Esta relación ha creado una realidad que obliga a creer en ella o
morir. Y la muerte ocurre. Porque la ficción del poder triunfa sobre la
naturaleza humana basada en la cooperación y la armonía.
Descubrir
una enfermedad es trabajar para el poder esclavizante. Escuchar el lenguaje del
cuerpo es fluir con la naturaleza humana.
Una vez que
la persona escucha y entiende, se puede optar. Se medica, se elimina lo que ya
dio su mensaje y queda como secuela. Se hace lo que favorece la continuidad de
la vida. Aquí los avances de la medicina son esclarecedores. Pero usarlos sin
escuchar es destruir sin sentido. Porque el cuerpo seguirá hablando.
Dr Fernando
Callejon
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