Es nuestro
cuerpo igual que el de nuestros padres, o que el de los creadores del Tai Chi
Chuan? ¿Realmente puede el trabajo corporal sanar el espíritu? Este trabajo
expone algunas de las cuestiones analizadas por el autor en Levantar la mirada:
Tai chi chuan, fundamentos para una práctica contemporánea1-, de reciente
publicación.
“El hombre
[a diferencia del animal] adopta una triple posición vital en el mundo: vive
como cuerpo, porque su cuerpo es un organismo físico total; vive en el cuerpo
como alma que domina y representa el cuerpo; vive fuera del cuerpo como
observador crítico y distanciado de él mismo y del conjunto de la realidad”.
Lluís Duch2-
No creo que
esté en duda el hecho de que la práctica del tai chi chuan sea una práctica
corporal. Y no sólo desde la mirada más externa de quien se acerca a una
primera clase y se encuentra con un encadenamiento de ejercicios más o menos
asequibles o extraños. También para el más sutil de los maestros, incluso
cuando apenas quede movimiento en su ejercicio: la actualización de su práctica
se realizará desde su presencia física. Es lógico por lo tanto que buena parte
de nuestras reflexiones estén dirigidas hacia aspectos corporales (reflexiones
sobre la calidad de la postura, el movimiento, la respiración, el contacto corporal,
etc.). Esto es así y continuará siéndolo en adelante, ya que la nuestra es una
intervención sobre el cuerpo. Pero desde el primer momento en que pensamos
sobre el asunto debemos enfrentarnos a una cuestión mucho más peliaguda, un
verdadero asunto filosófico: cuál es la naturaleza del cuerpo sobre el que
pretendemos intervenir. Incluso en los manuales antiguos de artes marciales
internas chinas, se utiliza un término (“cuerpo taichi”) para definir algo a lo
que tratamos de acceder, y desde el que se comprende la naturaleza y función de
nuestro entrenamiento.
Desde este
punto de partida, caben como mínimo dos desarrollos. El primero, y
aparentemente el más generalizado, es el de quienes dan por buenas las
propuestas con un mínimo de legitimidad -de los maestros, de los clásicos, de
la escuela en la que participan- y se ponen manos a la obra bajo el eslogan al
uso: “practica, que lo demás se te irá dando por añadidura”. Pero he dicho
aparentemente porque, teniendo en cuenta la confusión de los términos en los
que se practica, la falta de traducción asequible de la inmensa mayoría del
corpus de enseñanzas desde las que supuestamente nos nutrimos, o la
superficialidad de resultados tangibles de la práctica, sería como mínimo
parcial aducir todo esto a una falta de seriedad o tesón por parte de quienes
lo intentan, tanto practicantes como instructores.
El segundo
desarrollo posible considera que la propia pregunta por un trabajo corporal
lleva implícita la idea de lo que ese cuerpo es. Lo queramos asumir o no,
estamos determinados por la función que asignamos a ese cuerpo en algo más abarcador
que es la propia naturaleza humana (la segunda y tercera posiciones vitales a
las que aludía Lluís Duch en la cita inicial). Inmediatamente damos aquí el
salto a la relación cuerpo/mente -o cuerpo y alma-, un asunto central en la
reflexión filosófica de todos los tiempos y latitudes. O se nos plantea la
pregunta implícita a esta cuestión: ¿quién o qué es el ser humano que pretende
intervenir sobre el cuerpo con unos objetivos determinados (que en nuestro caso
suele tratarse de una promesa de salud, de invulnerabilidad física o psíquica,
etc.)?
No voy a
entrar en los términos en los que este debate se ha desarrollado y sigue
haciéndolo en ámbitos tan vastos como la filosofía o la antropología.
Mencionaré solamente alguno de los aspectos con los que he topado y me han
resultado determinantes a la hora de conducirme en las disyuntivas que se me
han ido presentando a lo largo de mi recorrido vital como practicante y
profesor de tai chi chuan. En cuanto que disyuntivas, me han obligado a elegir,
esto es, a desechar algunas vías y afirmarme en otras que, a su vez, me
conducen hacia nuevas elecciones. Queda lejos pues la idea de que la reflexión
sobre estos asuntos es una cuestión “filosófica” que cae lejos de los “asuntos
prácticos”.
Juan
Gorostidi
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