Cuando
uno siente esa tristeza invadiendo lentamente el alma, lo mejor es conectar con
el sentimiento. En silencio, despacio, de forma suave como dejando que resbale
sobre el alma. Dando la mano al sufrimiento que conllevan y después abriendo
espacio para que se dispersen en nuestro interior, a través de la comprensión.
No
podemos y no debemos evitar la tristeza. Ella llega sin avisar y a veces, para
quedarse mucho tiempo. Lo que podemos hacer es invitarla a pasar, no
resistirnos al malestar que nos genera, siendo compasivos con lo que deja a su
paso, pero a la vez buscar su origen, porque solo en su origen podemos
trabajando la emoción que la causo, transformarla en conocimiento y alegría.
A VECES,
NOS INDIGNA LO QUE “NOS HACEN” LOS DE FUERA. OTRAS SON LOS DE DENTRO QUIENES
NOS LO HACEN Y NO ENTENDEMOS POR QUÉ NOS TRATAN ASÍ SIN MERECERLO Y ELUDIMOS
COMPRENDER QUE CADA UNO LIBRA SUS PROPIAS BATALLAS, QUE TODOS ESTAMOS
CONECTADOS Y QUE LO DE LOS DEMÁS NOS AFECTA. Y EVIDENTEMENTE TAMBIÉN LO NUESTRO
MODIFICA Y CONDICIONA LO QUE OTROS VIVEN JUNTO A NOSOTROS.
Decisiones
simples pueden convertirse en el inicio de historias inimaginables. Cualquier
paso que creamos sin importancia puede cambiar la vida. Los sucesos se
encadenan, las piezas se mueven y al final…todo encaja.
Las
tristezas profundas anuncian alegrías inmensas que están por llegar. Todo es
cíclico. Un polo se conecta con el contrario y en el medio surge la maravillosa
chispa en la que debemos apasionarnos por la vida, por el trabajo interior y la
convivencia con los demás.
CUANDO LA
TRISTEZA QUIERE ANIDAR EN NUESTRA ALMA, DÉMONOS UN GRAN ABRAZO A NOSOTROS
MISMOS, QUERÁMONOS Y RECORDEMOS TODAS LAS COSAS BUENAS QUE CADA UNO TIENE EN SU
VIDA, ES EL MEJOR ANTÍDOTO PARA QUE LA TRISTEZA NO SE QUEDE CON NOSOTROS.
Fuente:
La Ciencia del Espiritu
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