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Lao
Tse dijo:
Cuando
las personas pierden su naturaleza esencial por seguir sus deseos, sus acciones
nunca son correctas. Gobernar una nación de esta manera desemboca en el caos;
gobernarse a sí mismo de esta manera desemboca en la deshonra.
Por
ello, quienes no escuchan al Camino no tienen manera de regresar a su
naturaleza esencial. Quienes no entienden las cosas no pueden estar claros y
en calma.
La
naturaleza esencial del ser humano original no tiene perversión ni corrupción,
pero después de una larga inmersión en las cosas esto cambia con facilidad, de
manera que olvidamos nuestras raíces y nos adaptamos a una naturaleza
aparente.
A
la naturaleza esencial del agua le gusta la claridad, pero la arena la
contamina. A la naturaleza esencial de la humanidad le gusta la paz, pero los
deseos habituales la perjudican. Sólo los sabios pueden dejar las cosas y
regresar al ser.
Por
ello, los sabios no utilizan el conocimiento para explotar las cosas y no dejan
que sus deseos perturben su armonía. Cuando son felices no están exultantes
de gozo, y cuando padecen dolor no están desesperados. De este modo, no se
encuentran en peligro ni siquiera en las altas cumbres; están seguros y
estables.
Así
pues, planear inmediatamente la escucha de buenas palabras es algo que incluso
los ignorantes saben suficientemente como para admirarlo; la acción noble de
acuerdo con las virtudes de los sabios es algo que incluso las personas más
modestas conocen suficientemente como para estimarla.
Pero
mientras quienes admiran son los muchos, quienes lo aplican son los pocos; y
mientras quienes los que estiman estas cosas son numerosos, quienes las ponen
en práctica son escasos. La razón de ello es que los muchos se aferran a las
cosas y están atados a lo mundano.
Por
ello, se dice: «Cuando no planifico nada, la gente evoluciona por sí misma.
Cuando no me esfuerzo por nada, la gente prospera por sí misma. Cuando
disfruto de la tranquilidad, la gente se corrige a sí misma. Cuando no tengo
deseos, la gente es naturalmente llana». La serenidad limpia es la consumación
de la virtud. La complacencia flexible es la función del Camino. La calma vacía
es el antepasado de todos los seres. Cuando las tres se ponen en práctica, se
entra en lo que carece de forma. Lo que carece de forma es un término para
describir la unidad; unidad significa ausencia de mente fundiéndose con el
mundo.
La
práctica de la virtud no es altiva; su uso no es forzado. No se la ve cuando se
la mira, no se la oye cuando se la escucha. Carece de forma, pero de ella han
nacido las formas. Carece de sonidos, pero en él se producen todos los sonidos.
Carece de aroma, pero en él se forman todos los aromas. Carece de color, pero
todos los colores están hechos de él.
Así,
el ser ha nacido del no ser, la realización ha nacido del vacío. Sólo existen
cinco notas musicales, pero las variaciones de esas cinco notas son tantas que
están más allá de nuestro poder de escucharlas. Sólo existen cinco aromas, pero
sus variantes son tantas que están más allá de nuestro poder de gustarlas. Sólo
existen cinco colores, pero sus variantes son tantos que están más allá de
nuestro poder de verlos.
En
lo que respecta al sonido, cuando se establece la primera nota, las cinco notas
quedan definidas. En lo que respecta al aroma, cuando se establece el dulzor,
los cinco aromas quedan determinados. En lo que respecta al color, cuando se
establece el blanco, se forman los cinco colores. En lo que respecta al Camino,
cuando queda establecido el Uno, nacen todas las cosas.
Por
ello, el principio de la unicidad se aplica a todas las cosas. La vastedad de
lo Uno es evidente en la totalidad del cielo y de la tierra. Su totalidad es
sólida, como un bloque sin esculpir. Su dispersión es total, como si estuviera
en suspensión. Aunque esté en suspensión, gradualmente se aclara; aunque vacío,
gradualmente se llena. Es profundo como un océano, vasto como las nubes que
flotan. Parece que no es nada, pero existe; parece estar ausente, pero está
ahí.
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