Una vez que sabemos las instrucciones, podemos ponerlas en práctica. Lo que ocurra a continuación dependerá de nosotros.
En último término, todo se reduce a la cuestión de hasta qué punto estamos dispuestos a aligerarnos y soltar nuestros apegos. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ser honestos con nosotros mismos?
LAS INSTRUCCIONES de meditación dadas por Chógyam Trungpa Rinpoche a sus estudiantes reciben el nombre de shamatha-vipashyana.
Al principio de su labor docente en Occidente, Trungpa Rinpoche dijo a sus estudiantes que simplemente abrieran su mente y se relajaran.
Si se veían distraídos por sus pensamientos, habían de dejarlos disolverse y volver al estado mental de apertura y relajación.
Después de unos años, Rinpoche se dio cuenta de que a algunas de las personas que acudían a él les resultaba imposible seguir estas instrucciones: necesitaban un poco más de técnica para seguir adelante.
En ese punto, y sin cambiar básicamente la intención de la meditación, empezó a dar unas instrucciones ligeramente diferentes.
Puso más énfasis en la postura y enseñó a la gente a dirigir su atención muy ligeramente hacia la espiración. Más tarde, comentó que la espiración es lo máximo que uno se puede acercar a dejar descansar a la mente de manera natural en su estado de apertura y seguir teniendo un lugar al que volver.
Insistió en que la espiración debe ser natural, sin manipulación de ningún tipo, y que la atención debe dirigirse suavemente, en una especie de tocar-y-soltar.
Comentó que aproximadamente un 25 por 100 de la atención debe dirigirse a la respiración y con el resto se debía seguir siendo consciente del entorno sin considerarlo una intrusión ni un obstáculo para la meditación.
Años después, empleó una analogía divertida que comparaba la meditación con alguien vestido de etiqueta y sosteniendo una cuchara llena de agua. Uno podía estar cómodamente asentado allí, en su elegante indumentaria, sin distraer la atención de la cuchara llena de agua que tenía en la mano. La cuestión era no tratar de alcanzar algún estado especial o transcender los sonidos y el movimiento de la vida ordinaria, Más bien nos animaba a relajarnos más completamente en nuestro entorno, a apreciar el mundo que nos rodea y la verdad ordinaria que sucede a cada momento.
La mayoría de las técnicas de meditación emplean un objeto de meditación, algo a lo que volver una y otra vez pase lo que pase por la mente. Llueva, nieve o granice, haga buen o mal tiempo, uno continúa volviendo al objeto de meditación.
En este caso, el objeto de meditación es la espiración, la elusiva, fluida y siempre cambiante espiración que, aunque inasible, continúa surgiendo continuamente. Cuando inspiras, es como una pausa o una apertura. No hay nada especial que hacer aparte de esperar a la siguiente espiración.
En una ocasión expliqué esta técnica a una amiga que había pasado años practicando una concentración muy enfocada en las dos fases, inspiración y espiración, y en otros objetos. Cuando escuchó las instrucciones, dijo:
«¡Pero eso es imposible! ¡Nadie puede hacerlo! ¡Hay toda una parte en la que no hay nada de lo que ser consciente!»
Fue la primera vez que me di cuenta de que la instrucción integraba la posibilidad de abandonarse completa-mente: Había oído decir a algunos profesores Zen que la meditación es estar dispuesto a morir una y otra vez, y allí estaba: a medida que cada espiración salía y se disolvía, había una oportunidad de morir a todo lo anterior y relajarse, en lugar de sentir pánico.
Rinpoche nos pidió a los instructores de meditación que no habláramos de «concentrarse» en la espiración, sino que debíamos emplear un lenguaje mucho más fluido.
Por eso decíamos a los estudiantes que «tocaran la espiración y soltaran», o que «dirigieran la atención ligera y suavemente hacia la espiración», o que «fueran uno con la espiración mientras sale relajadamente».
La directriz básica seguía siendo la de abrirse y relajarse sin añadir nada extra, sin conceptualizar, sino volviendo a la mente tal como es, clara, lúcida y fresca.
Después de cierto tiempo, Rinpoche añadió otro refinamiento a la instrucción. Comenzó a pedirnos que pusiéramos a nuestros pensamientos la etiqueta de «pensamiento». Estábamos allí sentados dirigiendo la atención a la espiración, y antes de que nos diéramos cuenta ya nos habíamos ido: planes, preocupaciones, fantasías; estábamos completamente en otro mundo, en un mundo totalmente hecho de pensamientos.
La instrucción era que, en el momento en que nos diéramos cuenta de que nos habíamos ido, debíamos decirnos a nosotros mismos «pensamiento» y volver a la espiración sin hacer nada especial de ello.
Una vez vi a una persona hacer una coreografía con el proceso de meditación. El bailarín salió al escenario y se sentó en postura de meditación.
A los pocos segundos comenzaron a surgir pensamientos de pasión sexual.
El bailarín entró en ese proceso mientras el frenesí iba en aumento, un pequeño vislumbre de pasión fue desarrollándose hasta convertirse es una fantasía sexual plenamente desplegada.
Entonces sonó una pequeña campana y una voz calmada dijo «pensamiento», y el bailarín volvió a relajarse en postura de meditación, Unos cinco segundos después surgió un baile iracundo, una vez más empezando desde una pequeña irritación y aumentando hasta una explosión cada vez más salvaje.
Después vino el baile de soledad, el de la somnolencia, y cada vez que sonaba la campana y la voz decía «pensamiento», el bailarín se relajaba un poco más hasta que entró en lo que parecía ser la inmensa paz y el vasto espacio de estar simplemente sentado allí.
Al decir «pensamiento», entramos en un punto muy interesante de la meditación, el punto en el que podemos practicar conscientemente la suavidad y mantener la actitud de no juzgar. La palabra sánscrita empleada para describir el amor compasivo es maitri, que también se traduce como amistad incondicional.
Así, cada vez que te dices «pensamiento» estás cultivando esa amistad
incondicional hacia lo que surge en tu mente. Como la compasión incondicional es muy difícil de encontrar, este método tan sencillo y directo de desarrollarla es enormemente valioso.
A veces nos sentimos culpables y otras arrogantes, a veces nuestros pensamientos y recuerdos nos aterrorizan y nos hacen sentirnos totalmente desgraciados.
Los pensamientos pasan por nuestra mente continuamente y, cuando nos sentamos, les damos mucho espacio para que puedan surgir.
Damos espacio para que aparezcan todos nuestros pensamientos, como nubes en el ancho cielo u olas en el vasto océano.
Si uno de ellos se queda con nosotros y nos barre, sea agradable o desagradable, la instrucción es etiquetarlo de «pensamiento» con toda la apertura y la bondad que podamos reunir, y dejar que desaparezca en la enormidad del cielo. Las nubes y las olas vuelven a surgir inmediatamente, pero eso no es ningún problema. Simplemente las reconocemos una y otra vez con amistad incondicional, poniéndoles la etiqueta de «pensamiento» y dejándolas pasar una y otra vez.
A veces, la gente emplea la meditación para tratar de evitar sentimientos desagradables y pensamientos que les alteran. Podríamos tratar de usar la etiqueta para librarnos de lo que nos molesta, y si conectamos con algo agradable o inspirador, podríamos pensar que ya lo tenemos y tratar de quedarnos en esa paz y armonía donde no hay nada que temer.
Desde el principio mismo es una gran ayuda recordarnos constantemente que la meditación tiene que ver con abrirse y relajarse con lo que surja, sin escoger ni elegir. No está diseñada ni para reprimir nada ni para predisponernos al apego. Allen Ginsberg emplea la expresión «mente sorpresa». Te sientas y ¡toma ya!
surge una sorpresa desagradable. De acuerdo, que así sea.
No debemos rechazarla sino reconocerla compasivamente como «pensamiento», y a continuación dejarla pasar.
Al momento siguiente ¡genial! aparece una sorpresa deliciosa. De acuerdo, que así sea. Tampoco debemos aferramos a ella, sino reconocerla compasivamente como «pensamiento» y dejarla pasar. Las sorpresas, según vamos descubriendo a medida que practicamos la meditación, son innumerables. Milarepa, un yogui tibetano del siglo XII, cantaba unas canciones preciosas sobre la manera justa de meditar.
En una de sus canciones dice que la mente tiene más proyecciones que motas de polvo hay en un rayo de sol, y que incluso cientos de lanzas no podrían acabar con ellas. Así pues, cuando meditamos, más nos vale dejar de luchar con los pensamientos y darnos cuenta de que la honestidad y el sentido del humor nos ayudan más que cualquier tipo de solemne lucha religiosa a favor o en contra de algo.
En cualquier caso, la cuestión no consiste en librarnos de nuestros pensamientos sino en contemplar su verdadera naturaleza.
Si entramos en ellos, nos harán dar vueltas en círculo, pero en realidad son como imágenes oníricas, como una ilusión, no son verdaderamente sólidos. Son, tal como decimos, simples pensamientos.
A lo largo de los años, Rinpoche continuó refinando las instrucciones sobre la postura.
Dijo que luchar durante la meditación nunca es una buena idea; por eso, si nos dolían las piernas o la espalda, podíamos movernos. Sin embargo, fue quedando claro que, al trabajar con la postura justa, era posible relajarse y asentarse en el propio cuerpo realizando algunos ajustes muy sutiles.
Si hacíamos grandes movimientos nos aportaban comodidad durante unos cinco o diez minutos, pero después queríamos volver a cambiar.
Finalmente, comenzamos a seguir los seis puntos de la postura justa para sentirnos realmente bien asentados. Los seis puntos son: (1) asiento, (2) piernas, (3) torso, (4) manos, (5) ojos y (6) boca, y las instrucciones son las siguientes:
1. Sea cual sea nuestro asiento un cojín, el suelo o una silla, debe ser plano y no estar inclinado ni hacia adelante ni hacia atrás, ni hacia la izquierda ni hacia la derecha.
2. Las piernas deben estar cómodamente cruzadas delante de ti; si estás sentado en una silla, debes poner los pies planos sobre el suelo dejando entre las rodillas unos centímetros de distancia.
3. El torso (desde la cabeza hasta el trasero) debe estar en postura erecta, con la espalda firme y la parte delantera abierta. Si te sientas en una silla es mejor no inclinarte hacia atrás.
Si comienzas a flojear, vuelve a sentarte derecho.
4. Las manos deben estar abiertas, con las palmas hacia abajo y descansando sobre los muslos.
5. Los ojos han de estar abiertos, indicando la actitud de permanecer despierto y relajado ante cualquier cosa que ocurra. La mirada se enfoca ligeramente hacia abajo y se dirige como a metro y medio por delante de ti.
6. La boca queda muy ligeramente abierta para que la mandíbula esté relajada y el aire pueda fluir fácilmente a través de la boca y la nariz.
La punta de la lengua puede colocarse en el paladar.
Cada vez que te sientes a meditar repasa estos seis puntos, y cada vez que te sientas distraído durante la meditación, reorienta la atención hacia el cuerpo y repásalos. Después, vuelve otra vez a la espiración con la sensación de empezar de nuevo. Si descubres que los pensamientos te han llevado muy lejos, no te preocupes.
Simplemente, dite a ti mismo «pensamiento», y vuelve a la apertura y a la relajación de la espiración.
Vuelve una y otra vez a estar exactamente donde estás.
Al principio, la meditación suele resultarle divertida a la gente. Es como un nuevo proyecto y piensas que, si lo realizas, desaparecerá todo el material indeseable y te convertirás en una persona abierta, libre de prejuicios e incondicionalmente amistosa. Pero al tiempo, la sensación de proyecto se desvanece. Simplemente buscas tiempo cada día para sentarte contigo mismo. Vuelves a la respiración una y otra vez, en medio del aburrimiento, la irritación, el miedo o el bienestar.
Esa perseverancia y repetición cuando se hace con honestidad, un toque de ligereza, humor y bondad es su propio premio.
Una vez que sabemos las instrucciones, podemos ponerlas en práctica.
Después dependerá de nosotros lo que ocurra a continuación. En último término, todo se reduce a una cuestión de hasta qué punto estamos dispuestos a aligerarnos y soltar nuestros apegos. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ser honestos con nosotros mismos?
Pema Chödron
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