Autora de varios libros sobre
nutrición anticáncer, la Dra. Odile Fernández superó la enfermedad cambiando
radicalmente su alimentación.
Cuando hace cinco años me dijeron que
tenía cáncer de ovario con metástasis, todo mi mundo se derrumbó. Tenía treinta
y dos años, un niño de tres años y acababa de aprobar las oposiciones como
médico de familia en el Servicio Andaluz de Salud.
De repente, mi vida estaba patas
arriba, mis planes de futuro pasaban a un estado de stand by mientras la
palabra muerte rondaba sin cesar en mi cabeza. Todo me daba vueltas, no podía
pensar con claridad, solo pensaba en dolor, sufrimiento, muerte, agonía… Miraba
a mi hijo pequeño y no podía dejar de llorar, la idea de que se quedase
huérfano me aterrorizaba, él era lo más importante que tenía en mi vida. Fueron
días de angustia e incertidumbre, mi pulso se aceleraba, no podía respirar,
sentía una presión continua en el pecho… Eso no podía estar pasándome a mí.
Tras llorar largo y tendido durante
varios días, tras gritar, patalear y descargar la pena, el miedo, la rabia y la
ira que sentía, resurgí cual ave fénix de mis cenizas y decidí dejar atrás las
lamentaciones y pasar a ser parte activa de mi enfermedad. Yo había enfermado
por un motivo u otro, pero también yo era la que iba a sanar ayudándome de
todas las herramientas que estuviesen a mi alcance.
“Tus fuerzas naturales te curarán”
En esos momentos me acordé de las
clases de Historia de la Medicina en las que nos hablaban de Hipócrates y de su
principio Vis medicatrix naturae. Hipócrates afirmaba: “Tus fuerzas naturales,
las que están dentro de ti, serán las que curarán tus enfermedades”. Decidí
confiar en mí, en mi instinto y en mi poder de curación para sanar, para
quedarme aquí y ver a mi hijo crecer. Decidí vivir…
Al principio, como médico, no puedo
evitar buscar información científica relacionada con mi enfermedad y compruebo
que las estadísticas no están a mi favor. En principio, la quimioterapia es
paliativa, para alargar mi vida lo máximo posible, y los estudios dicen que la
mayoría de las enfermas con mi diagnóstico mueren antes de los cinco años.
Pienso que esas estadísticas no están
hechas para mí, yo voy a romper la campana de Gauss y voy a vivir. Ahora viene
la gran pregunta… ¿Cómo voy a romper las estadísticas si sé que en mi caso la
quimioterapia tiene una eficacia limitada? Decido confiar en el tratamiento
médico propuesto de quimioterapia y someterme a una ooferectomía (extirpación
del ovario afectado y el tumor), pero decido buscar algo más, algo que me permita
estar activa durante mi enfermedad y no quedarme sentada en el sillón a ver qué
pasa. No quiero ser una enferma pasivaque se lamenta de lo que le está pasando.
Mi lista de deseos durante la
quimioterapia
Decido vivir desde ese mismo
instante, disfrutando de cada minuto, exprimiendo la vida al máximo. Hago una
lista de deseos y prioridades, plasmo todos los sueños que quiero hacer
realidad en un papel y junto a mi pareja y mi hijo me pongo en marcha para darles
forma. Viajar es una de esas prioridades, así que planeo maravillosos viajes
durante los descansos de quimio.
Otro deseo que reflejo en mi lista es
volver a ser madre; sueño con la imagen de un precioso bebé. Pensar en ser
madre con un diagnóstico tan sombrío puede parecer una locura y una temeridad.
Sé que no era la prioridad número uno, pero sí era uno de mis sueños. Además,
deseaba parir en casa, para poder resarcirme de un primer parto hospitalario no
respetado. Quería poder sentir cómo es realmente dar a luz, sentir que era yo
la que paría y la que decidía. Desde que me sobrepuse al diagnóstico inicial,
decidí que yo sería la que tomaría las decisiones importantes en mi vida, que
no dejaría que los demás decidiesen por mí, y en el caso de volver a parir, así
sería.
Vuelvo a acordarme de Hipócrates y su
famoso precepto: “Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina”.
Me pongo en marcha para buscar información científica que relacione cáncer,
alimentación y estilos de vida. Para mi sorpresa, descubro que hay cientos de
artículos que nos hablan del poder curativo y preventivo de los alimentos y los
estilos de vida. Así que, tras mucho leer, decido hacer un cambio radical en mi
alimentación para intentar favorecer la sanación y paliar los efectos
secundarios de la quimioterapia. Elimino azúcares, harinas refinadas, productos
manufacturados y cargados de aditivos, carnes, lácteos, y lleno mi plato de
verduras, frutas, semillas, frutos secos, especias, hierbas aromáticas y
legumbres. Intento consumir el máximo de productos crudos.
Junto al cambio de alimentación
comienzo a centrarme en cuidar mi mente y mi cuerpo. Asisto a clases de yoga y
chikung, que me aportan una gran paz y tranquilidad, a la vez que siento mi
cuerpo más flexible. Para poner orden en el torbellino de emociones que me
asaltan, comienzo a asistir a la consulta de una psicooncóloga que me ayuda a
aceptar el diagnóstico, pero que también me prepara por si el desenlace final
no es el que yo he proyectado en mi mente. Me preparo para la muerte de forma
tranquila y serena, pero siempre con la esperanza puesta en la sanación.
La meditación me da perspectiva
Comienzo a meditar gracias a un monje
budista que me inicia en la meditación vipassana. Vipassana significa “ver las
cosas tal como son”. Es una de las técnicas de meditación más antiguas. Se
enseñaba en la India hace más de 2.500 años como un remedio universal para
resolver cualquier problema o conflicto, como un arte, el Arte de Vivir.
Gracias a la meditación aprendo a darle su justa importancia a las cosas,
empiezo a no exagerar ni sobredimensionar los pormenores del día a día, aprendo
a valorar todo lo bueno que me ofrece la vida y a dar gracias por sus
maravillosos regalos.
Decido rodearme solo de las personas
que me hacen reír y me aportan felicidad. Dejo a un lado a esas personas
“tóxicas” que te hacen sufrir y son negativas. Mi familia fue un apoyo
fundamental que en todo momento estuvo conmigo cuando decidí dar un nuevo rumbo
a mi vida. Mi pareja se rapó el mismo día que yo perdí mi pelo y durante varios
meses lucimos calvicie, éramos dos pelones peleones. Mi hijo fue mi motor para
vivir. Mis padres, mi hermana, mi tío, mi abuela, mis amigos… allí estuvieron
todos para darme aliento en los momentos más duros.
Al enfocarme en sanar, me di cuenta
de que cada día recibía “regalos” que me ayudaban a que el sueño de superar la
enfermedad se hiciese realidad. Esos regalos vinieron en forma de personas que
me prestaban apoyo o sabiduría, de libros cargados de información, de
oportunidades para hacer realidad esa lista de sueños…
De repente, la vida solo me trajo
noticias positivas y hermosas; la más importante, saber que tras tres ciclos de
quimioterapia ya no había restos de enfermedad en mi cuerpo (aunque yo no
necesitaba un PET TAC para confirmarlo, pues me sentía tan plena, feliz y
radiante que mi instinto me decía que todo estaba bien).
Dejo la enfermedad atrás cambiando de
alimentación
Tras recibir la maravillosa noticia
de la desaparición de la enfermedad decidí compartir con todo aquel que buscase
“algo más”, y con las personas sanas que quisieran prevenir la enfermedad,
todos los conocimientos adquiridos desde el diagnóstico –artículos, recetas de
cocina e información sobre hábitos de vida anticáncer–, con el fin de aportar
luz y esperanza con información clara y rigurosa. Quería dar la información que
a mí me habría gustado recibir cuando me dijeron que tenía cáncer y no encontré
en el ámbito hospitalario. Así nació un blog y un sueño: Mis Recetas
Anticáncer. Dicen que lo que no se da se pierde y yo no quería que mi
experiencia se perdiese si podía ayudar a otras personas en su proceso de
sanación.
Primero vino el blog y después tres
libros en los que he ido plasmando todo lo que he aprendido durante estos cinco
años, así como todas las novedades y actualizaciones del mundo científico que
cada día nos aportan más información sobre el importante papel que juegan la
alimentación, las emociones, el medio ambiente y el entorno en la génesis y
evolución del cáncer.
Al final el cáncer se convirtió en
una segunda oportunidad, una oportunidad para crecer y apreciar la vida, para
hacer realidad mis sueños, para ayudar a otras personas, para aprender a vivir
sin miedo, para ser más agradecida y dar sin esperar nada a cambio. Me ha
enseñado a amar la vida, a empatizar más con los demás, a ser más intuitiva e
inconformista, a mantener una actitud positiva ante cualquier situación o
adversidad y adquirir la capacidad para aprender de los errores convirtiendo
los infortunios en algo provechoso, me ha enseñado a ver la vida con
ecuanimidad y a dar amor incondicional.
La Odile de antes del cáncer era una
mujer muy estresada, que trabajaba mucho, que no se cuidaba, que no buscaba un
tiempito para estar con ella misma, que corría demasiado, que no comía bien… La
Odile actual intenta tomarse las cosas con más tranquilidad, disfruta más de
sus seres queridos. Y siempre que puede, pone su granito de arena en el proceso
de sanación de otra persona, un papel diferente al del médico que está en una
consulta prescribiendo fármacos, pero no tiene la oportunidad de dar al enfermo
ese papel activo.
Dos años después de finalizar el
tratamiento de quimio, y de forma natural e inesperada, me quedé embarazada.
Nueve meses después vino al mundo un bebé precioso de sonrisa eterna. Iker
nació en casa, en un parto sin dolor, sin miedo, sin prisas, un parto sereno y
tranquilo en el que mi hijo y yo fuimos los protagonistas. Dentro de un mes
vendrá al mundo un tercer bebé, en esta ocasión una niña. Un sueño más hecho
realidad.
Si crees que algo es imposible, que
es difícil o no estás preparado, descarta esa creencia y enfócate en hacer tus
sueños realidad, para crear un sueño solo hay que confiar y creer en él.
Nunca pierdas la esperanza.
Fuente: Mentesana
Odile Fernández Martínez es médico de
familia. En 2010 superó un cáncer de ovario. Desde entonces se dedica a
difundir la importancia de la alimentación para prevenir el cáncer y ayudar a
su curación. Es autora de Mis recetas anti cáncer y Mis recetas de cocina anti
cáncer.
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