TIERRA PROMETIDA

 

La Flor de la Vida


Mi felicidad no puede estar sustentada en el sufrimiento de otros. Mi bienestar no puede basarse en la merma del bienestar ajeno. Así las causas que sembramos, así los efectos. ¿Si siempre recogemos lo que sembramos, por qué no sembramos en cada alba primavera, amabilidad y respeto? ¿Por qué no hundimos siempre en la tierra fértil de nuestros días esmeradas semillas de dulces frutos y fragantes flores…? La ley de causa y efecto es llamada a convertirse en pauta elemental también de convivencia. Si yo genero generosidad y altruismo estos volverán a mí. Si yo creo causas que producen sufrimiento, ese sufrimiento tarde o temprano me retornará. La ley no escrita  templa nuestra fe. No opera de inmediato, porque entonces no seríamos graduados. 

 

No sólo a nivel personal, sino también en la esfera colectiva conviene conocer este “abc” de las leyes superiores. Los políticos debieran ser los primeros en saber de las máximas que no necesariamente obran en sus legislaciones. Si los colonos siguen edificando en suelo ajeno, si Israel sigue comiendo las tierras de los palestinos en Cisjordania, Israel jamás alcanzará la paz y la prosperidad. ¿Alguna sonrisa se puede extender en el tiempo si la ha apagado a otros? ¿Alguna felicidad genuina puede colmar un hogar de tan dudosos cimientos?

 

 

En balde esgrimen los colonos de nuevas barbas viejo Testamento, hacen valer el caduco credo de su exclusiva tierra prometida. Ninguna real Promesa puede distinguir entre los humanos. ¿Cómo Dios aseguraría a unos lo que niega a otros? Esa álgebra trucada, esa lógica interesada sólo es del mundo. El enchufismo y la corrupción nunca levantó vuelo hasta tan egregias alturas. Yerra Netanyahu con las nuevas anexiones para su insaciable galería. Todo hijo de Dios es igualmente heredero de un Oasis cuya agua nunca se acaba.

 

La tierra arrebatada no puede acoger vergel que florezca por generaciones. Los nuevos asentamientos en Cisjordania blindados a cal y canto, auspiciados por la sola razón de la fuerza no tienen recorrido, pues la injusticia se irá también derritiendo bajo ese sol de justicia. No basta desarrollarse en tecnología, hay que hacerlo también en conciencia. Si tenemos sobrada cabeza para implementar el más sofisticado armamento, tengamos la elemental sabiduría para observar la básica ley inalterable, no sólo la mosaica que baja del Sinaí. No más inscribir a nuestro nombre solar ajeno, no más “amaneceres” cuyos rayos sólo disfrutarán los que lleven mis barbas y apellidos.

 

Autor: Koldo Aldai




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