SER RESPONSABLES, SOBRIOS Y AUSTEROS: EL GRITO DE LOS MILLENNIALS



Con Greta Thunberg como líder indiscutida, las nuevas generaciones reclaman que seamos más medidos en el consumo. "El derroche no es riqueza, es falta de conciencia social y un crimen ambiental", sostiene Adriana en este análisis que invita a la acción.

En las redes sociales casi todos somos ecologistas, solidarios y humanitarios. Compartimos con entusiasmo la información que nos muestra como buenas personas, los videos tiernos, las historias emocionantes. Cada tanto aparecen seres como Greta Thunberg que reúnen con simplicidad todas esas cosas y los likes de las redes la consagran como vocera mundial del mensaje ecológico. La niña sueca está empecinada en que tomemos conciencia de que su generación está condenada a un medioambiente deteriorado. Pero la súper chica del cambio climático es algo más que una celebridad a la que se le da un retuit mientras se tira la basura por la ventanilla del auto.

Así se ve el galpón de la cooperativa de recuperadores de material reciclable El Ceibo. (Foto: Camila Miyazono).



No alcanza con compartir sus imágenes en las redes si no escuchamos su pedido de que salvemos el planeta. Greta dice lo que hace: que cada quien se haga cargo de los daños que causa al planeta. No hace falta imitarla gritando a un líder mundial o cruzando el océano en un barquito: alcanza con comprender por qué se presenta siempre con las mismas zapatillas azules y la chaqueta rosa.

“Nadie es tan insignificante como para no hacer una diferencia” se llama su libro, porque el cambio climático puede revertirse con consumir menos y responsabilizarnos más de los objetos. Desde que los compramos hasta el momento en que se convierten en basura, porque siguen siendo nuestros. La economía circular usa en tres erres para resumir cómo hacernos cargo del daño que hacemos al mundo con el consumo y cómo podemos paliarlo con pequeños cambios.

Reducir: Es la parte más sencilla pero la menos explorada. Recién cuando aumentaron las facturas empezamos a considerar usar lámparas de bajo consumo o apagar las luces de habitaciones desocupadas. Pero como el agua no es medida todavía dejamos que corra al lavar los platos o los dientes en lugar de abrir el grifo recién en el enjuague. Pero el cuidado de los bienes naturales no puede depender del ahorro de dinero sino de la conciencia, que no depende de ver el problema sino de comprometerse.

No hace falta ver el documental “Sociedad de consumo” (“Broken”, Netflix) para comprender que estamos ahogándonos en un océano de plásticos. Se acumulan en las esquinas del conurbano. Y ya no alcanza con llevar una bolsa para la compra diaria. En Europa ya llevan bolsas reusables o frascos para las cosas a granel y hace años que desalientan el uso de envoltorios superfluos. El celofán y las letras doradas no son un obsequio del fabricante, sino que están incluidos en el precio. El problema es que su descarte queda a cargo de la humanidad.

Reusar: Hay objetos que tienen muchas vidas. Los mejores libros, ropa, muebles no son descartables, pero tenemos que aprender a que no sean acumulables. Hay novelas que jamás volveremos a leer, o prendas que llevan demasiadas temporadas esperando la ocasión especial o ese descenso de peso que no ocurrirá. Compartirlas las vuelve a la vida y les da un nuevo valor. Aplicaciones como renovatuvestidor.com ayudan a  intercambiar cosas lindas que usamos poco o nada a un precio le permite acceder al que las compra y ayuda al que las vende. Y no solo por un aporte económico, sino para comprobar que no necesitábamos tantas cosas en el placar.

Reciclar: En Argentina estamos atrasadísimos en el reciclaje y por eso urge que la ciudadanía ponga un ritmo que no tienen las decisiones políticas. Si fuera por ellas, estaríamos condenados a basurales a cielo abierto al costado de cualquier ruta. Como estamos. Sabemos tan poco de la economía circular que muchos desconocen que la mayoría de la gente que revisa los contenedores está contribuyendo con un trabajo digno que hace mejor el mundo. De preguntarles alguna vez que los crucemos, descubriríamos que esa persona es una de los cien mil trabajadores dedicados a la separación y recuperación de residuos en Argentina.



  Tapitas, uno de los objetos que gran parte de la sociedad ya incorporó como material a ser reciclado. (Foto: Camila Miyazono).
En el país producimos por los menos un kilo de basura al día por persona,  de lo que podría recuperarse casi la mitad. Depende de nosotros que esa mitad de papeles, vidrios, plásticos y empaques les lleguen limpios y en mano, sin que se vean obligados a revolver en los contenedores para encontrarlos. Muy pocas localidades tienen políticas de reciclado, pero todos esos materiales tienen valor económico, más allá del aporte ecológico que hacemos.  Cooperativas como El Álamo, en Buenos Aires, recuperan hasta el 90% de los materiales que juntas en las calles. Separar los materiales aprovechables nos dará también conciencia de la magnitud de lo que descartamos, especialmente en envoltorios y plásticos. Y tener en cuenta, cuando compramos, si son procesables o son de los que se terminará comiendo una tortuga marina.

El planeta es algo muy importante para dejarlo en manos de quienes lo desquiciaron de la manera en que está. El crecimiento de la economía del siglo pasado aceleró los daños ambientales sin hacer al mundo más socialmente equilibrado. Cualquier mensaje de que el consumo nos salvará es reaccionario, porque mira hacia el pasado ignorando el fracaso de los modelos expansivos. La supervivencia del planeta reclama modelos de moderación económica, basados en la austeridad en el uso de recursos naturales, sobriedad en los estilos de vida y responsabilidad en el consumo. El derroche no es riqueza: es falta de conciencia social y un crimen ambiental.

Lo que nos dicen los millenials es que ya no hay tiempo para esperar que la política se ocupe. Reiteradamente confirma que es un tema que no les importa. De lo contrario, dejarían de poner a cargo de medioambiente personas sin antecedentes técnicos, o impedirían que sean los empresarios los que deciden la emisión de gases o la política de reciclado. O peor, a mafias que transportan basura y como cobran por toneladas prefieren que produzcamos mucha. Greta es un mensaje, pero hay otros millenials como @BoyanSlat que están dedicando su juventud a limpiar lo que nosotros estropeamos. Imitémoslos. Y no los dejemos solos.

Adriana Amado – Columnista
Fuente: Sophia – Revista On Line




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