Para entender la
filosofía Zen es imprescindible comprender el budismo y algunas de las
principales religiones orientales.
El Budismo tiene el
objetivo de que todos los seres sean felices. No busca la salvación de sus
almas, como la mayoría de las religiones monoteístas, sino que intenta apartar
el sufrimiento de la vida.
Para ello, Buda indagó
sobre la raíz del sufrimiento.
Todos estamos
condenados a sufrir. ¿Por qué? Básicamente porque todo se acaba, porque estamos
en un mundo en que todo es perecedero. La vejez, la enfermedad, la muerte,
estamos continuamente expuestos a ellas y son la principal causa del
sufrimiento.
Para huir de él, nos
aferramos a los momentos de alegría, pero éstos reportan aún más sufrimiento
cuando acaban.
La idea que mantiene el
budismo es que atarse a este mundo sólo produce sufrimiento. Por ello, debemos
buscar la iluminación: comprender que este mundo es ficticio, que vivimos
rodeados de apariencias y somos nosotros los que decidimos creerlas ciertas.
Existe un mundo
imperecedero. Es donde están nuestras almas antes de llegar a la Tierra y donde
vuelven a ir cuando morimos.
En ese mundo, la felicidad
es auténtica, porque no tiene fin.
Por lo tanto, se ha de
llegar a un estado que nos permita ver el universo en su totalidad y sirva para
que seamos conscientes de que todo lo que damos por cierto no es nada más que
apariencia.
Todos nuestros actos tienen
una reacción. Es la ley del karma. Y nosotros tenemos que equilibrar la
balanza.
Volveremos de nuevo a
la Tierra para saldar las deudas kármicas de nuestra anterior existencia. Pero
al vivir de nuevo, crearemos más karma y por tanto tendremos que volver de
nuevo. Y así sucesivamente.
La única forma de
acabar con todo esto es trascender la ley del karma, pero no es fácil.
El único camino es
dejar de sentir las emociones que forman parte de las apariencias. No sentir
rabia, ni ira, ni envidia, ni alegría, ni dolor. Comprender que todo esto son
sólo engaños que no nos permiten evolucionar a un estado superior de
consciencia.
Sólo así, según el
Budismo, se podrá acceder al Nirvana, un estado en que nos libraríamos de la
cadena de reencarnaciones y formaríamos parte de todo el universo.
En el Budismo, el
Nirvana supone la aniquilación, la destrucción de la individualidad, que es la
única forma de acabar con el sufrimiento. La única fuente que procura la
felicidad absoluta.
En el Budismo no existe
el concepto de pecado. No hay nada que esté bien o mal, porque así lo mande un
Ser Supremo. Cada cual busca la felicidad de la forma que puede.
Dañar a los demás es
perjudicial, porque incrementa el karma negativo, y es una forma de hacernos
daño a nosotros mismos.
Alcanzar la
iluminación, ese estado que nos permite ver el mundo tal y como es y prescindir
de las apariencias, no es un camino fácil. Para ello, es necesaria la
meditación, que es la única forma de abstraerse de lo que nos rodea y conectar
con nuestra verdadera naturaleza.
El Budismo es la
religión más individualista. Cada uno busca su propia iluminación, y como
mucho, puede compartir sus conocimientos con otros que también anhelen llegar a
este estado.
Al pensar en el
Budismo, la imagen que nos viene a la mente es la de monjes asiáticos, con la
cabeza rapada, el manto rojo, meditando largas horas en busca de la verdad
absoluta. Sin embargo, el Zen rompe completamente con este concepto.
En la filosofía Zen, no
hay necesidad de retirarse del mundanal ruido, no es necesario renunciar a
todo, se puede vivir el día a día de forma mística para conseguir la paz de
espíritu.
El Zen es la disciplina
de la iluminación. Y es que ése es su único objetivo.
Los seguidores del Zen
no teorizan sobre el origen y el final del mundo, no se dejan llevar por la
metafísica, no es necesario recitar sutras ni dedicar horas a la meditación,
ésta se puede llevar a cabo en cada una de las acciones cotidianas.
La espiritualidad no es
una renuncia al quehacer diario.
El Zen se practica en
la cotidianidad. Es una filosofía aplicable a cualquier tipo de vida, esto es
lo que hace que sea una filosofía mucho más mística que ninguna otra, ya que no
separa lo divino de lo humano, sino que convierte a cada acción humana en una
forma de trascender y, por tanto, de encontrar la Iluminación.
En el Zen, no se impone
un camino o una serie de preceptos que el hombre deba cumplir. Casi todas las
religiones tienen un objetivo y una razón para alcanzarlo: ser buenos para no
ir al infierno, llegar a la iluminación para dejar de sufrir, esto no ocurre en
el Zen.
El Zen es la búsqueda
de la espiritualidad por la espiritualidad.
La naturaleza del ser
humano ya es pura y elevada, por tanto, volver a ella implica liberarnos de
todas las apariencias impuestas y regresar a un estado originario.
La iluminación es un
estado que ya tenemos de salida y no se trata de hacer grandes sacrificios para
acceder a ella.
El Zen apenas tiene
normas y preceptos que se tengan que seguir al pie de la letra, es una doctrina
muy libre.
La meditación es una de
las formas de encontrar el camino hacia la iluminación, por eso el Zen
desarrolla muchas técnicas en este sentido. No se trata de una imposición, sino
de una recomendación.
La iluminación se puede
alcanzar desde cualquier camino, cada uno tendrá que encontrar el propio para
llegar a ese estado de liberación del sufrimiento.
Es imposible encontrar
un escrito que explique cómo se ha de vivir según el Zen, pues esto sería una
contradicción en sí mismo. Una filosofía libre no tiene mandatos.
El Zen se ha ido
transmitiendo a lo largo de los siglos a través de maestros a sus discípulos.
No se ha de intelectualizar lo místico, sino que se ha de vivir.
No sirve el estudiar libros
sagrados, el conocimiento llega gracias al ejercicio de la intuición.
Los maestros del Zen no
dan largas explicaciones teóricas, sino que plantean a sus alumnos situaciones
que sirven para que ellos desarrollen su intuición.
El Zen es una
experiencia vivida, no pensada.
El Zen intenta que se
consiga la paz interior, ese estado mental en que no se fuerza nada, sino que
todo fluye de forma natural. Por tanto sería contradictorio que para alcanzarlo
uno tuviera que hacer un sobreesfuerzo intelectual.
El maestro del Zen
apunta directamente a la mente del alumno. Éste alcanza el estado de Buda desde
su propia naturaleza y no desde la reflexión intelectual.
¿Cómo vivir según el
Zen?
Los valores Zen se
pueden aplicar en nuestro día a día, no es necesario escapar del mundanal ruido
e ingresar en un monasterio.
Pero para vivir
siguiendo la filosofía Zen, no se puede ser utilitarista, no se puede coger
sólo aquello que nos gusta y utilizarlo en provecho propio.
La meditación, por
ejemplo, no es una única forma de relajarnos porque llevamos una vida demasiado
acelerada. Hemos de comprender que no tendríamos que llevar un tipo de vida que
no nos satisface y nos pone al límite de nuestras energías. Estaríamos haciendo
un uso utilitario si lo que pretendiéramos fuera conseguir más energías para
seguir llevando una vida en la que sólo prima la ambición por conseguir más
bienes materiales.
El Zen nos invita a
hacer una reflexión sobre el ritmo que llevamos y a entender que debemos cuidar
nuestra espiritualidad desde una actitud más elevada.
No es que no podamos
tener un trabajo normal ni ganar dinero, pero sí que deberíamos procurar
aprender a poner todo esto en su sitio y a valorarlo en su justa medida.
Para poder aplicar el
Zen a nuestra vida diaria debemos comprender que es mucho más importante ser
que tener.
Vivimos en una sociedad
en la que es muy importante poseer. Consumir bienes sirve para conseguir un
estatus, pero ¿cuándo acaba esta ansia?
No tiene fin. Por tanto
nunca estará satisfecha, y ello nos condena a la infelicidad.
Esta ambición por
poseer nos impide ver lo esencial: no es importante tener, sino ser.
La verdadera riqueza y
abundancia es la que llevamos en nuestro interior y nadie puede robarnos.
Nuestra riqueza es la
más desconocida para la mayoría de la humanidad, es la que menos cultivamos, la
que más olvidamos. Y eso nos lleva a una pobreza de espíritu que no se puede
equilibrar con la posesión de cosas externas.
Intentar encontrar
fuera lo que no se tiene dentro es sinónimo de no sanear el interior.
El Zen abre la puerta
del gran tesoro interior.
¿Cómo compatibilizar
esta filosofía oriental con la sociedad occidental en la queivimos?
La respuesta la
hallaremos en la práctica continuada del “zazen”, la meditación.
Con la práctica del
“zazen”, podremos ver las cosas desde un punto de vista completamente
diferente.
Si estamos sometidos al
miedo, a los deseos, a la inseguridad o a la ambición, lo que nos rodea resulta
demasiado grave y acaba convirtiéndose en un gran problema.
En cambio, cuando somos
capaces de relajarnos, podemos actuar con mucha más libertad y las cosas fluyen
de forma natural.
Conseguir la calma
espiritual es uno de los pasos que más nos acerca a la felicidad, pues supone
dejar de sufrir por cosas que no merecen la pena.
El Zen es un camino que
nos conduce a la lucidez y a la paz de espíritu. Y desde la tranquilidad es más
fácil asumir cualquier reto que se nos presente.
Para llevar una vida
Zen es imprescindible la presencia de un maestro.
El Zen no tiene
escrituras sagradas ni preceptos que seguir. Los conocimientos se han difundido
durante siglos a través de maestros a discípulos, mediante la práctica oral.
El maestro nos ayudará
a encontrar la postura adecuada, a hallar la respiración idónea, a diluir las
inseguridades. Él sabe valorar las actitudes de sus alumnos y sacar lo mejor de
cada uno de ellos. Él conoce cómo ayudarlos en cada caso.
El maestro Zen es un
guía espiritual que ayuda a cada alumno a encontrar la llave para abrir su
mundo espiritual, sin ser nunca un gurú o un predicador.
No es un profesor, pues
él no da sermones, su método es ayudar a despertar la conciencia de sus
pupilos.
La práctica del Zen es
muy beneficiosa para la salud, aleja muchos trastornos y permite llevar a cabo
un día a día mucho más sano.
El primer efecto es la
ausencia de estrés. El Zen consigue que cuerpo y mente logren una gran
relajación, y esto supone un beneficio en el que se padecen menos enfermedades.
El control de la
respiración que se consigue mediante el “zazen” calma el ritmo cardíaco y
regula la circulación.
La exhalación profunda
que se lleva a cabo durante la meditación, sirve para liberar a los pulmones
del gas carbónico acumulado en ellos, y así se evitan enfermedades. El aire
estancado en los pulmones produce opresión, ansiedad y nerviosismo.
El “zazen” ayuda a
bajar la tensión y el ácido láctico en sangre, que es el responsable de la
agresividad y de la desestabilización hormonal y del sistema nervioso.
La relajación corporal
y el estiramiento de la columna vertebral sirven para combatir los problemas de
espalda y contracturas musculares en general.
La función del Zen no
es curar, pero su práctica habitual puede mejorar las condiciones de nuestro
organismo.
La meditación “zazen”
nos ayuda también a potenciar nuestras habilidades manuales, nuestra
creatividad y nuestra intuición.
La persona
verdaderamente creativa es la que es capaz de ver más allá y proponer soluciones
diferentes.
La meta radica en no
obsesionarnos sino en dejar que todo fluya de forma natural.
Hay un dicho del
maestro Dogen que dice así: “Mantened las manos abiertas, toda la arena del
desierto pasará por vuestras manos. Cerrad las manos, sólo obtendréis un puñado
de arena”.
La metáfora significa que sólo hemos de dejar que las cosas ocurran y notar las sensaciones que despiertan en nuestro cuerpo y dejarnos guiar por nuestra intuición, a la que habremos despertado con las técnicas “zazen”
Fuente: El Sendero del
Mago
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