Difícil sonreír cuando parece que una
capa oscura de aislamiento, soledad, desánimo y apatía, vuelve a cubrir la
atmósfera humana en un 2020 que vaya a saber cómo se describirá en los archivos
oficiales y privados. Tal vez sea por eso que caiga en tus manos “La superación
de la indiferencia. El sentido de la vida en tiempos de cambio”, de Alexander
Batthyány (Editorial Herder), y de pronto buscas un rato para hallar señales de
salida. Como dice el mismo autor, para intentar mejorar algo en lugar de
pasarlo por alto, con los hombros encogidos, y no perder la esperanza o
recuperarla cuando sea necesario.
De aquí en adelante, la propuesta
para que compartamos una de esas visiones (del mundo y propia) que hacen que
tengamos éxito en la vida, en la convivencia. ¿Por qué no? Una invitación a
observarnos para entender, cambiar, madurar, corrigiendo actitudes y
comportamientos. Comprender y aceptar que existen otros puntos de vista, tarea
por cierto nada sencilla.
En primer lugar, reconozcamos que
quizá el ser humano nunca se haya sentido tan extraño y receloso, tan falto de
refugio existencial, como hoy.
Lo que hay es una aparente paradoja
en la cual se abre un escenario universal de escepticismo, desaliento,
resignación, incertidumbre y falta de compromiso en los llamados países ricos,
como Estados Unidos y algunos europeos. Paradoja porque en ellos campea el
vacío existencial y de sentido, realidad que contradice al viejo postulado de
un tal Marx que pensaba que la vida determina la conciencia. Según se observe,
hay sobrevivencia, aguante y, cuando no, impotencia.
Con el desánimo y abatimiento, nada
importa demasiado, nada es válido. Así se están perdiendo algo.
Esperanza y búsqueda de sentido
La reflexión de Batthyány es que para
una sociedad es contraproducente perder como participantes y constructores
activos a aquellos que alguna vez estuvieron abiertos a las esperanzas e
ideales. De modo que se da paso a seres atrapados en la indiferencia absoluta
al dolor y el sufrimiento. Por cierto, un dolor que ni la industria del ocio
(sí, estoy pensando en Netflix, HBO, Amazon y Disney, entre otros) podrá
calmar.
Sin embargo, recordemos –sí, lo
sabemos– que la esperanza y la búsqueda de sentido son parte esencial del
humano. Por ello, posiblemente el sueño no haya desaparecido; lo que se ha
evaporado es la voluntad y la fe en la capacidad de poner en práctica
cotidianamente los valores, y que estos timoneen nuestras decisiones y
conductas.
Porque lo que define la vida es
compartir, participar, involucrarse, dar, ser receptivo.
En este aspecto, ser conscientes de
la transitoriedad de la vida es lo que nos espolea a concretar nuestra vida de
manera que podamos decir “ha sido bueno que yo haya estado aquí”, y convertir
en luz la cera de la vida.
Reconocer que tenemos un tiempo de
vida limitado nos exige ser autónomos y autosuficientes, nos libra de supuestas
obligaciones, haciéndonos responsables de lo que hacemos con nuestro tiempo y
libertad.
De allí, señala Batthyány, la
indiferencia y la ausencia de compromiso no son opciones de vida aconsejables.
Es más, no tiene mucho sentido que todos esperen que sea otro quien dé un paso
hacia el prójimo y que todo el sistema referencial apunte a un solo centro: el
Yo.
Es más, ¿quién sino nosotros mismos decide
que solo hay círculos viciosos de lo malo y lo absurdo, y que nosotros mismos
no podemos iniciar reacciones en cadena de lo bueno, saludable y armonioso?
Un dato a tener a cuenta: no importa
qué ni cuánto hayamos recibido y estemos dispuestos a dar, sino nuestra
voluntad de extraer de ello libremente lo que queramos para ofrecerlo al mundo.
Podemos disponer libremente de los recursos en tanto y en cuanto seamos capaces
de apreciarlos y compartirlos.
Asimismo, conservar la esperanza y
pensar en los otros tiene sentido. La razón es que ningún ser humano es una
isla, y al parecer las fortalezas y debilidades a veces están tan repartidas
que se complementan entre sí: “el ciego puede llevar al cojo y el cojo guiar al
ciego, la debilidad puede convertirse en testimonio de fortaleza”.
Complementación y cooperación.
Egoísmo
Se desprende de lo anterior una
crítica sobre el denominado “arte de ser egoísta”. El autor señala que encubre
el orden y la generosidad de la vida, y daña en modo grave lo que de verdaderamente
humano hay en las personas: su capacidad de no verse solas a sí mismas, sino
también a los demás; de prestarles atención, dedicación y dar (entregarse).
Crea carencias donde no debería haberlas.
Y una advertencia para exploradores:
no existe un atajo a la felicidad, porque se puede dar con callejones sin
salida. Si solo nos enfocamos en la búsqueda de placer o queremos evitar
aquello que nos desagrada, esto no resultará práctico y, posiblemente, conduzca
a que obtengamos exactamente lo contrario de lo que esperamos y deseamos.
La existencia es mucho más compleja y
diversa, tanto en el campo de la biología, de la psiquis como del espíritu.
Entonces, ¿podemos ser felices? Sí,
en la medida en que seamos capaces y estemos dispuestos a mirar más allá de
nuestro propio ego, a conectarnos desde ese lugar con el mundo, con lo que es,
con lo que podría ser y lo que debería.
A partir de ahí, ser conscientes de
que estamos llamados a dejar que el sueño perdido o creíamos olvidado, la
esperanza y el idealismo irrumpan otra vez en nuestras vidas, y a convertirlos
en el impulso primordial de nuestros actos. Así nos daremos cuenta de que
“quizá no sepamos cantar, pero nadie podrá decir que al menos lo hemos
intentado”.
Batthyány sostiene que solo entonces
estará disponible para nosotros la abundancia de buenas experiencias posibles.
Cuando nos dejemos guiar por algo distinto al interés propio, descubriremos
recursos y riquezas interiores que de otra forma estarían siempre cerrados y
ocultos. De modo que el idealismo puede liberarnos del ámbito claustrofóbico
del egoísmo.
La conclusión es que aquello que es
bueno para el mundo, cuya realización se nos ha confiado, también lo es para
nosotros. Entre nuestro bienestar y el vínculo con el valor, el sentido y la
bondad hay una relación estrecha, una alianza para la vida.
Esto no solo se traduce en superar la
indiferencia y la insensibilidad, sino también en desarrollar lo mejor de uno
mismo y del mundo, abriéndose al sufrimiento y a las necesidades de su propia
vida y la de otros.
“Un solo ser humano no puede cambiar
el mundo, pero sí puede cambiar su mundo, cada día y en cada momento. Estamos
llamados a hacerlo y cada aportación cuenta, por pequeña que sea”.
Alexander Batthyány es director del
Instituto Viktor Frankl en Viena, enseña Fundamentos Teóricos de Ciencias
Cognitivas en la Universidad de Viena. Ocupa la Cátedra Viktor Frankl de
Filosofía y Psicología en Liechtenstein y es profesor invitado de psicología
existencial en Moscú desde 2011. También dirige el instituto de investigación
de psicología teórica y estudios personalistas de la Universidad Pázmány de
Budapest.
Autor y editor de numerosas
publicaciones especializadas que han sido traducidas a más de diez idiomas, en
Austria es conferencista frecuente en su área e invitado habitual en el
extranjero.
Juan Carlos Rodriguez
Fuente: Tu Mismo
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