Tratar de recorrer el interior de
nuestra vivienda con la intención de percibir en ella el reflejo de nuestro
propio mundo interior, ya sea como persona, como pareja o como familia, puede
parecer una tarea compleja siempre que no activemos previamente nuestra propia
mirada interior.
Para lograr percibir en qué aspectos
de nuestra vida generan debilidad los desagües, qué zonas de la vivienda
reflejan puntos de tensión personal o concebir el motivo real de un desorden
recurrente, lo primero que debemos aprender es a familiarizarnos con nuestra
propia percepción al recorrernos por dentro.
A diferencia de la información que
recibimos cuando recorremos nuestra vivienda a través de nuestros sentidos
físicos, nuestro recorrido interior se logra percibir tomando consciencia de la
calidad con la que nuestra energía vital se distribuye en nuestro dentro de
nosotros.
Para ello, el primer paso es tratar
de lograr un estado interior lo más neutral posible y desde esa neutralidad
comenzar gradualmente a percibir, cuando recorremos la vivienda, qué alteración
o alteraciones surgen en nosotros durante el proceso.
Lo ideal es hacerlo poco a poco y por
habitaciones. También repetir el ejercicio varias veces para identificar si la
sensación interior se repite.
Una vez bien entrenada nuestra mirada
interior y familiarizados con las sensaciones de expansión, contracción,
seguridad, debilidad o integridad energética, nos puede resultar mucho más
fácil percibir nuestro mundo interno en relación a muchas otras posibilidades:
con otras personas, con relación a alguna experiencia e incluso ante nuestras
propias ideas.
Lo más importante de esta forma de
mirarnos y reconocernos, es la activación en nosotros de un lenguaje íntimo
mucho más sutil que logra hacer, a su vez, más sutiles a los sentidos físicos.
Nuestra luz interior es la que
ilumina nuestro exterior
Andres Tarazona
Fuente: El Cielo en la Tierra
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